Este viernes tenemos el placer de recibir en nuestra metrópolis la visita de Paola Tena, nacida en México en 1980. Pediatra de profesión, escritora por afición, ha participado como ponente en sesiones dedicadas a la animación a la lectura y exposición del género del microcuento. Imparte talleres de Escritura Creativa y elaboración de fanzines. Participó como ponente en el Festival Índice, 2017. Ha publicado algunos de sus microcuentos en antologías del género (Señales mínimas, Ediciones Idea, Madrid, 2012; Érase una vez… un microcuento, Diversidad Literaria, Madrid, 2013; Saborea la locura, Chiado Editorial, Barcelona, 2013; Vamos al circo, BUAP, Cd. de México, 2017; Las musas perpetúan lo efímero, Micrópolis, Lima, 2017; Cortocircuito, BUAP, Cd. de México, 2018). Nombramiento especial en el concurso de microcuentos de la FILBo 2015; ganadora del primer premio del Certamen de relatos hiperbreves de La Orotava, 2017; Accésit en II Concurso de microrrelatos sobre discapacidad y diversidad, 2018; mención especial en 2019; tercer lugar en Certamen de Hiperbreves de Candelaria, 2018; tercer lugar Microrrelatos Médicos AMIR 2019.
Ha publicado sus microcuentos en diversos medios digitales y tradicionales. Actualmente, participa de forma activa en las redes sociales y sus microcuentos pueden ser leídos en www.facebook.com/microficciones. Dirige la editorial Cartonera Alebrije, donde se editó su volumen Cuentos incómodos. Las pequeñas cosas (Ediciones La Palma, 2017) es su primer libro.
Hoy Paola Tena comparte con nosotros tres de los microrrelatos recogidos en Las pequeñas cosas:
Semilla de sirena
Para Darío López,
principio y fin.
Nació en un pueblo de pescadores. Y una noche su abuela le contó un secreto:las perlas son en realidad semillas de sirena. Años después, sentado en el borde del muelle, entrevió una ostra sobre el lecho rocoso y poco profundo del mar. Hundió la blanca mano para alcanzarla agitando las aguas con remolinos de arena y cuando la abrió, descubrió dentro una perla redondita y brillante. Se llenó de alegría, la guardó en el bolsillo de su pantalón como quien esconde un tesoro, y volvió corriendo a casa. La sembró en una maceta llena de arena que regaba a diario con agua de mar. Justo el día de su cumpleaños brotó una sirena, primero un pequeño germen, una mujercita diminuta de sedoso cabello rojo, que con los días fue creciendo y creciendo hasta alcanzar el tamaño de una mujer de verdad. Celebraron una boda secreta con una tortuga marina y dos gaviotas por testigos, se juraron amor eterno y al final, ella lo tomó de la mano y se adentraron en el mar. Nadie volvió a verlo, ni supieron más de él. Si tú preguntas por ahí, sabrás que la gente del pueblo no recuerda a ninguna mujer-pez, pero a él sí. Dicen que se perdió entre las dunas, o que quizá se ahogó una noche, o incluso que vendió la perla y ahora es rico. Los más entendidos en las cosas de la vida, saben que habita en el fondo del océano, con su esposa sirena de cabellos rojos, donde ya nadie le llama el loco del pueblo.
Día de muertos*
El día de difuntos el abuelo vino a visitarnos. Mi abuela disimuló el asombro y le puso su lugar en la mesa, que adornó con flores de cempasúchil y veladoras gordas de santos. Le sirvió un plato de tamales y una taza de atole. Pero después de la cena el abuelo no se quiso ir. Se sentó en su sillón y cogió el periódico. Mis primos se reían y preguntaban: «¿ no que el abuelo se murió en la guerra? » Él se enfadaba y les respondía que estaban locos, qué muerto habían visto que le gustara tomar atole leyendo el periódico. Mi abuela sonreía feliz y hacía como que no entendía nada, y siguió disimulando desde aquel día de muertos, en que los tamales y el
atole se enfriaron en la mesa.
*En México, el 1 de noviembre es tradición preparar un altar para aquellos que se fueron, con flores, comida y bebida. Muertos y vivos conviven por una noche, para luego despedirse hasta el siguiente año.
La vida entera
La bala abandonó el cañón del fusil, y mientras avanzaba lenta hacia el condenado, le dio tiempo de huir ayudado por el pequeño grupo de rebeldes junto a los que se había levantado en armas. Se escondió en una aldea cercana, raptó a la ahijada del cura y lo obligó a casarlos después de jurarle amor eterno. Escaparon montados en el caballo robado al alguacil y pasaron por campesinos en un pueblo donde no les hicieron preguntas. Le pusieron una azada en una mano, pero con la otra cogió un saco de monedas de oro que encontró bajo el colchón de la viuda dueña de la finca, y se pagó el barco hacía el otro continente, donde fue traficante de esclavos. Se enamoró de una mulata fuerte que lo llenó de hijos a los que les contaba historias increíbles de guerra y sangre, y murió de viejo en los brazos oscuros de su mujer casi sin sentir la bala que le atravesaba limpiamente la frente, mientras el pelotón de fusilamiento lo veía caer con una sonrisa en los labios viviendo lo que no iba a ser.