Hoy se asoma a nuestra metrópolis Miguel Á. Molina (Madrid, 1969). Vive en Leganés (Madrid) y se dedica a la enseñanza. Es autor de cuatro libros de relatos: En 99 palabras (Ed. Bubok, 2011); 99×99 microrrelatos a medida (Ed. Baile del Sol, 2016); Diluvio personal (Ed. La Kermesse Heroica, de Legados Ediciones, 2019); y su última obra, El náufrago que bebía whisky (Ed. Letra r, 2022), donde aparecen textos de distintas longitudes, desde nanorrelatos a relatos breves, y de la cual se ha dicho que es «un bestiario humano, una colección de monstruos en forma de temores, […] un viaje hacia las paradas de los monstruos que anidan dentro de todos nosotros».
Miguel Ángel ha ganado distintos concursos de microrrelatos y algunas de sus historias han aparecido en antologías del género, así como en revistas y periódicos que promueven este género literario.
El autor ha querido compartir con nosotros los relatos que siguen, todos ellos de El náufrago que bebía whisky:
DESEOS COMPARTIDOS
El niño querría entrar en el videojuego y sustituir al soldado al que maneja. El soldado reza en la trinchera para que le concedan su deseo.
PUNTO FINAL
El escritor de guiones, harto de decepciones mayúsculas, entró en coma. Tras una aguda exclamación se quedó suspendido en un punto. Muerto.
LUZ PERPETUA
Después de que una espada otomana rasgue a traición sus tejidos vitales, Vlad Draculea, príncipe de Valaquia, se deja llevar hacia la luz convencido de que lo conduce directo al paraíso. Un poco antes de alcanzarla una fuerza desconocida lo zarandea para trasladarlo de vuelta al mundo de los vivos reencarnado en un bebé. Este recién nacido, a priori inocente, décadas más tarde dirigirá con mano férrea su país hasta que la muerte también lo guíe hacia la luz. Tras él, uno tras otro, durante siglos, generales psicópatas, reyes sádicos, criminales de guerra y dictadores genocidas seguirán intercambiándose al final de ese camino luminoso.
Hoy, 25 de septiembre de 2021, las noticias informan de que ha fallecido el coronel ruandés Théoneste Bagosora, artífice del asesinato de cientos de miles de personas de etnia tutsi. Un minuto después de su muerte ha nacido un niño rubio, de ojos azules, en la planta de maternidad del hospital Clínico de Madrid.
8 DE DICIEMBRE DE 1980
Stephen Flynn, jefe del servicio de urgencias del hospital Roosevelt de Nueva York, tuvo ese lunes una guardia más tranquila de lo habitual y regresó a su vivienda menos cansado que otras noches.
Steve Spiro y Peter Cullen patrullaron las calles neoyorquinas sin apenas sobresaltos. Lo único destacable en su parte diario de sucesos fue la detención en la calle 72 de un desequilibrado al que le incautaron un revólver 38 Special, de Charter Arms, cargado con balas de punta hueca.
Paul Goresh volvió a casa con nuevos carretes llenos de fotos en los que su artista favorito firmaba autógrafos a la puerta de su apartamento. Ninguna de ellas tenía la calidad suficiente para ser portada de la revista Rolling Stone, pero para él eran el mejor de los tesoros.
José Sanjenís Perdomo, portero del edificio Dakota, terminó la jornada repitiendo a los pocos curiosos que aún quedaban por allí que él era quien había denunciado al chiflado que, cansado de esperar a su ídolo, empezó a gritar que estaba allí con la idea de asesinarlo.
Mark David Chapman fue detenido minutos antes de las doce de la noche acusado de portar armas sin permiso y tras varios interrogatorios lo ingresaron en un psiquiátrico. Durante el encierro se dedicó a leer de forma compulsiva El guardián en el centeno y a tararear «Let it be». Pasaron muchos años hasta que pudo pisar la calle de nuevo y cuando al fin pudo lograrlo cambió su nombre por el de Holden Caulfield. Pocas semanas después de alcanzar la libertad se quitó la vida. En la nota de suicidio hallaron escrito el estribillo de «Help!».
John Lennon, acompañado de Yoko Ono, regresó a su apartamento mucho más tarde de lo habitual porque al salir del Record Plant Studio, donde mezclaban «Walking on thin ice», la limusina se negó a arrancar. Tras numerosos intentos consiguieron llegar a casa segundos antes de la medianoche. Después de darle el beso de buenas noches al pequeño Sean cenaron algo ligero y se fueron a descansar.
La mañana siguiente John despertó con el recuerdo de una pesadilla que le había impedido dormir. En ella un desconocido le disparaba cinco balas alcanzando unas de ellas su aorta para acabar con su vida. Esa misma tarde escribió una canción en la que relataba este hecho y a los pocos meses fue número uno en ventas. Cuarenta años después la letra aún pone los pelos de punta a los fans por su realismo. Tras ese éxito volvió a los primeros puestos de las listas con una canción en contra de la guerra de las Malvinas. Hoy es algo normal que John componga un nuevo canto de paz en cuanto surge otra guerra.
Lennon aún se arrepiente de haberse negado a hacer una última gira como «The Beatles» y, si pudiera, volvería a juntarse con sus compañeros. Sabe que es imposible. No porque el cáncer se llevara a George, sino porque cuando piensa en ello un tipo gordito con gafas se le aparece en sueños apuntándole con un revólver.