El 15 de noviembre de 1959 un pueblo y sus habitantes cambiaron para siempre. El pueblo, Holcomb (Kansas), porque hay quien dice que los lugares quedan, de alguna manera, impregnados del dolor, el miedo o la insania de los sucesos que han acontecido en ellos. Sus habitantes, granjeros en su mayoría, porque cuando una vida apacible y confiada se ve impactada por un hecho tan escalofriante como que asesinen vilmente a uno de tus vecinos más respetados, admirados y queridos y a toda su familia nunca acabas de recuperar la serenidad del todo. Y más cuando estas muertes no son producto de una discusión, ni de una enajenación transitoria. Lo peor de todo es cuando alguien es asesinado… a sangre fría.
La familia Clutter, compuesta por seis miembros (dos de los cuales, las dos hijas mayores, se salvaron de la matanza por no vivir ya con sus padres), era un modelo a seguir. El padre, Herbert, el dueño de una próspera granja que daba trabajo y buenos sueldos y un miembro comprometido con los valores y las necesidades de su comunidad. La madre, Bonnie, una mujer frágil y con severos problemas de depresión, pero muy educada, cortés y bienintencionada. Los hijos pequeños, Nancy y Kennyon, ejemplos de bondad, saber estar y amabilidad. ¿Cómo pudieron ser asesinados en su casa por cuatro disparos que desperdigaron sus sesos y acabaron con sus sueños de futuro?
La respuesta a esta pregunta, que en su momento fue una de las más misteriosas de una América que creía tenerlo todo muy ordenado y orientado en la buena dirección (la de quienes creen que si trabajas duro consigues lo que te propongas, que si no te metes con nadie nadie se meterá contigo), está entre las páginas de un libro que supuso un antes y un después en la forma de narrar. A sangre fría fue la obra pionera de lo que se dio en llamar non fiction novel, un formato controvertido ya que la narración desnuda de unos hechos ocurridos en la realidad se novela, para hacerla más atractiva y para crear una empatía con los personajes que permita sumergirse en su trayectoria vital y sus motivaciones… y eso, cuando hablamos de asesinos, puede ser demasiado para quienes no están dispuestos a entender nada que no sea el ojo por ojo y diente por diente.
Las vidas ejemplares de los Clutter se nos presentan en pocas páginas, ya que el verdadero reto de Capote era acercarse a la personalidad de sus dos asesinos: Dick Hickcock y Perry Smith. La idiosincrasia de estos dos hombres es peculiar, aterradora y está llena de sutilezas, que son las que nos permiten, mal que nos pese, llegar a comprender cómo se han convertido en monstruos. Dick, un joven de 28 años que vivió demasiado deprisa (con esa edad ya estaba divorciado dos veces, tenía tres hijos a los que no veía y había delinquido de múltiples formas), con una inteligencia superior a la media pero sin medios (ni voluntad) para desarrollarla y canalizarla de una manera productiva y no dañina. Perry, de 31 años, mestizo, lisiado a causa de un accidente que lo dejó con las piernas atrofiadas y deformado físicamente, con una infancia de pesadilla, con una sensibilidad artística muy pronunciada pero incapaz de relacionarse de una manera sana con sus semejantes, a quienes acababa odiando aunque lo tratasen bien por tener vidas mejores que la suya.
Este caldo de cultivo, unido al estigma social que pesa sobre quienes han sido encarcelados, que salen de prisión no con ganas de reinsertarse sino con la rabia a flor de piel y con nuevas ideas para seguir viviendo al margen de la ley, fue el que provocó que acabasen aquella aciaga noche en casa de una familia que no les había hecho nada, que no merecía morir de una manera tan salvaje… y que los matasen uno por uno sin ningún tipo de piedad. ¿O sí? ¿Se puede asesinar a alguien y a la vez demostrar algún tipo de cercanía humana con esa persona antes de arrebatarle la vida? Quizá fue precisamente este detalle, tan insólito, tan escabroso, tan interesante desde el punto de vista psicológico, el que tocó el interruptor creativo de Capote, un autor que sabía que podía hacer magia con las palabras adecuadas y convertir una terrible masacre en un relato con tintes poéticos.
No tenía intención de hacerle daño a aquel hombre. Pensé que era un hombre muy amable. De voz suave. Así lo creí hasta el momento en que le corté el cuello. Los Clutter no me habían hecho ningún daño. Como otras personas. Como tantas personas en mi vida. Quizá los Clutter tuvieron que pagar por todos.
No faltaron voces que criticaron su intención, que la pusieron en duda, de hecho. Porque la historia, más allá de lo que leemos estrictamente en la novela, fue más allá: Capote se sumergió tanto en la investigación de los hechos (que tardó cinco años en recopilar, ordenar y narrar), se acercó tanto a los acusados para bucear en las profundidades de sus actos, de su mente y de su alma… que cruzó una línea vital con uno de ellos. Dicen las malas lenguas (que a veces son malas pero no mienten) que, a pesar de esta especial cercanía, pudiendo haber hecho algo en los días previos a la ejecución de los reos (que fueron condenados a pena de muerte), no lo hizo porque sus muertes daban el punto final perfecto a su libro.
¿Difamación? ¿Realidad? Quién sabe… Quizá Capote también acabó planteándose las cosas a sangre fría.
Título: A sangre fría |
---|
|