La creación de una película requiere la colaboración de un equipo numeroso de personas. Actores, equipo técnico y otros profesionales obtienen información crucial para su labor de las indicaciones contenidas en el guión. Así pues, hay un formato y anotaciones específicos que todos ellos saben “leer”. Las siglas FX son parte del conjunto de abreviaturas habituales en él, y responden a la pronunciación de estas dos letras en inglés, /ɛf/ /ɛks/, muy parecida a la de la palabra “efectos”, effects /ɪˈfɛkts/. Estas siglas técnicas pasaron al inglés americano estándar en la década de los 50, sobre todo en el lenguaje periodístico. Las traducciones de artículos cinematográficos al castellano las fueron incorporando y hoy día cualquier aficionado al cine las identifica con los efectos especiales de una película, aunque permanecen en el ámbito de la lengua escrita. Como grafías alternativas, encontramos F/X o incluso SFX, que incorpora la s, /ɛs/, de special.
Ese conjunto de artificios y técnicas que nos dejan clavados en la butaca o nos arrastran en un torbellino de adrenalina del que nunca parecemos hartarnos es simplemente magia. Aunque como toda magia, tiene truco. Y en este artículo vamos a hablar de uno de ellos cuyo nombre ha trascendido al castellano, los animatronics.
Existen muchas clasificaciones de los efectos especiales, aunque la más tradicional es la que los divide en mecánicos y ópticos. Los primeros se obtienen durante el rodaje en sí, mediante la incorporación de mecanismos en el set o prótesis de maquillaje. Los ópticos son aquellos en los que las imágenes se crean fotográficamente, ya sea con la misma cámara o en post-producción. Nuestros entrañables animatronics pertenecen a la primera categoría.
Los animatronics ―término híbrido de animate (animar) y electronics (electrónica)― son figuras animadas mediante recursos electrónicos y mecánicos. Aunque su uso pueda parecer relativamente moderno, lo cierto es que en 1908 Richard Murphy creó un águila mecánica para la película de D.W. Griffith Rescued from an Eagle´s Nest, proporcionando así el primer animatronic a la historia del cine:
https://www.youtube.com/watch?v=Ghxyw4zAEAk
Pero podríamos decir que su auténtico desarrollo comenzó a finales de los cincuenta, cuando Walt Disney encargó al escultor Wathel Rogers y al ingeniero Roger Broggie la creación de una figurita que pudiese moverse y hablar a la que llamaron the dancing man (el bailarín). Posteriormente, Disney decidió introducirlos en su primer parque temático, Disneyland, y en 1963 se abrió una atracción llamada The Enhanced Tiki Room, con pájaros mecánicos que se movían y cantaban. El primer animatronic humano también es responsabilidad del equipo Disney: para la Feria Mundial de Nueva York en 1964 crearon una figura parlante y móvil de Abraham Lincoln. Sin embargo, el primer animatronic de los estudios para el cine no llegó hasta 1964. También tenía forma de pájaro y aparecía durante la canción Con un poco de azúcar en Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964):
https://www.youtube.com/watch?v=vLkp_Dx6VdI
A partir de ese momento los animatronics irrumpieron con fuerza en las pantallas, dando vida a seres que de otro modo jamás habríamos visto en una película, bien por la dificultad enorme que habría supuesto rodar escenas con ellos o porque simplemente no existían. Su época dorada va desde mediados de los 70 hasta los 90. Y si hay un artista en este tipo de criaturas animadas cuyo nombre destaca sobre los demás en los 70 y primera mitad de los 80 es el del italiano Carlo Rambaldi. Aunque antes de instalarse en Estados Unidos ya había hecho carrera en su país, trabajando especialmente en películas de género fantástico, terror y giallos, sus mayores éxitos los obtuvo en la Meca del Cine. En 1977 Rambaldi recibió uno de los llamados Special Achievement Awards, galardones que la Academia de Hollywood concede a quienes han contribuido de forma excepcional a la realización de una película cuando no hay categoría de Oscar para esa especialidad (como aún era el caso de los efectos especiales ese año). En este caso lo obtuvo por el más que discutido remake de King Kong (John Guillermin, 1976). Rambaldi creó una máscara animatrónica para los primeros planos de la cabeza del simio, pero sobre todo dos enormes brazos que eran todo un triunfo de la ingeniería mecánica. Construidos con piezas de duraluminio, el mecanismo hidráulico que los hacía funcionar estaba recubierto de goma y crines de caballo y, a pesar de la dificultad técnica que entrañaba, en una escena famosa por su morbo sexual uno de los dedos del simio acaricia y quita con delicadeza el collar y el vestido a la protagonista, Jessica Lange:
Posteriormente el nombre de Rambaldi se vería asociado a la creación de seres de otros planetas. Él fue el responsable de la fabricación de los extraterrestres al final de Encuentros en la tercera fase (Steven Spielberg, 1977). En Alien (Ridley Scott, 1979) Rambaldi dio vida a los diseños orgánicos de H.R. Giger, demostrando su maestría en la escena donde el mítico parásito hace explotar el vientre de Kane, así como en los movimientos mecánicos de la doble mandíbula dentada de la criatura. No es de extrañar que su labor en esta película le proporcionase ―esta vez sí― un Óscar:
En 1982, Rambaldi obtuvo una segunda estatuilla, en esta ocasión gracias al trabajo por el cual se le recordaría siempre: el diseño y puesta en marcha de E.T, el extraterrestre (Steven Spielberg), un ser de gran complejidad por la variedad de movimientos, sobre todo oculares, y por la exigencia del director de que las expresiones faciales de E.T lograsen generar emociones en el espectador. En esta película, Rambaldi usó muy diversos modelos y técnicas, siendo la más sofisticada la animación del alien por medio de articulaciones y “músculos” conectados a cables manipulados manualmente por operadores fuera de la pantalla. Pero el artista italiano siempre contó que sin duda la escena más compleja de diseñar había sido la de la levitación de las bicicletas, en las que no sólo E.T era un animatronic, sino que también los niños eran muñecos con esqueletos mecánicos de aluminio y articulaciones que se accionaban de forma independiente. Estaban recubiertos de goma y vestidos con ropas reales. Las cabezas animadas podían girar en varias direcciones, los pies iban pegados a los pedales y lo que los hacía rotar era el movimiento imprimido a la rueda trasera. Vale, lo dijimos al principio, había truco. Pero sin ellos no tendríamos lo que en verdad importa: la fascinación de la magia.