El espejo
es la madre-rocío,
el libro que diseca
los crepúsculos, el eco hecho carne
Federico García Lorca, “Suite de los espejos, 1920-1923”
El espejo es considerado el símbolo por excelencia de la representación de la realidad al mostrar una imagen idéntica de lo que, mudo, contempla. No obstante, esta solo lo es en apariencia pues, invertida, muestra una suerte de revés de la vida. Las culturas antiguas tenían la creencia de que estos disponían del poder para revelar en «el envés del espejo / en imágenes refractadas» lo que está oculto, la verdadera naturaleza de lo asomado a sus abismos. Símbolo de una puerta a otros mundos, en los tratados de alquimia se utiliza para designar al Mercurio corporeizado, el azoth, primera y ultimas letras de los alfabetos. Así, la mirada esotérica a su azogue es un viaje simbólico hacia el conocimiento de uno mismo, del otro y del mundo, o lo que es lo mismo, el Amor en su más noble expresión que, para el poeta, es también el camino hacia el interior, reverso y dorso de la palabra al captar, con su alquimia, el lenguaje poético para la transmutación del Ser, que enteramente oculto bajo un impenetrable velo ha de purificarse para alcanzar la perfección; acción solo posible en el instante mismo de la projectio: el poema, la concepción especular en la que reflejo e imagen ofrecen una contundencia de veracidad que puede anular el espejismo de una realidad inequívoca.
«DESCUBRIR EL ESPEJO
es acercarse al triste precipicio,
a ese abismo encendido de certeza:
el cantil que no cesa ante un mar indeciso».
En Desvestir el cuerpo (Ed. Lastura, 2023), el poeta sevillano Jesús Cárdenas (Alcalá de Guadaira, 1973), a través de un viaje poético, nos sitúa frente al espejo, «aun consintiendo el doble engaño», para cuestionarnos otra forma posible de percibir la realidad «donde el sueño nos salva de lo posible, / donde los cuerpos contra el tiempo luchan». Un viaje que tiene mucho de iniciático y de invitación alquímica en su diálogo con los ecos de una voz especular que guarda en su azogue, «sin saber si es obsequio o veredicto», una realidad más compleja y amplia:
«TODOS LOS ESPEJOS MANTIENEN
preguntas sin contestar
al fondo de su azogue
No retienen sus ecos».
La alquimia es una manera de comprender el mundo, la naturaleza y al ser humano que busca la unificación de cuanto existe como parte de un Todo. En el afán de reducir todo a una simple unidad, en la obra del poeta se entreveran realidades físicas y espirituales «SOBRE LA CUADRATURA DE LA TARDE, / el ámbar dado, las horas hundiéndose, / tan fiel a su costumbre demoledora», pero el simbolismo que mejor define su alquimia es el del ser humano como espejo del universo. Somos parte de la armonía latente en el cosmos, cuadratura del círculo según representa el Hombre de Vitruvio que, al intentar establecer una relación armónica entre el hombre y la arquitectura y entre esta y el universo, responde al precepto «lo que está más abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, actuando para cumplir los prodigios del Uno“. Atribuido a Hermes Trismegisto, el místico asociado a un sincretismo del dios egipcio Dyehuty (o Thoth) y el dios heleno Hermes, como sugiere la palabra herma —“el de la columna puesta en las confluencias de varias vías»—, personifica el espíritu del cruce, pues se creía que se manifestaba en cualquier tipo de intercambio, transferencia, transgresión, trascendencia, transición, tránsito o travesía, todas ellas acciones que involucran algún tipo de transformación de la Prima Materiaegipcia o masa caótica que por obra de la fuerza divina es creadora del mundo. De esta forma, el poeta se entrega por entero a un viaje a través de su vinculación esencial con este imaginario y donde el conocimiento deviene experiencia, y esa experiencia, fuente de imágenes que intentan comunicar la parte de verdad que todos albergamos dentro y que todos buscamos, es un espejo ancestral que «(…) Nos / hace cuestionarnos lo que somos / —aun cuando pongamos la vista arriba—». Un microcosmos que «bajo la asunción del propio desastre / como alargar mis manos a los astros / y alcanzar el sosiego» refleja al macrocosmos, puesto que todos estamos hechos de la misma materia que los astros.
Dios olímpico mensajero, de los viajeros y las fronteras, tanto físicas como del conocimiento; dios de la elocuencia, los literatos y los poetas, como sermonis dator y hermeneuta, identificado con el dios romano Mercurio representa el espíritu vital al guiar, más allá de la petrificación de la letra muerta que mata por los caminos que conducen a la verdad, en las tres fases del Magisterio de los viajes herméticos del Opus Magnum alquímico: Nigredo o calcinatio—que involucra la disolución de la materia—, Albedo o solutio—que atañe al estado líquido—, y Rubedo, coniunctio o coagulatio—a la que incumbe el estado gaseoso—. Fases relacionadas con la luna menguante, nueva y creciente, y simétricas a la estructura de la mística en sus vías purgativa, iluminativa y unitiva, y vinculadas al conocimiento y la sabiduría devenida de este y de la propia experiencia y, por ello, a la conquista de la Tria Principia o tres fuerzas básicas que imprimen vida a toda esencia: cuerpo, alma —racional platónica, es decir, pensamiento sintiente, conciencia— y espíritu; o por analogía, de nuevo, microcosmos, macrocosmos y mundo arquetípico.
En el siglo XV se impuso el simbolismo de materialidad a los tres planos fundamentales de la existencia —Tria Prima para la Tria Principia—, donde la sal, con sus propiedades terrenas y sólidas, se corresponde con el cuerpo; el mercurio, como fluido sujeto a la sublimación, es el espíritu sutil; “Pero el mediador entre espíritu y cuerpo (…) es el alma y también el azufre”[1]PARACELSO, De natura rerum, 1525, que, con sus propiedades favorecedoras de la combustión, es principio vital, anónimo e inconsciente, que contribuye decisivamente a una concepción dinámica de los procesos naturales a través de la conciencia. Estas fuerzas espirituales requieren de un principio vital, el azogue, que introducido por Paracelso un siglo después, es la esencia espiritual del dios mercurio oculto en toda la materia que hace posible la transmutación. El Azoth o principio anímico es nuestra “segunda agua y agua viva» y simboliza la fuente mercurial en la que el alma y el espíritu se disuelven para unirse. Derivado originalmente del árabe «al-zã’buq» —el mercurio—, donde la “A» latina, «Alfa» griega y «Álef» hebrea son esencialmente la misma letra, misma fuente, unidad y principio de Todo, y el resto son las últimas letras de cada uno de los respectivos alfabetos, la «Z» latina, «Omega» griega y «Tav» hebrea, que simbolizan el final y la diversidad; el azogue nos refiere a que tras la diversidad se halla la unidad y que el conjunto de cosas diversas que existen en el cosmos tienen un mismo origen, una misma fuente, que todo comienza, termina y vuelve a comenzar, es decir, Luna y Sol, opuestos entrelazados en una Lemniscata, todo es cíclico.
De acuerdo con el Arte Regio hermético, el verdadero valor de la alquimia es que es espejo de verdades espirituales. «Un hilo de incertidumbre entre los sueños y la verdad» donde la percepción se convierte en la llave y la puerta, espejo y reflejo que nos adentran en el viaje y el otro mundo que, al tomar cuerpo y ubicarse en los límites de la percepción y de las epistemologías convencionales, nos recuerda que lo trascendente está en lo inmanente. Para pasar del sueño al despertar hemos de atravesar estos tres mundos, solo así se podrá alcanzar el lenguaje de los Filósofos Herméticos o la «forma de Oro» dantesca. Fase de la fixatio y projectio de la etapa última de una obra maestra alquímica es la completa transmutación de plata en oro o Citrinitas. El «amanecer de la luz solar», inherente a nuestro ser y donde nuestra luz del Alma —estrella interior conciencial— reflejada ya no es necesaria, pues “La rosa última” juanramoniana —“La rosa de llama, / la rosa del oro, / la rosa ideal”— [2]JUAN RAMÓN JIMÉNEZ. Poema “La rosa última”. La estación total con Las canciones de la nueva luz: Ediciones Marginales (1994), p. 95, sol primero del amanecer, es la unión a la Conciencia universal, el Absoluto, la Amada que Todo lo Es: el Verbo, que nos contendrá como parte de Él.
De esta tripartición, que vincula el itinerario creativo del poema de Cárdenas con el alquímico, el poeta «Se afana en cruzar ese azogue / con ojos saturados de óxido / en mundo tan opaco» al transitar el Opus negro a través de las tres partes que componen la obra poética—Todos los espejos, Cristal y Ceniza—, mientras en el símbolo evocará la presencia de la verdad, la mística unidad primordial edénica —y platónica— anterior a la separación, a la caída y a la escisión entre signum y res. Unidad que trasciende el dualismo, rebis— de res bis, una cosa dos veces, o dos cosas en una—, en Desvestir el cuerpo el poeta alcalareño, «—con la penumbra, sin límite exacto—», indaga las propias fronteras de la percepción al tratar de localizarlas para ampliarlas o transformarlas desde sus márgenes, donde «Se ennegrecen los bordes como el rostro». De esta forma, en la obra se evidencia la necesidad por percibir y revelar una realidad más profunda que la convencional, una que desafía la capacidad de sentirla o notarla que, presente en nuestro interior y a nuestro alrededor, para ser advertida por el observador precisa de un entendimiento más profundo de la vida, del mundo y de nosotros mismos. Mundos, hoy marginados, con resonancias con la “Suite del espejo” lorquiana al utilizar la idea de una serie de composiciones relacionadas entre sí que dotan a la obra de un sentido de unidad artística y espiritual. Desde este lugar, Jesús Cárdenas establece un diálogo reflejo que intentará desmembrar una realidad liminal e invisible para la mirada superficial, al cuestionarse los mundos inéditos en la propia palabra, en el que cada palabra encierra un mundo de posibilidades que, de materializarse, establecerían una realidad inédita.
«Comienza así el rito» poético de búsqueda para revelar las zonas en sombra de la realidad e iluminar lo complejo con los trazos cotidianos del poeta bajo el prisma de la alquimia que, «reparando en sus trazos más oscuros, / nos arroja al vacío de la tierra» y nos exige Explorar los Interiores de la Tierra Rectificando—Visita Interiora Terrae Rectificando—, pues «Todo sucede en los interiores, / en estas dos mitades / en que nos hemos convertido». La imagen del espejo a lo largo de la lectura, adquiere múltiples simbolismos de la Tria Principia pues todas las cosas tienen alma en coincidencia con el cuerpo que, como un espejo representa en sí la totalidad del mundo, pero en sí misma simple, sin parte e indivisible, precisan del lenguaje alquímico de especulaciones y experiencias relativas a las transmutaciones de la materia para unión con el cosmos a través de los opuestos, pues, desatadas, «las dos mitades son ante el espejo». Dos mitades, a uno y otro lado, que se reúnen en una síntesis superior, de manera que el rebis es el symbolon aristotélico —signo que une dos cosas— donde el significante busca ser el significado y la metáfora el paradigma del signo transpuesto. «Palabras que retengan el misterio. / Llamarás a las cosas por su nombre». “La palabra como signo, nombres en claroscuros de una luz que se revela misteriosa”, como expresa en el prólogo el poeta y crítico literario José Antonio Olmedo López-Amor, pues el nombre, metafísica de la inmanencia juanramoniana, para quien está reunido con la verdad es presagio: Nomen est Omen.
De esta forma, nuestro poeta, quien «No halla más designio en la noche / que el precipicio de la nada / en la voracidad de su vacío», anuncia lo que surge de la catarsis de la oscuridad en sus versos, donde el espejo se convierte en algo vivo al participar en su imagen de la visión de la naturaleza, puesto que “El mundo de la naturaleza consiste en múltiples formas que se reflejan en un único espejo; no, más bien es una forma única que se refleja en múltiples espejos”[3]TITUS BURCKHARDT. Alquimia: Ed. Pza. Janés (1971), pp. 108-109. Si la alquimia consiste en una transformación de la conciencia la oscuridad es central pues, como en la naturaleza, la oscuridad es una condición neutra y necesaria que permite echar raíces y crecer, y su contemplación permite reproducir los procesos de los cuatro elementos. «Raíces de todas las cosas», tal como los definió Empédocles, la Metafísica aristotélica se encuentra también en el lenguaje alquímico de Jesús Cárdenas al dotar a los elementos primordiales de un orden natural en sus versos, donde la conciencia del poeta se inflama con el fuego, de llama «con brazos intangibles como abismos», se anima en «el acorde de carne y agua que hay en nosotros», se fija «fecundando a la tierra descubierta» y se espiritualiza «por el aire y el tiempo, con astenia», pues el dolor de la herida de amor del autor es el silencio como toma de conciencia de la insuficiencia del lenguaje poético que crea el espacio vacío que separa en su azogue, lineal y fronterizo, la imagen poética y su objeto de amor: «Tan solo mienten las palabras. / Mienten las que exhiben una herida / demasiado oscura».
Si la distancia entre signum y res se salva en el plano de la apercepción alquímica de la palabra, el poeta aspira a destilarla despojándola de lo superfluo para somorgujar en el silencio de la poesía. La palabra poética se sobrepone a la palabra pensante para coronarla de un sentido que, trascendiendo a ambas, salva la escisión y la resuelve en un continuum polisémico, pues conocer es crear para el poeta, crear más allá del signo la metáfora del Todo. El fuego de la Caltinatio, creador y, sobre todo, transformador, es esencial para acceder a lo insospechado en la palabra y conseguir el fuego secreto. Poesía que, «Ilama de amor viva» en la mística de San Juan de la Cruz, es la música callada que se percibe a solas en un proceso meditativo que permita que puedan tomar forma lo inaudible, lo invisible o lointangible. Culminación esencial de la palabra, el silencio es el lugar que acoge la espacialización de la vida propia interior del poeta nutrida por la música «hasta llegar a lo intacto, a la esencia, / y al velado sollozo de Ólafur»: “En el silencio de la noche / sentí tu silbo / y vi y comprendí”[4]ÓLAFURU JÓHANN SIGURÕSSON. Poema “El silbido”. Ad brunnum (1974), Ed. De la Torre (1999). Disponible en https://franciscocenamor.blogspot.com/2015/07/poema-del-dia-el-silbido-de-olafur.html?m=1. «A lo lejos, silban los acordes Always somewhere». Siempre en algún lugar, «versos mudos en la música,/ tal y como quería Verlaine», para poder materializar las realidades desapercibidas alrededor nuestro. Arte de la música, en Desvestir el cuerpo, esta se hace presente de las formas más inesperadas «mientras Miles Davis / sigue improvisando en Bitches Brew» y es que:
«Las canciones no mienten.
Las raíces no mienten.
No mienten los ojos del animal
a punto de morir».
Si “El fuego es el hijo del hombre”, según la famosa expresión de Bachelard, los animales —todos de fuego— poseen su fuerza y mueren cuando el fuego se apaga y quizá la esencia de la vida que se destila de la palabra es la esperanza de una supervivencia más allá del hecho ineluctable llamado muerte, pues «TODO LLEGA HASTA DONDE VAN LOS RÍOS, / allí donde picotea la gaviota. / Es la única verdad».
En un momento en el que uno puede creer que la única verdad es la que nos aporta nuestra propia experiencia, desgranar la obra Jesús Cárdenas es adentrarse en una tensión por reflexión en busca un signo cíclico, principio único de múltiple fin, que contacta nuestro Ser hoy con nuestra parte más primitiva, pues lo que hay tras fuego, la tierra, el agua y el aire, es lo que para nosotros han depositado los hombres que nos precedieron, pues «Todo está escrito. Nada permanece / suspenso en el aire. La luna / se vio ahogada en el río antes de Lorca», y así nos lo recuerda el poeta sevillano con un proyecto de reflexión y estético para construir mundos, al fundir realidades conocidas en entes nuevos y en el que «La imagen del cristal es ella misma; / en cambio, al despojarse, hay algo más» latente en sus múltiples formas, en un esfuerzo recurrente por mostrar lo que parece estar ausente para hacer patente su verdadera presencia. Si a medida que leemos, las palabras empiezan a vislumbrarse en la desvaída frontera de la tierra de nadie del lenguaje, estas se desvanecen de nuevo en el momento en que se les permite prescindir del cristal y empezar a mostrarse, pues «los cristales (que) se grabaron / como si fuesen precipicios».
Cárdenas, dentro de un esfuerzo regenerador del lenguaje se adentra en un proceso de depuración consciente y constante del texto, donde «cada uno de los comienzos, oxidados» tienen por fin eliminar el caput mortem —el desecho—, ya que la herrumbre de la palabra es el residuo derivado del proceso de oxidación necesario para la construcción de algo más perfecto. «EN SECRETO HE DESTILADO EL POEMA / tantas veces que podría confundirse con un espejo». Solve et Coagula, disolver y reunir para sacralizar la materia en su esencia como espejo del espíritu universal —«Ante el espejo, / desnuda la mirada, / solitaria verdad»—, donde el fondo del alma es luna que brilla como la plata y es capaz de reflejar la luz solar del espíritu, y
que simbolizan el Hallazgo de la Piedra Oculta —Inveniens Occultum Lapidem—: «Una palabra, fría y malherida, / fue a abrigarse bajo la piedra, / en los arriates». El autor culmina la Obra al Negro alquímica pues, «escritura de la carne», Desvestir el cuerpo refleja, con belleza e inteligencia, el proceso creativo del poema asimilado al Sol Negro alquímico —«(…) noche eterna y llanto desplomado»—, en la cual «Cambia el valor de lo dicho, transmutan / las palabras precipitándose / en lo oscuro de las simulaciones» a través del V.I.T.R.I.O.L. —Visita Interiora Terrae Rectificando Inveniens Occultum Lapidem—.
En el texto de Jesús Cárdenas se encuentran los ecos del saber ancestral, toda la caterva de aquellos que buscaron el sustento de la alquimia en los elementos primordiales, fundamento de la visión del mundo, su creación y sus mutaciones. «Mientras hablábamos / de la sal y de la materia» el sentido del viaje se ha revelado: El Sol negro poético espira Amor en la palabra, y en la dimensión humana —único signo— una sombra, que, como Hermes a Mnemósine, va ligada a la memoria, puesto que el hombre intenta explicar racionalmente el mundo con el que vive y tiene ahí esas causas que le obligan a pensar, pero la cultura se transforma según las necesidades de cada tiempo; para tener sentido se adapta a la realidad de cada instante y, aun siendo la misma su razón, la apariencia está modificada y, como ocurre con los palimpsestos, la primitiva lectura no se logra: «La piel de la memoria se detiene / arrugada en la piedra tan oscura, / que no impulsa el avance de la rueda».
Desvestir el cuerpo en su concepción esférica, en la que cada elemento es principio y fin del conjunto, nos guía a lo largo de la dinamicidad semántica que constituye una estructura global a partir de la lectura de los sucesivos poemas y su redundancia que imponen al espectro semántico de “espejo” desde todos los elementos heredados referenciales y simbólicos hasta un nuevo espacio de significación y referencialidad en la palabra, donde el reflejo es el aspecto inédito que la palabra lleva dentro y que el poeta busca, conocedor de que sin la palabra no se puede localizar ni las memorias ni el pasado, pues el lenguaje materializa la vida y hace visible este mundo. Es un libro de poemas, o, mejor dicho, es un poema que se dispersa en muchos poemas pero solo para volver, una y otra vez, al punto de partida que, sin cesar de ser el comienzo, es siempre distinto en su avance reflexivo, pues “El poema es la narración del viaje”[5]FEDERICO GARCIA LORCA, Conferencia: “La imagen poética de Góngora”, Granada, 1926. Variaciones y recurrencias, repeticiones y transfiguraciones, vuelo y precipitación, diálogo constante entre reflejo y realidad, el otro mundo platónico de las ideas y conceptos y este, nuestro mundo. Formas resueltas en una espiral resonante: el poema. En el libro giran y se entrelazan voces y ecos, formas y reflejos: el cuerpo que piensa, el pensamiento que encarna. Poema del pasado, del presente y del porvenir, episodio o fragmento de un solo poema infinito que en conjeturas del doble, ese otro que somos y que quizá nos sueña en otro recodo del tiempo, al otro lado del reflejo, donde pueden mudarse consciencia y cuerpo, y donde no se separan el mundo visible del mundo de los pensamientos para comprender la realidad. Una casa, como bien argumenta en el epílogo el poeta y músico Luis Ramos de la Torre, “construida desde el pensamiento poético y tras un desvestimiento vital fruto de la necesidad y la indigencia esencial del poeta, es conveniente aclarar, recordando lo que Vitrubio dijera sobre la arquitectura, que Jesús Cárdenas ha construido una casa que cumple las tres características de lo bien hecho: es una construcción firme, es una casa bella y es un lugar útil”.
Autor de “La luz de entre los cipreses” (Sevilla, 2012), “Mudanzas de lo azul” (Madrid, 2013), “Después de la música” (Madrid, 2014), “Sucesión de lunas” (Sevilla, 2015), “Los refugios que olvidamos” (Sevilla, 2016), “Raíz olvido” —en colaboración con el artista plástico Jorge Mejías— (Sevilla, 2017) y “Los falsos días” (Alhulia, 2019), al terminar de leer el libro es difícil no pensar si esta última obra, como las Suites para Lorca, no marcará un antes y un después en la trayectoria escritural y la poética de su autor; pues este, al buscar el sentido recóndito que yace tras los nombres para recrear el mundo desde el valor de la palabra—aquella que a través del arte valida la inmortalidad de cambiar una realidad al descubrir la nostalgia de un mundo vivido y otro que nos pulsa a vivir—, plantea la poesía como el catalizador que puede operar la transformación alquímica del Ser, en su materia, historia y razonamiento, en verbo. Un verbo espiritual aún vivo, pues la noche de los siglos y los siglos es eterna para quien sabe que la mañana se aprende de la noche.
Leer Desvestir el cuerpo es comprender que la poesía encierra los misterios de un voto de verdad, y Jesús Cárdenas, en el amor por la palabra, busca la luz precisa que, mediante la destilación del lenguaje, transmuta el Ser y lo guía hacia su sublimación, pues tan solo el Amor y la muerte son capaces de conferir al ser humano consciencia de sí mismo.
«Así, desvisto muy despacio el cuerpo hasta dejarlo en el acorde donde acaba la tarde y el abismo comienza».
Título: Desvestir el cuerpo |
---|
|
Referencias
↑1 | PARACELSO, De natura rerum, 1525 |
---|---|
↑2 | JUAN RAMÓN JIMÉNEZ. Poema “La rosa última”. La estación total con Las canciones de la nueva luz: Ediciones Marginales (1994), p. 95 |
↑3 | TITUS BURCKHARDT. Alquimia: Ed. Pza. Janés (1971), pp. 108-109 |
↑4 | ÓLAFURU JÓHANN SIGURÕSSON. Poema “El silbido”. Ad brunnum (1974), Ed. De la Torre (1999). Disponible en https://franciscocenamor.blogspot.com/2015/07/poema-del-dia-el-silbido-de-olafur.html?m=1 |
↑5 | FEDERICO GARCIA LORCA, Conferencia: “La imagen poética de Góngora”, Granada, 1926 |