En nuestro rincón microrrelatista hoy nos acompaña Rafa Olivares Seguí (Alicante, 1952), jubilado, extrabajador de banca, comensal agradecido con predilección por los vinos de uva, corredor de largas distancias y escribidor de cortas historias, .
Empezó a escribir ficción en formato corto una vez liberado de jornadas laborales. Algunos de sus textos han alcanzado reconocimiento en concursos como Relatos en Cadena, de la SER (dos veces finalista anual); La Microbiblioteca; Wonderland, de Radio 4; La Radio en Colectivo, de Radio Mislata; Esta Noche Te Cuento (ENTC); Hotel Montreal; Cuentos del Agua; EACWP (European Association of Creative Writing Programmes); El Cultural de El Mundo; Museu Marítim de Barcelona; Zenda; AMIR, y otros.
Ha participado con distintos autores en diversas antologías de microrrelatos, como Un tiempo breve, Siempre relatando, Libro de las estaciones, 101 crímenes en Valencia, Palabras que volaron, Microrrelatos de abogados, El mundo en cincuenta palabras y otros.
Mañana me corto la otra pierna es su primera publicación en solitario, que dona su beneficio íntegro a Cruz Roja Española.
De su libro y su prosa se ha escrito:
«…un ojo crítico, sugerente, impúdico, sarcástico, burlesco, a veces compasivo, otras corrosivo […]. Pocos fragmentos del mundo que nos rodea escapan a su mirada que nos presenta planteamientos trágicos con finales cómicos, situaciones absurdas con salidas inimaginables, otras de la vida normal con desenlace sorprendente, juegos de palabras, variedad sexual, ironía, de la que no se libran estamentos «intocables»: la hipocresía del clero, el excesivo rigor, a veces fanático, del estamento militar. En todo lo que toca juega un papel importante el malentendido, lo imprevisto, el giro inesperado, en ocasiones cáustico» (José Luís Simón).
El autor ha querido compartir con los lectores de Amanece Metrópolis los siguientes relatos de su libro. También se pueden encontrar otros muchos en el blog potajedepalabras, donde suele publicar sus micros.
GRANDES PROFESIONALES DEL ESTILISMO
Perfeccionistas hasta más allá de la extenuación. Uno de ellos quita la hilacha que descubre en el vestido, mientras el otro, con cierta aprensión, cepilla las motas de caspa del hombro. Entre los dos le recomponen aquel mechón rebelde y alisan las arrugas de las mangas. No se olvidan de darle un toque de color en las mejillas, sombra en los ojos y crema hidratante en los labios. Las gotas del perfume seductor son lo último. Con mirada severa la examinan con detenimiento hasta que ambos aprueban el resultado; es entonces, y solo entonces, cuando la introducen en la incineradora.
OBRA PERFECTA
Ocurrió hace poco más de cuatrocientos años. Nuestro hombre observaba aquella máquina artesanal diseñada para crear la obra perfecta.
En casi una decena de cubículos de madera se agrupaban miles y miles de palabras clasificadas por su naturaleza; en uno estaban todos los verbos, en otro —el más grande— los sustantivos, en aquel los artículos, en el de allá los adjetivos… Muy curioso y variopinto era otro que contenía los signos de puntuación. Estaban todos: comas, tildes, interrogaciones, diéresis, circunflejos…
Cuando nuestro personaje accionó la palanca, todo un entramado de poleas, engranajes y rodillos se puso en movimiento. Los recipientes liberaron pausadamente su carga produciendo un gran revoltijo de caracteres que iban siendo, aleatoria y ordenadamente, depositados en un canal por el que eran conducidos a un soporte de entintado y, a continuación, impresos en un gran pliego.
Nuestro hombre se dirigió al inicio del pergamino y leyó: «En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre…». Entonces don Miguel sonrió satisfecho.
MUJER DIEZ CON ATENUANTES
—Pues mira, Tomasa, te cuento; esa madrugá, como toas, me levanté al canto de los gallos. Prendí la leña del horno que había dispuesto la noche de antes, amasé la harina y la puse a cocer. Luego le eché hierba fresca a los conejos y salvao a las gallinas antes de recoger los huevos de la puesta. Ordeñé las vacas y saqué al camino las cántaras pa cuando pasaría el furgón de la lechera. Marché al prao con las cabras pa que pastasen mientras daba riego al bancal de hortalizas, podaba los almendros, recogía los frutos que apuntaban a madurar y segaba los cereales del sembrao. De vuelta a la casa, ya atardeciendo, iba a rastrillar la maleza del patio cuando mi Manolo, que se acababa de levantar, me pidió que le rascara el espinazo. Con diez años ya de casaos me venturaba lo que vendría de seguido, y que aluego después enfilaría pa la taberna a echar la partía de toas las noches. Si le pasé por el lomo el rastrillo fue porque lo tenía a mano y maliciaba que procuraría mayor alivio. ¡Y vaya si procuró! Solo por eso me dieron este descanso. Tres años y un día.
CON DOLENCIAS
Y se ríe. Cada vez que le dan el pésame, la magullada viuda se ríe.
LA PACIENCIA DEL PACIENTE
Decía sí con un par de pestañeos, solo uno para el no, guiñaba el ojo izquierdo para el no sabe y el derecho para el no contesta. La misma rutina de todas las semanas para cumplimentar las cincuenta preguntas de la encuesta de satisfacción, en la unidad de enfermos terminales.