Hoy amanecemos con Mar Horno García (Torredonjimeno, Jaén, España, 1970), documentalista de televisión y escritora en ratos mínimos. Lectora empedernida y escritora aficionada desde pequeña, descubrió el género del microrrelato en 2010. Después de realizar varios talleres de microrrelato, abrió un blog en Internet llamado Maremotos donde empezó a publicar sus primeros textos además de en varias antologías de microrrelatos y revistas digitales.
Ha ganado diversos certámenes de microrrelatos y cuento como: La Microbiblioteca; Trabajar en Información y Documentación, de la Universidad de Salamanca; ¿Dónde lees tú?, de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez; Fundación Casa de África; Abecedario Solidario, de la Universidad de Jaén; Relatos de viajes 2013, de La Cadena Ser; Premio Molino de Bonaco 2015; Concurso de Microrrelato Villa Baños de la Encina o el Certamen de Relato Corto Villa de Sabiote.
Considera la escritura como una tabla de salvación, un refugio, una máquina del tiempo para viajar dentro y fuera de la realidad, pero también, para sumergirnos en el fondo de nosotros mismos.
Publicó en 2013 su primer libro de microrrelatos titulado Precipicios habitados con la editorial madrileña Talentura. Son un conjunto de textos donde se mezclan las historias de personajes en situaciones límites y asfixiantes con otras de corte fantástico o de realismo mágico. El libro quedó finalista en los Premios de Narrativa Ciudad de Alcalá.
Podemos disfrutar de algunas joyas mínimas escritas por esta gran autora española de microrrelatos en la breve selección que presentamos, así como en su blog Maremotos.
LOCURA FAMILIAR
Sus labios perfilados se contraen para dejar escapar un silbido corto. Parece fortuito pero sabemos que después se pasará un buen rato cantando. Seguimos a lo nuestro. Papá pega una nueva pieza en su maqueta. La sirvienta enjuaga cansancio y platos en el fregadero. Mi hermana perfecciona su maledicencia con la vecina. Yo, escribo. De pronto se deja oír un trino largo, un gorjeo maravilloso, quiebros imposibles, floreos, cascabeles, y, como todas las mañanas, vemos salir a mamá volando por la ventana. Volverá al atardecer para dormir en el perchero de su alcoba. Yo quería internarla pero papá fue categórico.
—¿Acaso no quieres ser tú poeta? Déjala a ella que sea pájaro.
EL CORAZÓN EN LOS PIES
A Eleanora se le cayó el corazón a los pies. Se le descolgó del pecho y quedó varado entre el talón y los dedos del pie derecho. Hace un ruido de cascabel huero al andar. Se le ha instalado un vacío angustioso en el pecho y un inútil lleno en el plantar. El doctor le ha dicho que habrá sido por un trauma o un desamor, y entonces ella recuerda dolorosamente que su amante la ha abandonado. Después del diagnóstico, le recomienda una vida tranquila y que no intente enamorarse por el momento. Así que ahora ella se pasa los días sola, podando la pena, observando el vuelo de las libélulas y metiendo los pies en las aguas del lago para calmar las arritmias. El médico le ha dicho que tranquila, que no le quedarán secuelas. Si acaso, una leve cojera al amar.
LOS SUICIDAS
Poca gente sabe que a los ahorcados nos gusta balancearnos colgados de nuestra cuerda. Ya sea de una lámpara, de una rama o de una viga, amamos ese movimiento suave, ese bamboleo silencioso de mitigación del dolor, esa ondulación pendular de resarcimiento de nuestras culpas. Así nos sentimos libres al fin, como globos de colores, esperando que algún niño coja nuestra soga y nos pasee por el parque. Sabemos que es solo un sueño, que siempre termina viniendo algún desalmado que nos descuelga para meternos en un cajón triste, para mantenernos otra vez prisioneros, otra vez esclavos, otra vez dominados. Aunque nunca perdemos la esperanza de que las cosas puedan ser de otra manera, nunca perdemos la esperanza de que llegue antes el niño que el diablo.
(En Precipicios habitados, 2013)
EL MAR TAMPOCO ES EL MAR
Hay una mujer sentada en la playa. Los ojos fijos. Parece estar secando al sol alguna pena. La mar le queda de frente y se mueve adelante, atrás, adelante, atrás, en olas gordas como vientres preñados. Finalmente, una se hincha en una redondez descomunal de espuma blanca y en una última contracción expulsa un pez a la orilla. La mujer, impasible, lo mira boquear a sus pies, abrir las branquias con desesperación, coletear dejando caprichosas huellas en la arena. Le falta una aleta. De pronto la mujer lo recoge, pero no lo devuelve al mar. Lo acuna, intentando retener su cuerpo resbaladizo. Lo protege contra su pecho seco. Ella es otra, más anterior. El pez tampoco es un pez.
ANATOMÍA DEL AMOR
A Federico la vida se le metía por los ojos. Por eso los mantenía cerrados a o escondidos detrás de unas gafas muy oscuras. Si no lo hacía así y miraba el mar, por ejemplo, el océano entero le entraba por la pupila, incluidos islas, barcos y sirenas, y se quedaba varios días con un intenso, aunque placentero, dolor de cabeza y algunos peces aleteando en su estómago. Cuando era joven y la curiosidad por el mundo era más fuerte que los efectos dañinos de su don, su iris no pudo negarse y absorbió con fruición a una bella joven. A pesar del susto inicial la muchacha se quedó a vivir varios meses. Fueron felices hasta que ella se fue cansando de los ruidos acuáticos de la sangre, de las corrientes de aire que entraban por la garganta y de pasear sola por los intestinos. Un día se sintió prisionera y escapó por el oído. Federico se negó a volver a sentir las dolorosas punzadas de otros zapatos de tacón en sus vísceras y se fue a comprar sus primeras gafas de sol. A pesar de todo se niega a operarse el bolso rojo que todavía conserva incrustado en el hígado.