Anatomía de un Dandy, la película documental nominada al Goya en su categoría este año, está envuelta en el morbo del personaje que una vez pronunció aquellas palabras: Yo he venido aquí para hablar de mi libro.
Palabras que se han convertido hoy en la paradoja de su propio autor, Francisco Umbral, un hombre que ya nadie conoce por su literatura en estos tiempos y, sin embargo, todo el mundo conoce por sus apariciones en público.
Ganador el premio Nadal, por su obra Las Ninfas ; el Premio Nacional de las Letras por su vasta carrera como escritor, periodista, poeta y ensayista; y el máximo galardón de las letras hispánicas, el premio Cervantes; es escritor de más de diez mil artículos y casi 200 novelas, una cifra de vértigo, que deja una obra prolija y creativamente inagotable.
Umbral no solo fue el máximo exponente de la novela autobiográfica y la escritura del yo en prosa poética del siglo XX, sino también, el columnista más influyente de los años 70 y 80 en España, la España de la Transición, elevando el artículo literario, y el retrato social, a obra mayor.
Enfrentarse a esta película buscando respuestas sobre quién fue Francisco Umbral, o por qué pronunció las palabras que pronunció, se encontrará levemente decepcionado tras su visionado… Para quienes leemos a Umbral, sabemos y creemos que Umbral es su literatura. Querer saber más, es convertir a Paco, y a cualquier artista, en el show de Sálvame Deluxe.
Sin embargo, inevitablemente estamos tentados por la necesidad de descubrir al personaje que nos vende su obra como una novela autobiográfica y que participa de la vida pública, con toda la autoridad para juzgarla. Porque Paco Umbral, el hombre que escribió más de 200 novelas, también decidió ser un personaje público. Otra forma, cuestionable o no, de vivir.
Es aquí, en cambio, en este punto del camino, en esta disociación entre autor y persona, que me pregunto: ¿Debe el arte permitírselo todo a sus artistas? ¿Debe una obra ser juzgada por la vida personal de su autor/a? Y más allá, ¿debe la moral tener un peso en la obra artística?
En cualquier caso, los directores y guionistas de este documental, han logrado una grandísima película minuciosamente documentada, conducida por las respuestas a la entrevista que Umbral mantuvo con el periodista Eduardo Martínez Rico en sus últimos años; brillantes fragmentos de su obra; y algunas de las entrevistas a las personas que mejor le conocieron, como su esposa, María España, o los periodistas y escritores, Manuel Jabois, Rosa Montero o David Gistau.
«La arquitectura, como la música, como la poesía, descubrió hace muchos años que todo se bifurca, como en las especies, que el destino de un tema es desdoblarse que la dialéctica es la manera natural, musical y armónica de continuar con el mundo enriqueciéndolo.
En aquella escalera de mármol, yendo a ver a mamá de la mano de alguien o ya solo, comprendí una mañana, en el rellano, que las cosas son dos, que somos dúplices, que las vidrieras mienten, que solo los reyes, rey y reina, eran una vidriera ya legible, movimiento dialéctico que completaba el uno con el otro, porque se oponían y se suponían (sobre todo porque se suponían).
Uno supone al otro. La escalera, la música, el poema, para desarrollarse se divide, como los sexos y como los peces, y de esto resulta, no solo una mejora arquitectónica, sino una armonía, una sorpresa. Si no hay sorpresa, invención, ruptura, no hay armonía ni arte ni poema, porque lo más armónico es romper, porque la sinfonía interrumpida es la que se abre a lo abierto, pienso ahora»
El hijo de Greta Garbo, Francisco Umbral (1982)
Anatomía de un Dandy, arte, dolor y vanidad
Francisco Umbral fue un hombre dividido, bifurcado, en continua reflexión y diálogo, necesitado de lo opuesto para completarse, para hallar continuamente una nueva verdad de las cosas, con un talento único para la representación abstracta y compleja, pero tremendamente bella, del pensamiento y la emoción.
Un niño que creció sin figura paterna, entre referentes femeninos, desarrollando una sensibilidad particular para las cosas, y a la vez un sentimiento de injusticia por las mismas, que pudo ser origen de su vanidad como artista, una vez descubierta la grandeza de su talento.
Fue un hombre que ya adulto, siguió mirando el mundo con los ojos de un niño, con los ojos del niño que veía el vestido de su madre manchado de moras, diseccionándolo con delicadeza, minuciosidad y fascinación, a la par que enfrentándose a él como a un juguete, con la superioridad y ego de quien se sabe talentoso y con poder, donde la verdad era un juego, y el éxito consistía en resultar inaccesible, contradictorio, un ser misterioso y siempre contemplativo.
Para Umbral todo lo que importaba era la literatura, la vida narrada, y el propio narrador, ego solo superado por el niño.
El niño se convierte en su verdadero encuentro con el mundo terrenal, con el lirismo hecho carne: una corporeidad mortal y rosa. Palabras que Umbral toma prestadas de Pedro Salinas para dar título a su obra más desgarradora y fascinante, encarnación del dolor y del amor puro y pleno en la figura del niño, que vive y muere a la corta edad de cinco años.
El dolor de su muerte, agrava su sentimiento de injusticia y lo convierte en un hombre aún más lejano, que mira el mundo con miedo a vivirlo fuera de la literatura.
Su mujer, María España, se convirtió en la esposa y mitad, fiel, cómplice y protectora compañía de Francisco Umbral, madre del niño, y también paradójicamente, de España; la madre que llora y cuida a sus hombres malditos, seres atormentados que se sienten libres de hacer y decir cualquier cosa sin reparo, pero que solo se completan y humanizan, cuando lo hace con la mujer y madre que todo lo perdona, y que aguarda en casa como el lecho donde siempre pondrán cobijarse.
Incluso María España llega a confesar en el documental: “Paco tendría sus idilios con otras señoritas, pero nunca se fue de mi lado”; como si su premio fuese volver a ella. Algo que aceptó desde siempre, como un acuerdo, o como una forma de sacrificio por el hombre al que había decidido entregarse, y a quien quería de una forma incondicional.
Umbral era un hombre de contradicciones, de amor y de dolor, una dicotomía que va conformando el pensamiento, el sentimiento, a veces contradictorio, entre alma e intelecto, pero que todo lo podía decir y hacer, porque la vida, injusta, le había concedido ese permiso y él se lo había tomado.
A la pregunta de si toda su obra habla de él, Umbral contesta rotundamente: totalmente, sin duda. Una pregunta con la que habilidosamente da comienzo el documental, y que de algún modo busca responder a la inquietud del público…
«Yo lo que tengo que hacer es contar mi vida porque es lo que han hecho los buenos, porque todas las vidas son iguales y tienen temas comunes a la especie humana: el amor, la soledad, la ambición, el sexo, el instinto de matar, el instinto de morir y, por tanto… Contando mi vida, estoy contando la de todos»
El próximo 6 de marzo tendrá lugar la gala de los Premios Goya, y sabremos si Anatomía de un Dandy recibe finalmente el galardón.
Sin embargo, lo haga o no, este documental tiene ya un enorme valor por traer de vuelta con honestidad la literatura de Francisco Umbral, y el libro que no deberías morir sin leer, Mortal y rosa, para descubrirte ante algo único.
«Los ojos de mi hijo, sus ojos que ayer eran flores abiertas, capullos de noche, y hoy son rendijas tristes, sesgadas por el cansancio y el recelo»
Mortal y Rosa, Francisco Umbral (1975)