Hoy comienzo en Amanece Metrópolis una serie de artículos reflejo de los que empecé a escribir en Facebook hace algunos años a instancias de mis compañeros de aventuras. Ni mucho menos pretendo que sean una guía de viajes al uso, se trata solo de pequeños apuntes de lo visto y de las sensaciones acumuladas día a día. Y es que, si algo hemos aprendido a lo largo de los años es que viajar te hacer ser mucho más comprensivo y respetuoso con los demás algo que, sin duda, en este perverso mundo que nos ha tocado vivir nos debería hacer mejores personas a todos.
Ilha da Madeira, un mes de Agosto.
1° día. Funchal, capital de Madeira. Por fortuna, esta vez el hombre o la mujer del tiempo se confundió y el día fue genial. Buen vuelo y buen aterrizaje. Nos habían advertido que la pista era muy corta y el avión caía casi en picado hasta tomar tierra pero de eso debe hacer mucho ya que los madeirenses le han ganado terreno al mar y el avión aterriza sin mayor problema. Nos esperaba a la salida del aeropuerto un VTC que habíamos contratado a través de nuestro casero y después de dejar las cosas en nuestro magnífico alojamiento, un dúplex excepcional para las ocho personas que formábamos el grupo, nos aventuramos a un largo paseo por el corazón de la ciudad. Una ciudad que sorprende y para bien. Para turistas sí, pero diferente, probablemente debido a su ecosistema subtropical y su mirada continua al mar.
2° día. Mañana memorable. Visitamos el Cabo Girão, con un acantilado de casi 600 m. de altura al que se ha adaptado una plataforma de cristal que produce sensaciones escalofriantes. Sin embargo donde mejor me lo he pasado no ha sido precisamente en lo alto de tan mastodóntico cúmulo de rocas y sus fantásticas vistas, ni siquiera con el magnífico almuerzo posterior en Câmara de Lobos, si no lo que verdaderamente me ha resultado fantástico ha sido… ¡el traslado!
En un autobús, autocarro por estos lares, con 38 años a sus espaldas -que se lo pregunté al conductor que conste-, destartalado por completo, con lugareños de lo más singular y que nos ha hecho dar un salto en el tiempo de varias décadas atrás. Me recordó a la España de Paco Martínez Soria y solo faltó la guinda de un Manolo Escobar cantando por el minúsculo pasillo, entre filas de asientos con respaldo de fornica, sus tanguillos de la defensa.
Y todo esto trepando y bajando por una carretera tan hermosa como infernal, entre plataneras, parras y casas en laderas imposibles. ¡Que caja de cambios, señor mío! Sin duda, lo mejor del día y para recordar.
A la vuelta de Cabo Girão un taxista se nos ofreció a llevarnos de vuelta, algo que nos resultaría determinante para el resto de nuestra estancia en la isla. Por el momento nos recomendó un restaurante excepcional en Câmara de Lobos, una ciudad a medio camino de Funchal,. Comimos pescado, de la barca a la mesa, fantástico.
3° día. Sin necesidad de mucho debate, la elección resulta sencilla: hemos contratado los servicios de Domingos, el simpático taxista que conocimos ayer y con el que recorreremos durante estos días todos o, al menos los más emblemáticos, rincones de la isla.
Hoy decidimos darnos un baño en las piscinas naturales de Porto Moniz, en la cara norte de Madeira pero por el camino no dejamos títere con cabeza y Domingos nos llevó por la costa sur de la isla, atravesando ésta después por el Paul de Serra –una extensa meseta a 1500 m de altura-, entre parajes impresionantes, carreteras de vértigo, pasadizos más que túneles de otro tiempo, desfiladeros sorprendentes, cascadas majestuosas y todo ello aderezado por interminables plantaciones de bananeras y viñedos a tutiplén.
De playas, mejor no hablar. Como dice nuestra amiga María: como para dar un paseo en la bajamar. Madeira es una isla de origen volcánico, carece de playas naturales y la mayor parte de la costa la forman laderas y acantilados que se hunden directamente en la profundidad del océano. Por eso los habitantes de la isla han construido algunas playas artificiales o más bien piscinas, como las de Porto Moniz. Afortunadamente las aguas no son frías, supongo que el estar cerca del trópico ayuda y por eso, según nos cuenta Domingos, puede uno bañarse casi todo el año.
4° día. Hoy Domingos nos había preparado una mañana espectacular con la intención de auparnos hasta lo más alto de la isla. Desde nuestro apartamento nos llevó, nunca mejor dicho, hasta casi tocar las nubes. Primero por callejuelas de cuestas increíbles, después entre una espesa arboleda y cuando ésta ha desaparecido por las embestidas de la naturaleza, ha seguido por una carretera restringida que sería la peor pesadilla para cualquier ciclista.
Al borde de quebradas sin fondo, fruto de la violencia volcánica, por fin alcanzamos la cima del Pico de Areiro, a más de 1800 m de altura. Apenas unos decenas de metros por debajo de la cumbre más alta, el Pico Ruivo. Lástima que la niebla de la cima se enfrascara en impedirnos el menor atisbo de la misma, a la que solo se puede llegar desde una larga caminata de 3 horas. Descenso después hasta Santana, en la cara norte de la isla. Por el camino y una vez más entre la frondosa foresta propia del clima subtropical, en Ribeiro Frio, nos topamos con un vivero de truchas que, de paso, nos sirvió para un receso en el camino.
A mediodía Santana, con sus características casas de techos inclinados de caña, las palhoças, pero que, a fuerza de ser sincero, me decepcionaron un tanto porque les queda poco de artesanal y un mucho de reclamo turístico. Pero nos recompensó y con creces el almuerzo. Domingos nos recomendó O Colmo, un restaurante con cierto caché que nos quedó anonadados. Calidad tanto en carnes como en pescados. De la guarnición qué decir, la verdad que cuando apareció para cada uno de los comensales no sabíamos si aquel menú era para nosotros o para los de la mesa de al lado. Hasta el bueno de Mariano, que es de buen comer, creyó que sus viandas quedaban debajo de las verduras que atestaban tan descomunal plato pero que va, estaban en el de al lado.
Después del festín bajamos hasta Machico, la primera ciudad que fundaron los portugueses en la isla. Con una playa artificial de arena traída de Marruecos para deleite de unos lugareños que, por regla general, viven junto al mar pero que lo abrupto de sus costas hacen que solo prueben de este mayormente las caricias de sus vientos y las delicias que les proporcionan sus sabrosos pescados.
Después nuevo receso y valga un refrigerio en el puerto de Funchal frente a uno de los gigantescos cruceros que atracan en la isla. Paseo, vuelta a casa y a esperar a ver con que nos sorprenderemos mañana.
5° día. Domingos nos había preparado una mañana de lo más colorida y una tarde mucho más oscura y violenta. Nuestra primera visita, sin embargo, resultó decepcionante. Y eso que todas las guías que habíamos consultado nos la prometían muy felices pero, el Jardim Botánico da Madeira no cumplió las expectativas. Descuidado y falto de la información adecuada, se diría que bien por la falta de recursos o la desidia de sus responsables nos dio una sensación de abandono bastante deplorable.
Todo lo contrario de nuestra siguiente visita: el Tropical Monte Museu Palace. Un jardín tropical cuidado con esmero y en el que las más de dos horas que sustrajo de nuestro tiempo nos supieron a poco. Con una representación de la historia de Portugal, un hermoso jardín japonés y toda una extensa variedad de árboles y plantas suficientemente señalizadas y cuidadas con esmero hacen la visita realmente entretenida y más que recomendable.
Pero la anécdota del día nos la depararon Isabel y María. Los Carreiros de Monte son unos señores vestidos de blanco iluminado que rememoran empujando calle abajo a los turistas en una especie de trineos de madera, cómo hacían descender antaño sus mercancías desde lo alto de la montaña hasta la parte baja de la ciudad. 2000 metros de descenso más o menos vertiginoso para uso y disfrute, en este caso, de nuestras amigas.
Del almuerzo, qué contar. En Madeira debe ser de los pocos sitios del mundo donde debe darse, al menos en la restauración, eso de bueno, bonito y barato. Hoy la cosa fue de carne con sus famosas espetadas. Fenomenal. Por cierto que en la sobremesa nos dieron a probar un licor que te incendia la garganta pero que a pesar del mal trago nos bebimos algunos entre las risas de Domingos y sus paisanos.
Por la tarde, Domingos nos llevó a conocer la parte más violenta de la isla: sus propias entrañas. Las grutas de São Vicente son el vestigio del pasado volcánico que dio lugar a la formación de Madeira. No se trata de unas grutas vistosas como las que son consecuencia de la acción del agua, como puedan ser las de Aracena que dirían nuestros compañeros de Huelva, pero resultan interesantes para conocer el porqué de la abrupta geografía madeirense.
6° día. Hoy ya no contamos con los inestimables servicios de Domingos. Hemos dado por cumplido nuestro periplo a lo largo y ancho de la isla y vamos a tomarnos los dos últimos días de estancia de auténtico asueto. Así, esta mañana, nos hemos dividido en dos grupos, por un lado los que decidieron embarcarse en una réplica de la carabela Santa María y del otro… los que no.
En mi caso preferí quedarme en tierra. Sí, ante la previsible tesitura de pasar un mal rato hace ya mucho tiempo que decidí que, llegado el caso, este lo sería solo por tratarse de obligado cumplimiento. Así que, puestos a ello, mis colegas y yo nos encaminamos al Mercado de Lavradores de Funchal, una de las visitas más recomendadas en la capital isleña.
Mucho más animado que en nuestra primera visita, hoy el mercado de abastos presentaba una luminosa explosión de color entre sus numerosos puestos de frutas y verduras. En cuanto al pescado nos encontramos con una buena representación de la zona: espadartes pretas, velhas, pargos o lapas que nos hicieron muy amena la parada.
Después, justo detrás del mercado, se encuentra la Zona Velha -el barrio viejo-, de Funchal. Callejuelas estrechas atestadas de restaurantes y donde se concentra una especie de zona alternativa de la ciudad. Puertas decoradas, galerías de arte y en general un ambiente que recuerda entre lo poético y festivo.
Vuelta a recoger a los navegantes que llegaron satisfechos de su travesía hasta la imponente mole del Cabo Girão, su escolta de delfines y el chapuzón de nuestras indómitas Isabel y María. Y con ellos la hora del almuerzo.
Esta vez nos pusimos en manos de la alta tecnología y el famoso TripAdvisor nos recomendó un restaurante en el mismo corazón de la ciudad. Y, cómo no, un nuevo éxito en nuestro peregrinaje gastronómico en Madeira. No se lo pierdan: El cantinho dos amigos. Y ésta vez sin pecar en exceso. Sencillamente excelente.
Ahora, a descansar. Algunas compras para no faltar y mañana será otro día.
7° día. Esta mañana decidimos volver al Mercado dos Lavradores, para aquellos que no lo visitaron ayer en su hora más brillante. Y la verdad que, a los demás, no nos importó repetir. El sábado es cuando más luce este mercado en un arco iris de infinitos colores y multitud de aromas y fragancias. Y una sala de pescados con todas las riquezas que se ocultan en las profundas aguas que rodean la isla.
Después, el grupo volvió a escindirse hasta la hora del almuerzo. Unos prefirieron hacer un receso, disfrutando de las numerosas terrazas que inundan la Zona Velha de Funchal, mientras otros optamos por darnos un último chapuzón en sus cálidas aguas. Aunque Madeira carezca de playas al uso la verdad que los lugareños se las han ingeniado para facilitar el baño de la mejor manera posible a través de terrazas y plataformas con unos servicios de lo más completos.
Hoy, en el almuerzo, rizamos el rizo. Nos habían hablado de O Barqueiro como el mejor restaurante de Madeira. Y la verdad que no sé si será cierto pero lo que sí que tengo claro es que se trata de un sitio excepcional. Aconsejados por José, el pescador del grupo, pedimos un pargo con una apariencia fantástica y con un resultado que no se merece menor calificativo. Al festín se unió un surtido de pescados de la zona y una mariscada por todo lo alto. Y para redondear unos postres sacados de imágenes de ensueño. Y todo ello con esa extraordinaria relación precio/calidad que marca la oferta gastronómica de Madeira.
Terminamos la jornada con las fiestas de la zona de Ajuda, donde se encuentra nuestro alojamiento. ¿Qué más podíamos pedir? Y todavía, nos quedará una mañana para disfrutar de esta maravillosa isla. Que así sea.
8° día. Vuelta a casa. Se acabó lo bueno, dicen, aunque nunca me ha pesado la vuelta al trabajo. A lo mejor, si hubiera nacido rico podría escocerme algo pero, al fin y al cabo, trabajar es lo que he hecho siempre y no se me hace nada empinado.
Para empinadas, como no recuerdo haber visto antes y mira que a fuerza de ser pedante he andado cuestas por muchas partes, pero las de Madeira han superado lo imaginable. Por eso, contratar los servicios de Domingos, un experimentado taxista local resultó tan magnífica elección. Y si a eso añadimos su profesionalidad en el oficio y su simpatía en el trato no podemos poner en duda que fue la mejor decisión que pudimos tomar al respecto.
Con él y gracias a él, hemos recorrido todos o casi todos los maravillosos rincones que nos depara esta isla que ha acabado sorprendiéndonos a todos. Decía yo mismo, antes de iniciar el viaje y a tenor de lo que contaban anteriores expedicionarios de estas tierras, que una semana de estancia en una pequeña isla como Madeira podrían pesar en exceso. Craso error, pero solo fruto de la diferencia de descubrir sus encantos con un fiel conocedor de los mismos.
Sorprendidos por lo animoso de sus ciudades, por la amabilidad de sus gentes, por sus exquisitos manjares y, sobre todo, por sus innumerables y extraordinarios parajes. No se si volveré a recalar en esta isla, aunque seguro que de hacerlo tardaré bastante porque aún me queda mucho por ver y el tiempo nunca me da lo suficiente pero, sin duda, Madeira y sus gentes guardarán un recuerdo imborrable en mí memoria.
Hasta la próxima.