En este viernes de noviembre amanece con nosotros Mar Horno García (Torredonjimeno, Jaén, 1970). Se licenció en Documentación por la Universidad de Granada y, tras realizar un master en Información y Documentación Científica, trabajó en ciudades como Granada y Sevilla. En 2003 se asentó definitivamente en Jaén donde actualmente trabaja como documentalista audiovisual en Canal Sur, la radiotelevisión pública de Andalucía.
Lectora empedernida desde que era una niña, se adentró en el mundo del microrrelato en 2011, género en el que ha destacado con multitud de premios como La Microbiblioteca, Relatos de viajes de La Ser, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, Trabajar en Documentación de la Universidad de Salamanca, Purorrelato de Casa de África, Premio Molino de Bonaco, Premio de microrrelato Baños de la Encina, Abecedario Solidario de la Universidad de Jaén, Premio Relato Corto Villa de Sabiote, Premio de microrrelato del Ayuntamiento de Quesada, Premio de microrrelato Antonio Garrido, Premio EMT Madrid, Premio 10 años de ENTC o el Premio de microrrelato Iasa Ascensores.
Sus textos aparecen en importantes antologías del género como Los pescadores de perlas, DeAntología. La logia del microrrelato o Un tiempo breve. También en medios digitales como Liebre por gato de Infolibre, así como en prestigiosas revistas como Quimera o Revista Litoral.
Publicó en 2012 su primer libro de microrrelatos, Precipicios habitados, con la editorial Talentura, que quedó entre los cinco finalistas de los Premios de Narrativa Ciudad de Alcalá del Ayuntamiento de Alcalá de Henares (Madrid).
En febrero de 2022 publicó su segundo libro, Náufragos del Océano Índigo con la editorial Bululú, que ha sido seleccionado como finalista del Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España en 2022.
La autora ha querido compartir con los lectores de Amanece Metrópolis los siguientes microrrelatos, todos ellos de su último libro:
La playa de los náufragos
Cuando me despierto por una pesadilla, mamá me abraza muy fuerte y me cuenta mi historia favorita. La de la Playa de los Náufragos. Está en una bahía escondida de la costa sur de Nowhere, comienza siempre mi madre, y se llama así porque, de forma extraña, todas las corrientes marinas del océano Índigo se confabulan para arrojar a sus orillas las botellas que lanzan los náufragos. La arena está jalonada de miles de ellas. Lugareños y forasteros se acercan hasta allí para elegir una. Los hay que prefieren rescatar al que ha escrito un mensaje escueto de socorro; o al que anota con precisión las coordenadas de su ubicación; o al que adjunta una bella poesía. Estos últimos son los más peligrosos, mi niña, advierte ella. Escriben palabras cautivadoras como: «piérdete conmigo», «zozobra en mi boca» o «húndete en mis ojos». Te atraen hasta su islote pero no se dejan rescatar sino que, terriblemente hambrientos de amor, te comen el corazón y te arrojan al mar como una concha vacía. Mamá, ¿y tú has estado allí alguna vez? Ella calla y canturrea. Después se desabrocha el vestido y muestra el hueco vacío de su pecho.
Cifras
Cuando se produce una catástrofe con muchos muertos, ocurre un fenómeno de transmutación asombroso que nadie puede explicar. Las personas se transforman en números. El prodigio ha sido estudiado por científicos y magos de todo el mundo sin que nadie haya podido descubrir el mecanismo del proceso. A los familiares les da igual ese prodigio, lloran desconsolados cuando les entregan su número impreso en una hoja de papel reciclado. Les dan un siete o un ciento nueve, que se llamó Alberto o María y que quisieron ser astrónomos o fontaneros, cultivar un huerto o participar en un club literario. Poco pueden hacer ya. Si acaso meterlos entre las páginas de un libro de álgebra, para sentir que les honran, que estarán acompañados, que hay otras ecuaciones llenas de incógnitas que sí pueden resolverse.
Desarmables
Emilia lo desarmó. Fue mirarlo, sonreírle y sus brazos, orejas, piernas, corazón, todo al suelo. A ella no le debió disgustar porque se agachó con elegancia y recogió hacendosa cada miembro. Luego, por la noche, lo armó con paciencia e hicieron el amor con cuidado para no perder ninguna pieza en las desaforadas embestidas. Tenía cierta pericia porque ya le había ocurrido varias veces. Los hombres son tan desarmables, decía. Pero a veces las articulaciones cogen holgura y ya no hay remedio, algunos de ellos se vienen abajo definitivamente. De tanto amar y desamar, de tanto armarse y desarmarse.
Metamorfosis
La muerte de la famosa entomóloga Fabiana Tribez causó un gran revuelo. Miles de mariposas acudieron al funeral y se posaron sobre su rostro dando color a sus mejillas. El blanco sudario quedó estampado de mariquitas rojas. Sus manos engarzadas por anillos de escarabajos azulados. Su cabello entreverado de libélulas. Sus pies calzados por saltamontes grandes como zapatos. Algunos familiares huyeron a la calle mientras otros intentaron aplastar a los bichos a pisotones, pero la mayoría contemplaron maravillados el espectáculo. Nadie se acordó de llorar. La misa terminó pronto, acuciada por picaduras de avispas y ataques de pánico. El cortejo estuvo acompañado hasta el cementerio por una bacanal de zumbidos y manotazos. Cuando intentaron bajar el féretro a la tumba, un insoportable canto de chicharras ahuyentó al gentío y una nube de miles de alas consiguió llevarse en volandas el ataúd, alejándolo lentamente por el cielo. Los insectos lo depositaron en el bosque y se aposentaron en los árboles cercanos. Allí quedaron a la espera. A los cinco días, la crisálida terminó su metamorfosis y rompiendo poco a poco la madera reblandecida por el rocío, apareció ella transformada y hermosa, desperezándose al sol de la mañana.
Genética
Melquíades nació con un defecto congénito, fruto de la efímera relación entre un matemático y una pintora cubista. Tenía el corazón en la cabeza y la cabeza en el corazón. Ya desde niño razonaba los sentimientos y padecía los pensamientos. Cuando creció, de tanto pensar el amor, el odio o el dolor, escribió sesudos ensayos sobre esas materias, pero nunca consiguió enamorarse ni experimentar siquiera una alegría medianamente desbordada. Con gran pesar de su corazón, por cierto. Y de tanto sentir la física, la filosofía o la biología, amó hasta el delirio la ciencia, aunque nunca logró entender ni la más simple cuestión científica. Con gran pesar de su cabeza. Así que, sintiéndolo y pensándolo mucho, si su padre hubiera escogido a aquella contable, tan aburrida, pero de ojos tan bonitos, quizás él hubiera tenido todo en su sitio.