Miguelángel Flores, cordobés de nacimiento y sabadellense de crecimiento, nos cuenta que fue parido en 1967, a un año de que Massiel ganara Eurovisión y a dos de que el hombre pisara la luna por primera vez, y que aunque pudiera parecer que esto no dice mucho de él, sí lo hace. Es el menor de doce hermanos, lo cual también dice bastante. El haber estado toda su vida rodeado de mujeres dice el resto de todo. Le bautizaron con dos nombres de tíos carnales y años atrás, en un ramalazo de autoafirmación, decidió convertirlos en uno solo, único y rotundo.
Escribe -según sus palabras, «de oído»- microficción y teatro, y siente que ambas cosas le dan la vida y se la quitan a partes iguales. También dirige aquello que escribe y, a veces, actúa. Todo lo suyo le gusta en este orden: escribir, dirigir, actuar, llevar su casa.
En teatro ganó el premio literario Carro de Baco, y algún que otro más en festivales o muestras teatrales. Algunas de sus obras estrenadas son: Anda que no te quiero, Consuélame, Consuelo, La vida que bailo, Palomitas de maíz, Moscas, Favor por favor, El morir de Anselmo o A palo seco y la rebelión de las Nancys, que permanece actualmente en la cartelera madrileña.
Desde que se dedica al microrrelato ha destacado en diferentes certámenes. Entre otros, ha sido ganador anual en La Microbiblioteca en dos ocasiones, dándose la singularidad de que esta misma tarde recibe su segundo galardón en dicho concurso; también fue ganador de Los Niños Del Paraguas, de Aguas de Cádiz; obtuvo el primer premio en el Madrid Sky; consiguió un accésit en el Carmen Alborch de Fundación Montemadrid; y fue dos veces finalista anual en Relatos en cadena y finalista en IASA Ascensores.
También ha aparecido en publicaciones colectivas y antologías del género. Algunas de ellas son: De antología, la logia del microrrelato, de editorial Talentura; Relatos en Cadena, de Alfaguara; Algo que me urge contarte, crónicas ventanianas; Un tiempo breve, de Esta Noche Te Cuento; Los pescadores de perlas, de Ed. Montesinos; y Pequeficciones. Piñata de historias mínimas, de Parafernalia ediciones.
En 2014 la editorial Talentura publica su primer libro de microrrelatos en solitario: De lo que quise sin querer. Y en 2021 la editorial Bululú publicó su segundo libro: De dolor carmesí.
El autor ha querido compartir con los lectores de Amanece Metrópolis cinco relatos de este último libro:
AMOR MIMÉTICO
Dejé de sentir dolor definitivamente. Arrancarme el corazón ha sido como quitarme unos zapatos que apretaban demasiado. Al principio pensé en donarlo a la ciencia, por si le sacaban algún provecho. Pero al finalhe optado por meterlo entre dos libros, de Bécquer y de Neruda, para que, por primera vez, se sintiera como en casa. Luego, en el hueco que ha dejado en mi pecho, he incrustado un camaleón que vivía ensimismado en un terrario. Por lo que, además de que el bicho me mantiene sorprendida con su fisonomía de matasuegras, ahora, aun sintiéndome incapaz de amar, disimulo y lo parece. Y lo hago como nunca antes, con calma y en colores diversos y variados, camuflada y sin que duela.
MUÑECAS
Al entrar, me presenta a mi nueva familia. A los que a partir de ahora serán mis padres. A mis hermanos. Una de ellos, más pequeña que yo, se acerca y me ofrece una muñeca. Lo miro a él, aprueba con la cabeza y, aunque sigo sin ganas de sonreír, la acepto. Luego continuamos y me enseña la cocina, el baño, el patio, la despensa, el palomar. Las rejas en las ventanas. Lo último que me muestra es la que desde hoy será nuestra alcoba.
LA RUTINA CASI MATA
Siempre se cuelga en sábado, a media mañana, sin apenas hacer ruido. Y ahí permanece hasta que llega su mujer apresurada a bajarlo, como puede, y a ponerle crema hidratante en el gaznate. Pues la soga, que es de cáñamo, al que es alérgico, le produce un sarpullido terrible. Hay ocasiones en las que la esposa lo encuentra pataleando y otras en las que oscila ya en redondo, pero aún vivo. Depende de lo que tarde en llegar de la cocina, donde guisa las lentejas de cada semana. Sin chorizo ni morcilla, por aquello del colesterol. Luego, las comerán de cara a la tele, sin verla. Solo por no mirarse entre ellos. Por no ver ella el verdugón de los sábados en el cuello de él, ni él las cicatrices de los lunes en las muñecas de ella.
EL ESCONDITE
A mi hermana la perdimos esta mañana dentro de un paraguas negro. Era del abuelo, del que se murió de pronto y sin ganas. Siempre está en el paragüero de la entrada. Mi madre no quiere deshacerse de él; para no olvidarlo, dice, o por si llueve.
Rosina lo cogió para jugar y mamá le chilló que ni se le ocurriera abrirlo dentro de casa, que traía mala suerte. Pero ella, que ya lo había abierto, con el grito se puso tan nerviosa que lo cerró estando debajo y la tapó entera. Viendo que no salía, lo desplegaron y Rosina ya no estaba. Mi madre se ha llevado una irritación de las suyas y tuvieron que darle Agua del Carmen. Hay que ir a buscarla, dijo alguien. Y he ido yo, porque si no, me tocaba poner la mesa.
Llevo rato aquí y aún no la he visto. Esto está lleno de niños perdidos o fugados, jugando al escondite. Me he sentado a esperar a que la encuentren o a que salga ella para salvarse. Entonces, me acercaré y le diré que tenemos que irnos, que mamá casi se desmaya y que nos están esperando para comer.
(Relato ganador del certamen Los niños del paraguas)
FAMILIA ATÍPICA
Tenemos que llevar una foto de nuestra familia a clase. Quieren que expliquemos cosas de ella. Delante de todos. No creo que pueda. En casa no he dicho nada, no me entenderían. He estado buscando por los armarios y los cajones alguna en la que salgamos bien. Quiero decir normales. Pero en muchas se le ven a mamá claramente las alas. O mi hermana se nota a la legua que es casi transparente. Además, en ninguna tiene mi padre la cabeza en su sitio. Ni la abuela los pies en el suelo, flota en todas. Temo que con todo esto empiecen a verme como un niño raro, que se pongan a hacer preguntas y descubran que me gustan los chicos.