En esta ocasión visita Yo he venido aquí a hablar de su libro Antonio Soto Alcón, escritor y pintor nacido en Librilla (Murcia) en 1952. Ha participado en diferentes grupos, revistas y antologías, tanto en narrativa como en poesía. A lo largo de su trayectoria ha recibido numerosos premios literarios: III Premio de Poesía Miguel de Cervantes, Armilla (Granada), con el libro En aquellas islas del alma , 1998; mención de honor Premio Internacional Antonio Machado, Colliure (Francia), con el libro Desde mi ventana, 1999; X Premio de Poesía Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, con El libro de los espejos, 2002; II Premio de Poesía Dionisia García, Universidad de Murcia, con Todas las mañanas se asoma un ángel a mi ventana, 2002; Premio de Poesía Antonio Machado, Ayuntamiento de Sevilla, con el libro También en primavera mueren los cisnes, 2002. Ha publicado Lolitas, 1999, Todas las mañanas se asoma un ángel a mi ventana, 2002, El libro de los espejos, 2003, El origen del mundo. Antología, 2004, También en primavera mueren los cisnes, 2004, También en primavera mueren los cisnes, 2004, Pubis Púber, 2011 Pictografía, y La sombra de Arthur, 2015. Hoy nos habla de su obra más reciente, El meditador del tiempo (Huerga y Fierro Editores, 2018), libro de microficción narrativa que presentó en su ciudad natal el pasado 17 de mayo.
Antonio, eres un poeta de trayectoria amplia y reconocida que ha sido premiado en múltiples certámenes. ¿Qué te ha llevado a querer publicar este libro en prosa?
En realidad siempre he ido alternando poesía y prosa. Depende de lo que quiero contar o expresar adopto una u otra fuente. Este libro en cuestión lo tengo escrito y guardado en el cajón bastante tiempo, pero el tiempo se agota y a cada libro le llega su hora de ver la luz, y esta vez, le ha tocado el turno a El meditador del tiempo. Tengo otros libros escritos en prosa que pronto verán la luz.
¿Por qué El meditador del tiempo? ¿Qué ha motivado la elección de este título?
El título se debe a un relato que va dentro del libro. No tuve que darle muchas vueltas, porque me gustó desde el principio y creo que gustará a los lectores. Los títulos ayudan y motivan a saber qué se esconde dentro de las páginas de un libro, y en este caso concreto, creo que he acertado.
Además de escritor, eres pintor. Tienes una dilatada producción, has expuesto en numerosas ocasiones, has publicado dos pictografías (Microsemblanzas de amorosidad traviesa. El detector de ángeles ―con textos de Mariano Sánchez Gil― y Pubis Púber)… ¿Qué relación hay en tu caso personal entre pintura y literatura? ¿Te ha sucedido alguna vez que una misma escena o situación haya sido objeto de una obra pictórica y literaria?
La pintura y la poesía son inseparables en mí, tal es así, que no sabría cuál de ellas es mi favorita, pues me sirven para expresarme de distinta manera pero con el mismo fin: comprender el mundo, conocerme yo. Necesito del color y necesito de la palabra. ¿Ventajas? Nunca me aburro y mi actividad no cesa. Hay un texto de El meditador que explica muy bien el misterio de la pintura: «Querer pintar una rosa es como intentar pintar a un ángel. Tanto la rosa como el ángel son de naturaleza etérea y efímera. Nos está concedido oler su esencia pero jamás tocar sus formas».
Los temas más recurrentes en este libro son el amor y la muerte. ¿Es una temática en común con tu obra poética?
La vida y la muerte están tan unidas, que resulta imposible hablar de una sin pensar en la otra. Se habla o se piensa en la muerte porque se ama la vida. Pero tampoco tendría sentido vivir para no morir, sería horrible. Los dos grandes enigmas del hombre están aquí, junto al amor, y la poesía se nutre de este triángulo.
El meditador del tiempo contiene textos de longitudes variadas, desde dos líneas (Adelfas) a tres páginas (El visitante). Como prosista, ¿hay alguna extensión en la que te sientas más cómodo?
La extensión de un relato no tiene que ver con su calidad. Se puede hacer un relato de dos líneas y otro de diez páginas , y no por esto, ser mejor el más extenso. Todo depende de lo que te pida el texto. De todas formas, yo acostumbro a sintetizar al máximo.
En el libro encontramos nanorrelatos, microrrelatos, algún relato breve, reflexiones, epitafios y siete tratados (compuestos de breves subtextos independientes sobre los temas de sus títulos: los estados del alma, la muerte, el sol…). ¿Adscribirías El meditador del tiempo a algún género determinado?
El meditador del tiempo es un libro inclasificable en cuanto a formato, temática y estilo. Se puede definir como un libro híbrido, entre lo propiamente narrativo y lo poético.
El meditador del tiempo tiene un estilo consistente, dominado por una prosa poética aunque sin artificios. Para ti como autor, ¿qué marca la diferencia entre un poema narrativo y una narración poética? ¿Qué te lleva a decantarte por uno u otra a la hora de escribir?
Es difícil separar los límites entre poema narrativo y prosa poética, pero creo que los grandes poetas como Arthur Rimbaud dejaron claro que no había alguna diferencia en expresarse en verso o en prosa, y más cercano a nosotros está Juan Ramón Jiménez con esa maravillosa prosa de altos vuelos poéticos.
Nada mejor para terminar esta entrevista que compartir con nuestros lectores algunos de los textos que podrán encontrar en El meditador del tiempo.
EL RIO DEL FIN DEL MUNDO
El día tocaba a su fin cuando bajé al río. Entonces, comenzó la noche a la orilla de su corriente. Éramos muchos los que contemplábamos el eterno fluir de sus aguas. Al fin, apareció el barquero, un anciano de aspecto frágil que nos hizo colocar en fila, nombrando sólo a los elegidos. Una vez que la barca estuvo completa, cogió los remos y, con una facilidad asombrosa, comenzó a cruzar con lentitud el río. Los demás allí nos quedamos esperando su regreso.
EL EXTRANJERO
Visité un país donde la gente llora sin descanso como si se tratara de un concierto bajo el universo. Imaginaos la cantidad de notas y timbres que sonaban en mis oídos al escuchar aquellas gargantas rotas. Lo peor es que nadie me dio una razón para tantas lágrimas derramadas. Luego, cuando crucé la frontera leí en un enorme cartel: » Extranjero, no preguntes a los habitantes de esta tierra el porqué lloran, pregúntate mejor a ti mismo porqué era feliz viviendo en el infierno».
EL CAZADOR DE METÁFORAS
Cazaba metáforas como si fueran mariposas. Obsesionado siempre por encontrar la más hermosa, la más ocurrente, la de la imagen más perfecta.
Las buscaba en los lugares más insólitos, en los viejos cafés, en los suburbios, en los prostíbulos e incluso en las catedrales. Su colección llegó a ser tan extensa que tuvo que enumerarlas para no equivocarse. Y allí, en su estudio, expuestas en vitrinas para que no les entrara el polvo, ni las polillas, se pasaba días enteros leyéndolas en voz alta con música de Bach como fondo.
A él nunca le importó lo que había fuera de su mundo. – Las metáforas – decía – son la razón de mi existencia.
LA LLAMADA DEL ESCORPIÓN
Cuando desperté de aquel profundo sueño me encontré a un escorpión paseándose por mi pierna derecha. Un escalofrío me sacudió de arriba abajo. Mi vida dependía de aguijón que el escorpión levantaba amenazante con orgullo.
-No me mates- le dije, bañado en el sudor frío que llega antes de la muerte.
– Es tu destino – me contestó aquel arácnido de negro azabache -. Cada hombre tiene escrita la hora de su muerte, y ya no hay razón para que sigas existiendo.
– Ven mañana – le repuse – déjame al menos un último día de vida.
– Mañana es nunca – ¿Cómo sabré que no me engañas?
– Te aseguro que mañana estaré de nuevo aquí aguardando tu veneno.
Me libré por un día de la picadura del escorpión. Tuve tiempo para ordenar mis papeles y mis libros. Dediqué un tiempo a escuchar mi música predilecta, de leer aquellos poemas que habían dado sentido a mi vida, también contemplé mis cuadros favoritos. Ya al atardecer, asomó la luna en toda su plenitud y belleza, quise entonces apurar el último aliento y la última estrella hasta que el sueño me venció.
– Después de todo esta muerte puede ser dulce, – me dije para mí mismo – prefiero que me mate el veneno de un escorpión que morir en las manos de los hombres.