«Decía en una de sus últimas entrevistas Stephen Hawking que no tenía el menor interés en el advenimiento de una raza extraterrestre. Ante tan sorprendente afirmación de uno de los científicos más brillantes de la historia, cuestionado al respecto, lo justificaba alegando que si en miles de años de civilización no hemos dejado de matarnos entre nosotros qué nos hace suponer que otra civilización más avanzada no tendría las mismas cruentas intenciones».
Vaya por delante que quien suscribe tiene bastante de apátrida. Que eso del apego a las señas identitarias bien a través de la historia de una comunidad, de su lengua y no digamos ya de su raza, lo que se ha dado en llamar «nacionalismo», ha traído innumerables desastres a la historia de la humanidad.
Sin el más mínimo ánimo de renegar de mi ciudad, de mi tierra y de sus gentes quizá el hecho de haber nacido a pocos kilómetros de una línea imaginaria en la que lo más reseñable a ambos lados de la misma es la manera de hablar y quizá también el hecho de haber recorrido buena parte de este mundo intentando aprender de su cultura y costumbres haya tenido que ver mucho en ello.
Por contra cuando el nacionalismo va alcanzando cotas más altas, como por cierto vemos en los últimos tiempos en España con los aires desatados en Cataluña, en Madrid y en buena parte de la ciudadanía, tanto en lo excluyente como en lo incluyente, es cuando más se aprecian sus perjuicios y más se pierde un concepto que debería ser ineludible como el de la solidaridad.
Si a eso añadimos otra lacra como es el afán imperialista de sus próceres, las veleidades vecinas cuando no las licencias y desprecios de sus habituales antagonistas, tendremos un auténtico cóctel explosivo de consecuencias imprevisibles.
Y eso, más o menos, es lo que está ocurriendo en Rusia, en el este de Europa y es la causa principal de la guerra desatada en aquellas tierras.
Vladimir Putin y buena parte del pueblo ruso no aceptaron nunca de buen grado la independencia de Ucrania y de otras de las antiguas repúblicas soviéticas porque consideran que forman parte de su propia identidad nacional.
De hecho el propio Putin reniega de forma notoria de Lenin y los antiguos soviet a los que acusa de haber subdividido el imperio ruso en repúblicas artificiales que nunca fueron estados como tal. De manera especial los casos de Bielorrusia y Ucrania al haber separado entre sí pueblos eslavos hermanos.
En cualquier caso, sin entrar en el eterno debate de la necesidad del arraigo histórico o no para declararse una nación, lo cierto es que el 1 de diciembre de 1991 Ucrania celebró un referéndum para decidir su autodeterminación en el que votó más del 80 % de la población y el 92 % de la misma se decantó por la independencia.
Lo que propiciaría que «la madre Rusia», de una manera u otra, no dejara de intentar ejercer cierto control sobre el gobierno de Ucrania.
En 2013, consecuencia de las sucesivas crisis de índole política y económica sucedidas en Ucrania y según los datos de entonces, el 38 % de la población ya apoyaba algún tipo de asociación con Rusia mientras que el 41 % creía necesaria su integración en la Unión Europea.
Así, las revueltas del llamado «Euromaidán» que se iniciaron en Kiev en noviembre de 2013, donde de forma muy mayoritaria la ciudadanía es partidaria de su integración en la U.E. acabaron derrocando el gobierno pro ruso de aquel momento.
En medio de semejante caos Rusia aprovechó la ocasión para ocupar la península de Crimea de titularidad ucraniana tras la independencia pero de clara mayoría rusa, aduciendo sus derechos históricos sobre la misma y de protección sobre sus convecinos.
Del mismo modo, en 2014, un movimiento se levantaría en la región del Dombás, también de mayoría rusa, que financiado por Rusia reclama su independencia y daría lugar a una guerra en la que se agolpan todo tipo de grupos extremistas y que se ha mantenido desde entonces hasta hoy acaparando ya más de 15.000 muertes.
Además, a partir de la década de los 90 y tras la desaparición de la URSS la entrada en la OTAN de muchos países que habían permanecido más allá del Telón de Acero, temerosos de verse ocupados por enésima vez por su poderoso vecino, y las frivolidades de la alianza instalando sus bases en los mismos ha venido provocando cada vez mayores recelos en Rusia.
En cualquier caso la OTAN, si bien no descartó en su día la solicitud de Ucrania para integrarse en la misma, ni entonces ni ahora, ha manifestado interés alguno por la incorporación de un país sumamente inestable como es el caso de Ucrania, con dudas sobre su calidad democrática y muy a pesar de los deseos y propuestas de los diferentes gobiernos ucranianos.
Lo que tampoco ha acabado con las suspicacias de Putin y la cancillería rusa visto lo sucedido en Polonia, Hungría, Chequia, Rumanía, Bulgaria, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, Letonia y Lituania, antiguos países de la órbita rusa y soviética que se han acabado integrando en la alianza atlántica.
A la hora de escribir estas líneas el ejército ruso se encuentra ya a las puertas de Kiev.
Cuándo caerá Kiev dependerá de la capacidad de resistencia del gobierno ucraniano y de la presión del ejército ruso sobre el mismo. Es obvio que la superioridad rusa es abrumadora pero tampoco va a provocar en Ucrania más destrucción de la absolutamente necesaria. De hecho ya el presidente Zelenski está admitiendo la posibilidad de una negociación, por no llamarlo rendición, en un país tercero.
A partir de ahí habrá que ver cuáles son las intenciones del Kremlin más allá de lo que pueda decirse en estos momentos conforme a esa otra guerra que acompaña a las maniobras militares, la de la propaganda. Que en general distorsiona sobremanera la realidad y dificulta sensiblemente saber lo que está pasando sobre el terreno.
En cualquier caso lo que sí se sabe y debe quedar asegurado es que la posibilidad de un enfrentamiento directo de la OTAN o las fuerzas de los EE.UU. con Rusia quedan descartadas por completo por cuanto estaríamos ante un escenario realmente pavoroso para Europa y toda la humanidad. Una III Guerra Mundial que sí que podría traer consecuencias apocalípticas.
En definitiva, el narcisismo de Vladimir Putin, el respaldo de su corte, un gigantesco poder militar y, salvo excepciones reprimidas en la forma habitual, el apoyo del pueblo ruso, en todo o en parte por esa banalización del mal que tan bien describiera Hannah Arendt, el conflicto se ha acabado haciendo inevitable para sorpresa y clamor de todos.
En esta ocasión sí acertaron los servicios de inteligencia norteamericanos reprobados tantas veces, sobre todo tras sus conocidos amaños para justificar la invasión de Irak en 2003.
Sin embargo el fracaso de toda la diplomacia desplegada y los esfuerzos realizados desde hace meses en aras de evitar la guerra, no debieran denigrarse de la manera que se está haciendo, especialmente desde el ámbito nacional-populista que tanta notoriedad ha adquirido en la Unión Europea los últimos tiempos.
Lo que a buen seguro no sea más que otra estratagema para poner en entredicho a la misma y seguir arremetiendo contra las instituciones supranacionales con su tremendismo habitual.
En lo referente a las sanciones económicas anunciadas por la U.E. y los EE.UU., hasta ahora a ningún ególatra del estilo de Putin le han importado demasiado. Entre otras cosas porque quienes las padecen son el pueblo y no la oligarquía dominante.
(A la hora de cerrar este artículo la U.E. anuncia nuevas sanciones de una magnitud desconocida hasta el momento. Lástima que haya tenido que estallar una guerra en suelo europeo para ello tratándose de los mismos personajes de siempre. Habrá que estar atentos a la reacción de Putin y los intereses del dios mercado).
Además Putin, en su pretendido papel de nuevo zar de Rusia, contará previsiblemente con el recurso de China. Sobre todo después de su reciente reunión con Xi-Ping, estrechando lazos de amistad ante el enemigo común, aunque el líder chino por el momento ha pasado de puntillas sobre la cuestión ucraniana.
No obstante, si bien parece que Xi-Ping no está muy por la labor de decantarse de forma decidida en favor de su homólogo ruso, en todo caso la ayuda que pudiera brindarle sería difícil de intervenir por la comunidad internacional vista la híper dependencia de la misma del gigante asiático.
Por último valga añadir las repetidas contradicciones de esa misma comunidad internacional que se escandaliza, como no puede ser de otra manera, por la invasión de Ucrania y suspende eventos programados en terreno ruso como la final de la Champions, el Festival de Eurovisión y el G.P. de Fórmula 1, mientras da paso a un mundial de fútbol en Qatar a pesar de los miles de obreros fallecidos durante las obras del mismo y las características del régimen catarí.
O, también por ejemplo, en el caso de nuestro país celebrando una Supercopa de España en Arabia Saudita mientras los saudíes bombardean indiscriminadamente a la población civil en Yemen, sin que a nadie le tiemble el pulso por ello.
Por lo que a nuestro admirado Stephen Hawking respecta, habrá que reconocerle pues que no le faltaba buena parte de razón y si a todo lo dicho añadimos otras innumerables amenazas de nuestro tiempo, no parece nada fácil que podamos escapar a tan trágico destino.
[…] no hemos dado lo suficiente en tal sentido y, volviendo a las disquisiciones de Stephen Hawking de nuestro anterior artículo, a buen seguro que no parece necesaria una invasión extraterrestre para acabar con la vida en el […]