Existe, en la parte occidental de Disneylandia, un escarpado pico de acantilados musgosos, enmarañadas raíces de árboles y terrenos de espinosas zarzas. Esta atracción, que contiene lo mismo partes de animación que una montaña rusa de agua para niños, se conoce como Splash Mountain, y parece, gracias a los técnicos, una auténtica cima. Quienes han estado allí lo refieren como un divertidísimo paseo. En cualquier caso, sí que se trata del más extraño de todo el imperio Disney: es un monumento imponente a una película que la propia productora ha mantenido fuera de circulación, prohibiendo su realización en DVD o Blu-Ray, durante más de tres décadas.
Estoy hablando, por supuesto, de Canción del Sur (Song of the South, 1946), el primer híbrido de acción y animación de Disney, dirigido por Harve Foster y Wilfred Jackson. Basada en los cuentos recopilados del Tío Remus, a cargo de Joel Chandler Harris, la película sigue las andanzas de un inocente muchacho de Atlanta llamado Juanín (Bobby Driscoll), que se muda con su madre a la plantación de su abuela. En la plantación, Juanín aprende una serie de lecciones de vida y cuentos morales gracias al Tío Remus (el oscarizado James Baskett) en forma de historias sobre el Hermano Rabito (Johnny Lee) y su búsqueda para evadir al Hermano Zorro (Baskett de nuevo) y al Hermano Oso (Nick Stewart).
Entre estos interludios de dibujos animados está, por cierto, «Zip-a-Dee-Doo-Dah» (que en España conocimos como «Siembra dulzura»), ganadora del Oscar a la mejor canción original y que resulta una de las melodías más famosas, queridas y canónicas de la compañía. ¿Qué ha ocurrido entonces para que la que Walt Disney creyó su obra maestra –es una de ellas, sin duda- hoy sea no sólo invisible sino atacada, todavía, por los fanáticos de la corrección política, paladines del más ciego populismo? Si se trata de la quintaesencia de Disney –sencilla, luminosa y espontánea-, ¿por qué esos profetas encuentran la historia de Canción del Sur tan espinosa como el hogar de zarzas donde vive el Hermano Rabito?
Aunque Disney relanzó la película varias veces a mediados y finales del siglo XX, fue seguida por persistentes –y bastante irracionales- acusaciones de racismo. Después de celebrar en 1986 su cuarenta aniversario, la compañía encerró la película definitivamente en sus sótanos, donde hasta hoy permanece. Aun más, en 2010, Robert Iger, director general de Disney, calificaría la película de «anticuada» y «ofensiva» y dijo que no sería realizada en formato alguno para la venta. Paradójica historia ésta cuando, como decía al principio, aunque Disney ha hecho todo lo posible por mantener Canción del Sur oculta, es difícil esconder ese gigantesco paseo por un parque de atracciones, donde las versiones robóticas de los Hermanos Rabito, Zorro y Oso (aunque no del Tío Remus, bien es verdad) entretienen a miles de invitados cada día. Pero volvamos a nuestra película.
Hoy, que Disney ha estrenado Zootopia (Byron Howard, Rich Moore, 2016), quizás el más politizado largometraje de animación en su larga historia, parece el momento ideal para mirar hacia atrás a la película más notoria del estudio. ¿Es digna, pues, de semejante censura totalitaria y tamaña controversia? ¿Hace bien Disney, por otra parte, en mantenerla sin estrenar? ¿O es todo esto exagerado? Mas que nada, me atrevo a decir, es peligroso. Primero de todo, porque es irracional. Nada en la película se acerca, por ejemplo, al virulento racismo de una película como El nacimiento de una nación (The birth of a nation, 1915), la epopeya muda de Griffith sobre los esfuerzos heroicos del Ku Klux Klan para proteger al Sur de la posguerra civil de los antiguos esclavos (interpretada por actores blancos pintados de negro).
Piénsese también en todos esos ejemplos del mejor western de los años cuarenta y cincuenta, construidos en torno a la aterradora maldad de los nativos americanos. O véase, si no y por lo mismo, la violencia desaforada, muchas veces llevada a cabo por población migrante, de la mayoría de las películas producidas por Golan y Globus para la Cannon, por no hablar del infame retrato de Turquía que hace Parker en El expreso de medianoche (aceptada por muchos críticos progresistas como una obra maestra). Claro que los personajes negros de la película, y por aquí deberíamos empezar, son trabajadores de una plantación sureña y sirven a una familia blanca adinerada. Por este motivo, se les muestra como una clase inferior, pero existe aquí una precisión histórica, cuyos rasgos son compartidos por un buen puñado de ficciones actuales. Sin ir más lejos, Django Desencadenado (Django Unchained, 2012), dirigida por Tarantino, y a la sazón extremadamente popular. En toda la década se ha dado ni una sola manifestación contraria a su existencia.
Entonces hay que preguntarse si, dado que no ha tenido algún problema cualquiera de ellas para circular libremente, ¿es, entonces, mucho más crudo lo que se retrata en la película de Disney? La respuesta es negativa. Es decir, los personajes afroamericanos de la película reciben un trato cálido, en particular el tío Remus, que es el mejor amigo y confidente de Juanín, frente a la rancia, victoriana cerrazón de su familia. Blanca, huelga decir. Remus es un carismático narrador de historias y, lo que es más importante, el salvoconducto de la película hacia su mejor parte, el mundo animado del Hermano Rabito. Además de que, aunque sirvientes, los negros sean tratados como amigos, casi familia, toda la película pivota alrededor de un personaje de color (el tío Remus) que asume un papel paternal o de mentor de Juanín. Así las cosas, y dado que la película se estrenó en la década de los cuarenta, casi podría considerarse propaganda integracionista. Estoy seguro de que, en aquella época, que un negro fuera el héroe de un niño blanco resultaría una idea chocante para muchos.
Cabe inducir de todo esto que el problema no es necesariamente lo que Canción del Sur representa, sino lo que elige no representar y esto, en tanto que corresponde a la ética, es muy difícil de juzgar. Nos colocaría ante la misma perspectiva de esas dictaduras que condenan a sus disidentes no tanto por decir sino por callar. Mucho cuidado, entonces, con dicha cuestión. Si atendemos a la crítica, y aunque las maravillosas historias originales de Harris se ambientan en Georgia después de la Guerra Civil, la adaptación cinematográfica, salvo que uno preste atención, nunca deja claro cuándo se desarrolla la historia. El vestuario de Juanín y su familia pertenece a la época victoriana, es decir, a la época de la Reconstrucción americana (1865-1877). Algunos han optado, pues, por el camino más rápido: asumir que la película está ambientada antes de la Guerra Civil, y que Remus y la Tía Blanca, a la que interpreta la legendaria Hattie McDaniel -rescatada de Lo que el viento se llevó (1939)-, son esclavos felices.
Desatinado, cómodo e irreal camino para ciertos críticos o activistas, por llamarlos de alguna forma. Nadie espera, sin embargo, en plena década de los cuarenta, una reflexión seria sobre la identidad racial en el cine de Disney. Si se hubiesen desprendido algunos de ciertos velos, reconocerían que, a diez minutos del final, el Tío Remus decide marcharse de la plantación, admitiendo ser «un hombre libre». Dado que ningún esclavo lo era, ¿no sería más fácil suponer que ya ha acabado la contienda? Y no olvidaré mencionar que la película pone de relieve una rica cultura afroamericana que, sin duda, habría sido relativamente desconocida en aquella época. Los cuentos del Tío Remus se basan en la tradición oral de la comunidad negra de los siglos XVIII y XIX. Hay varias escenas que muestran cantos conmovedores en grupos compuestos por personajes negros mientras Juanín observa desde lejos. De tal que forma que, si el racismo fue el eje motivador de esta película, ¿por qué introducir tantos atributos positivos de la cultura negra y establecerlo como tema de la película?
No es que, como ha dado en afirmarse, Canción del Sur esté saneada o blanqueada (pido disculpas por el inevitable juego de palabras), sino, y esto es verdad, sí despojada de cualquier significación política, histórica o ideológica. Incluso el padre de Juanín (Erik Rolf) se dedica a escribir artículos en un periódico, por los que se ve abocado a huir, y de los que ninguna otra información se nos da. Caramba, la mayoría de las películas de Disney están ambientadas en un pasado mal definido e idealizado y, si bien es cierto que las palabras «esclavo» o «esclavitud» nunca se pronuncian y los detalles de la relación económica entre negros y blancos son deliberadamente imprecisos, al eliminar cualquier detalle concreto de tiempo y lugar, Disney convirtió la plantación en una suerte de utópica Arcadia donde negros y blancos viven en armonía.
Maravillosamente animadas, las secuencias del Hermano Rabito poseen un clarísimo mensaje y moraleja: no se puede huir de los problemas y que no hay lugar como el hogar. ¿No hay aquí, pues, un canto a la reconciliación post-esclavitud? ¿Una llamada a la convivencia fraternal entre humanos, sin distinción de color de piel? Resulta difícil pensar que nada de esto haya sido intencionado. Creo, por el contrario, que Disney vio al tío Remus como un personaje positivo. Algunos críticos han observado, de hecho, y con mayor acierto, un parentesco entre el Tío Remus y el Tío Disney, hombres con una creencia inquebrantable en el poder de las historias que han dedicado sus vidas a entretener y educar a los niños. No lo olvidemos: aunque la autoritaria madre de Juanín (Ruth Warrick, también habitual en el cine de Welles) ordena repetidamente a Remus que no le cuente más historias a su hijo, esas mismas historias son las que salvan la vida de Juanín al final, herido casi de muerte por un toro salvaje.
¿Y qué decir del final? Mundo imaginario y real se entremezclan, por fin, ante la incrédula mirada del Tío Remus, sólo cuando la familia de Juanín acepta que la amistad del niño y el anciano cuentacuentos es un hecho innegable y necesario. Un plano de las manos de Remus y Juanín unidas, y la emocionada mirada de la madre y la abuela (que interpreta la legendaria Lucile Watson), son suficientes. Por si no fuera poco, toda esta llamada a la fraternidad y la igualdad queda demostrada también en la última secuencia, en la que Juanín y su amiga Tina (Luana Patten) y los dos personajes principales de color, el tío Remus y el niño Tobías (Glenn Leedy), parten, junto a las criaturas animadas, ya reales, hacia un horizonte libre y lleno de ilusión.
Canción del Sur es una fábula idílica, llena de buenas intenciones, acaso producto de su tiempo y, no por nada, aunque las protestas y piquetes realizados contra ella (hoy también contra Lo que el viento se llevó y pronto, no me sorprendería, lo harán contra Centauros del desierto, también por «racista») son casi tan antiguas como la propia película, cada vez que se ha reestrenado, ha supuesto un cuantiosísimo beneficio económico a la productora que, en un típico ejercicio de doble moral, hoy transige con la demagogia de los tiempos. ¿Merece, pues, Canción del Sur, permanecer encerrada, escondida de la vista del público? No encuentro complicación alguna ni miramiento a la hora de responder: no, nunca. Quizá porque esa respuesta es idéntica para esta y cualquier otra pieza de valor artístico.
Hablando de valor, por cierto, la película lo tiene incluso en el plano histórico, sobre todo visualmente: fue el primer film en color rodado por Gregg Toland, el director de fotografía de Las Uvas de la Ira (John Ford, 1940) y Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941). Me atrevería a decir que algunos de los primeros planos de los personajes, en la oscuridad de las cabañas, tienen casi un aura wellesiana, de hecho. La mezcla de animación y acción en vivo es, además, sorprendente para su época, aunque la riqueza y profundidad de la fotografía de Toland no puede ser apreciada en las copias de contrabando que circulan. Quien escribe estas palabras consiguió una copia en alta definición a través del escaneo en 35mm y ni siquiera esa, aun siendo magnífica, le hace la suficiente justicia (las fotografías que se adjuntan en el artículo están extraídas de dicha copia).
Así que, incluso si admitiésemos que hay aspectos discutibles en la película, seguramente existe una forma en la que Disney podría estrenar Canción del Sur, colocando la película en un contexto histórico apropiado, reconociendo sus defectos –suponiendo que los tenga- y argumentando su importancia (y la importancia de no fingir que nunca existió) con un opíparo surtido de características especiales en el Blu-Ray destinado al uso comercial. Estoy seguro de que el público apreciaría esto más que nunca.
Ya sé que, en tiempos de relativismo, un feliz feliz, en el que todos puedan coexistir en armonía, puede resultar poco más que una vana quimera, como dicta la cultura dominante, pero yo pienso en aquello que se nos avisa tras los créditos: «De una humilde cabaña, de un alegre rincón del Sur, han salido los cuentos del Tío Remus, ricos en sus sencillas verdades, siempre nuevos y actuales». Lo hago con la mente puesta en este Sur del Tío Remus y sus fábulas sanadoras, místico jardín, Edén imaginado, que permanece en la memoria de quienes hemos mantenido vivo lo que otros han tratado de soterrar. Allí, donde importa mucho menos un pasado violento que el más dichoso de los ahoras, confinado el niño a la hogareña calidez de los cuentos morales. Este es el verdadero bien, devenido Sagrada Escritura. A este Edén volvemos y seguiremos volviendo, cima incomparable de Disney y, por tanto, también del más perenne imaginario de la niñez.
Ficha técnica |
---|
|