En esta ocasión visita nuestra metrópolis Dina Grijalva, una escritora mexicana. Doctora en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México. Realizó una Estancia postdoctoral de dos años en la Universidad de Salamanca, en donde elaboró la antología de minificción erótica Eros y Afrodita en la minificción.
En la primavera de 2008 visitó Buenos Aires y nació como minificcionista. Desde entonces es hacedora y promotora de ese maravilloso género. Sus libros de minificción son: Goza la gula, Las dos caras de la luna, Abecé sexy, Mínimos deleites, Miniaturas salmantinas y Cuestión de tiempo. Imparte talleres de escritura creativa del arte de la brevedad. Ama a los cronopios, cultiva un bonsai y sueña con habitar en Liliput. Minificciones suyas han sido incluidas en una veintena de antologías en México, España, Colombia, Argentina y Perú. Ha publicado también una antología de cuentos eróticos breves: Cuentos de dulce voluptuosidad. Ha sido traducida al mixe, al zapoteco, al mixteco, al griego y al francés.
Dina Grijalva ha tenido la amabilidad de compartir hoy con los lectores de Amanece metrópolis algunos de sus textos de microficción:
Obsesión
Elegí la minificción como mi género literario y desde entonces mi pasión por lo mínimo es total: abandoné mi gran casa construida en medio de una alameda donde tan feliz fui. Ahora vivo en una buhardilla cultivando un precioso jardín, en él un bonsai da sombra a unas briznas de hierba. Contemplo y acaricio a mi caniche mini toy mientras tomo mi petit dejeuner. Sueño con dormir una breve siesta y despertar en Liliput.
Primavera 2021
Sal de casa, la frase se escucha en todas las radios, en las televisoras, en los carros de sonido. Sal de casa, ya no hay peligro, sal de casa. Las locutoras y animadoras siguen grabando sus programas desde su casa y repiten la frase que les indican: sal de casa. Las autoridades colocan espectaculares que nadie ve, con solo tres palabras: Sal de casa.
Nadie sale. Ya no se piensa en trayectos mayores que el de ir de la recámara a la cocina o de esta a la sala. Las calles lucen desoladas, las hojas de los árboles forman tapices en las aceras, nadie sale ni al porche.
Todes han hecho de su casa su mundo.
Me quieren cortar las alas
Desde que brotaron alas en mi espalda, me siento etérea; capaz de elevarme y volar. Desde que me brotaron alas me han querido encerrar. Me ofrecen un auto rojo, un empleo estable, un hogar ibidem, un puesto, una oficina, ¡qué se yo! Todo me ofrecen. Por envidia a mis alas.
Ciudad mía
Me seduce tu alegría, me llenan de euforia tus fiestas. Me asustan tus ruidos. Me embriagan los efluvios que de tus ríos brotan y vienen hacia mí, me rodean, me humedecen. Me encantan los colores que vistes algunos amaneceres y un sinfín de tardes felices. Me seduces, me asustas, me embriagas. Quiero huir de ti, y, cuando no estoy en ti —¿o tú estás en mí?— te extraño. Me abrazas, me excitas, me cobijas, me aterrorizas. Tú impones un ritmo de frenesí en el vivir y alejas el temor de morir; pero no la muerte. En ti parece brotar la vida y acechar siempre su reverso. Me exasperan tus ruidos destemplados, amo el azul de tu cielo. Eres ciudad admirada y temida como ninguna; aquí se muere de muerte natural: es natural que un cuerpo atravesado por un cúmulo de balas llegue a su fin. Culiacán es tu nombre.