En este primer Amanece con… de 2023 contamos con la presencia de Juan Antonio Morán Sanromán (Logrosán, 1962). Licenciado en Prehistoria y Arqueología, trabajó 23 años en Madrid como docente y dinamizador cultural. La lectura y la escritura lo han acompañado toda su vida, y ha sido ganador del premio de relato de la Biblioteca de Cabezón de la Sal y el premio de relato sobre la Unión Europea del Punto de Información Europea de Campoo, además de finalista anual en 2019 en el prestigioso concurso Relatos en Cadena convocado por la Cadena SER y la Escuela de Escritores.
Desde 2005 compagina las tareas de su alojamiento de turismo rural Sendero del Agua (San Vicente del Monte, Cantabria) con la redacción de guías de patrimonio de la comarca cántabra de Saja Nansa y, sobre todo, con una intensa labor de promoción y difusión del microrrelato. Ha realizado talleres de dicho género en San Vicente de la Barquera, Santander y Cabezón de la Sal, donde estuvo a cargo del taller anual Tinta y Sal de escritura creativa en 2018 y 2019. También ha participado en la convocatoria y organización de concursos de microrrelatos, como Los Jardines Secretos (Ayuntamiento de Marina de Cudeyo, 2011), A qué sabe Cantabria (Parlamento de Cantabria, 2014), En Algún lugar de La Mancha (Comarca del valle de Alcudia, 2015),y La Redonda te Cuenta (Compañía teatral Hilo Producciones, 2018 y 2019), además de ejercer de jurado en los mismos. Pero sin duda es especialmente conocido por ser el alma de ENTC o, por su nombre completo, Concurso para mesilla de noche Esta Noche Te Cuento, certamen que ha conseguido situar entre los más populares e interesantes del ámbito microrrelatista a nivel nacional.
Avatares es su primer libro de microrrelatos, una selección de 66 textos de longitud variable extraídos de 30 años de buena convivencia con la escritura. Avatares busca la diversidad, tanto en formas como en temas: la lejanía que puede separarnos de los que están cerca, la fina línea entre el miedo y la crueldad, los caminos sensibles del amor (deseo, placer, dolor)… Por ello, los relatos se han ordenado sin reunirlos bajo temas comunes, teniendo en cuenta tan solo que cada uno pueda contrastarse con el que le sigue y el que le precede, buscando que el lector tenga que resituarse en el comienzo de cada uno.
Juan Antonio ha tenido la amabilidad de querer compartir con los lectores de Amanece metrópolis los siguientes relatos de Avatares:
El intercambio
Dentro de la rutina que permite el final de una guerra tan penosa como todas, nos hemos hecho la idea de que seguimos teniendo un hijo. Es fuerte y joven. Nos vendrán bien un par de manos más para la siembra. Ha podido aprovechar las ropas del difunto y lo llamamos como a él, Juan. Dice que no recuerda nada más allá de unos días. Mi mujer, mientras le cura la brecha con el ungüento de las cabras antes de dormir, me mira con reproche por haber estado a punto de matarle. Se empeña en el objetivo de olvidar que nuestro Juan murió a manos de soldados norteños como él. He enterrado el uniforme, la mochila y el fusil. En el pueblo se rumorea que su pelotón regresa a los cuarteles de retaguardia, que han dejado de buscarle. Pero no puedo evitar un escalofrío viéndole sonreír mientras afila, ensimismado, la navaja.
Ilusionismo
Fumiko Nimura aprendió a hacer desaparecer un grillo en el interior de sus manos con un soplido. Los sacaba vivos de una cajita dorada, los encerraba entre sus dedos finos y delicados y acercaba sus labios al hueco entre los pulgares para enviarlos al «paraíso de los grillos», así lo llamaba. Pero su querido Tanjiro, que es toda una promesa del béisbol nacional y no se deja fascinar por cualquier bobada, se burlaba de ella, de sus bichos, y aseguraba que «la magia solo esconde engaños y mentiras».
Aunque acostumbraba a acompañarle, un jueves de abril Fumiko no fue a verle entrenar al estadio porque prefirió acudir a una exhibición de escapismo en Kobe. Y jamás regresó.
Unos dicen que el truco se malogró; que el joven escapista era buen carpintero, pero un mago mediocre; y otros que, en realidad, ella siempre quiso desaparecer.
«El Gran Ichiro», en su primer espectáculo, la eligió entre el público y, abrazados, con ese gesto de complicidad que despierta la expectativa de lo asombroso, entraron en un arcón de fresno con las esquinas labradas en madera de Sendai. Los espectadores, aburridos de esperar, fueron abandonando el teatro, que terminó apagando las candilejas y echando el telón cuando se quedó completamente vacío.
Desde entonces, Tanjiro se encuentra confundido. Al borde de su paciencia, ha decidido acercarse a Kobe y merodear por las estancias del teatro, pero sin encontrar aún el valor suficiente para abrir ese baúl abandonado entre bambalinas.
Tregua
Cuando se ausentaba, podía escucharse el suspiro de alivio de los geranios.
El Tesoro
a J.G.
Cuarenta años después, cada rincón de Casares es un escenario vivo de mi pasado. La tienda de Miguel —ya en ruinas— que presumía de vender jabón de lagarto y chorizo de león; el balcón de Marita, cumbre de mi deseo juvenil; el banco de piedra que señalaba la parada del autobús, desde donde escapé con mi amigo Vicen para conocer el estadio Santiago Bernabéu y conseguir una foto con Zárraga, que perdimos poco después.
Durante años mantuve la ilusión de encontrar nuestro particular tesoro, cuyo objeto más valioso era el crucifijo de plata que le robamos a Sor María con toda la intención de cambiarle el destino. Inesperadamente, la caja de latón que lo guardaba apareció donde la dejamos, bajo la piedra plana del muro de Las Albricias. Era evidente que Vicen la había revisado antes de morir.
Aún se conservaba, ya amarillo, nuestro «pacto de amistad eterna», una cajetilla intacta de Peninsulares, tres estampas de mujeres desnudas y un inesperado sobre que, en el exterior, explicaba la ausencia de la joya.
«Sor María ha muerto. No creo que mereciera el infierno. Meteré el crucifijo en su ataúd, pero repongo el valor de nuestro tesoro». Abrí el sobre y allí estábamos los tres: Zárraga, Vicen y yo.
Epidemia
Aunque nunca fue el más popular del pueblo decidimos hacerle la vida más fácil dadas las circunstancias terminales de su enfermedad. Convencimos a Julieta para que accediera por fin a ser su novia el tiempo que le quedase, y sus hermanos, que le habían declarado odio eterno, volvieron a hablarle por pura humanidad. Tras consultar si le apetecía que recuperásemos aquella costumbre de cuando éramos chavales, los amigos establecimos los viernes como «tardes de bolera y cañas». Le readmitieron en la panadería donde trabajaba antes de su diagnóstico, y los del grupo de teatro de la Casa de la Cultura rescataron aquella idea que tuvo de montar un musical benéfico en favor del maestro jubilado de la escuela. En la escena final participarían un centenar de vecinos.
La última revisión con el especialista ha confirmado síntomas evidentes de mejoría, pero los vecinos le hemos advertido que siga con la recuperación poco a poco, que no tenga prisa por recobrar la normalidad, que nunca había habido tanta alegría en el pueblo.
Este verano hemos pensado arreglar el campanario, porque Julieta ha confesado que, ya que ha consentido en semejante insensatez, quiere casarse con él por la iglesia. Bueno… y Braulio con Rosa. Y Manolo con Luis.