El octavo largometraje de Jaime Rosales evidencia su característica más acusada. No doblegarse a las modas imperantes, no dar nada por supuesto, no pensar en el espectador como un sujeto incapaz de pensar por sí mismo. En definitiva, no hacer dos películas iguales aunque se reproduzcan notas de estilo. “Morlaix” pone al límite la atención del espectador y lo descoloca a cada giro de tuerca, salvo el último, contradictorio con todo lo visto hasta entonces, y si se quiere, un abuso de gratuidad y de autoría; pese a ello, la estructura se vuelve coherente y armónica; lo que parecen sucesos inverosímiles o fruto de una sublimación del amor romántico corresponde a la estructura ideada por Rosales para dar forma a su relato. El cine de Rosales siempre ha jugado con la experimentación sin convertirse en cine experimental; no es inhabitual en su cine la presencia de algún elemento perturbador, accidente, asesinato, atentado, incesto, prostitución, que provoca un terremoto interno tanto en la película como en el espectador. El espectador es exigido por el director en tiempos donde se nos da cine con la digestión terminada.
No es la primera vez que Rosales mira a la juventud para expresar sus ideas, “Hermosa juventud” fue un ejemplo, “Petra” venía marcada por el pasado juvenil del personaje de Bárbara Lennie en “Girasoles silvestres” y “Sueño y silencio” los personajes, sin ser ya adolescentes, eran demasiado jóvenes como para comportarse desde su madurez. Ahora Rosales con “Morlaix” toma sus elementos de dos en dos y los somete a variaciones con repetición donde el espectador ha de resituarse en tiempo y realidad a cada instante. Múltiples formatos, texturas y colores avisan de las intenciones del cineasta. Una única visión no permite captar con la suficiente precisión si hay una geometría tiempo-espacio-formato o solo lo parece; o simplemente, como dice el propio director, no terminaba de decidirse entre el 35 mm y el 16 y entre el color y el blanco y negro y lo mezcló todo a la espera de un resultado que le satisficiera. Deambulamos así por la imagen panorámica y la foto fija, del color al blanco y negro, desde el formato amplio al formato cuadrado, del pueblo Morlaix a la capital París, de la ficción de una ficción filmada hasta la realidad de la ficción que se nos cuenta. Esa variedad formal no elimina el rigor narrativo, quizás demasiado pendiente de un guion que gira sobre un personaje omnipresente y tres hombres: el amor de juventud, la pareja de una ficción y la pareja del presente. Hay mucho corsé en la estructura y los personajes se resienten.

Y es que la película, hasta que el formato en blanco y negro se rompe y la pantalla se abre a un diálogo entre los actores que, hasta entonces, creíamos solamente personajes, parece transitar los esquemas de una convencional película de enamoramientos adolescentes hasta que sucede el trauma que marcará el futuro de todos ellos. Pero no es así, Rosales plantea una tesis para que los actores debatan cómodamente sentados lo que les parece lo filmado hasta entonces; el Morlaix del título hace referencia a una película filmada diferente a la que estamos viendo, o de la que vemos una parte, una historia juvenil que es analizada desde el punto de vista personal de cada uno de los actores, que, salvo uno, no comparten la solución de quien la haya dirigido. Esa película va mezclándose con la historia real de los protagonistas, la verdadera historia de amor que viven en su presunta realidad de ficción, la ruptura definitiva cuando la joven decide abandonar el pueblo, asfixiada por un ambiente opresivo y sin futuro, y, finalmente, tras una elipsis brutal, la muestra del presente de Gwen, cómodamente asentada en una burguesía sin estrecheces, cuyo pasado explota en su cara cuando uno de los viejos amigos de Morlaix se presenta en París para comunicarle que su amor adolescente ha muerto, el mismo amor que en la ficción filmada no era más que un proyecto o una proyección intelectual.

El círculo se cierra doblemente, Gwen regresa a su ciudad natal donde el tiempo parece haberse detenido, como ella predijo. Los espacios están llenos de fantasmas (algo habitual en el cine de Rosales) que proyectan las imágenes del pasado en la mujer, recorre los espacios compartidos con su amante y sufre la nostalgia melancólica del paso del tiempo. Morlaix es una metáfora del tiempo pasado, del periodo de vida en el que realmente los sentimientos se desbocaban y regían por encima del cálculo. Ese retorno al pasado no sería completo, aunque quede desaforadamente explicativo y redundante, si no cerramos la película de ficción que se filmó mientras asistimos a la proyección de la nuestra. Entendemos que la opción A, filmada y pensada por el director, fue cambiada; 20 años después, el cine del pueblo está proyectando aquella película rodada en la localidad con jóvenes de Morlaix, Gwen revive los sentimientos de ese amor perdido, sacrificado por un bienestar económico, al volver a ver los rostros jóvenes de todo aquel grupo. Hemos visto previamente la escena culmen de la vieja película justo antes de que el juego cinematográfico se revele ante nosotros, cuando Rosales la vuelve a mostrar y reitera lo que sabemos; intuimos que algo ha podido cambiar para que el director vuelva a insertarla, ya que previamente todas las situaciones han tenido una revisión. Así es, el problema es: ¿aporta algo que cambie el protagonista de la acción culminante? ¿Cambia el sentido del amor sublimado que lo muestre una mujer o lo muestre un hombre? Personalmente, la opción igualitaria asumida por Rosales provoca un efecto negativo para la película porque expone fríamente la falsedad de todo lo mostrado; no suma, sino que resta a la inteligente manera de plantear el relato y ofrecernos la puesta en escena. Una buena propuesta con un mal final.

Dirección: Jaime Rosales. España, Francia. 2025. Guion: Jaime Rosales, Fanny Burdino, Samuel Doux, Delphine Gleize. Compañías Productoras: Fredesval Films, Iwaso Films, 3Cat, Les Productions Balthazar. Fotografía: Javier Ruiz Gómez. Montaje: Mariona Solé. Música: Leonor Rosales March. Productores: Jaime Rosales, Jérôme Dopffer. Reparto: Aminthe Audiard, Samuel Kircher, Mélanie Thierry, Àlex Brendemühl, Jeanne Trinité. Duración: 124 minutos.