Con el debido permiso –recurriendo al aforismo pero en verdad que sin él-, me he tomado el mes de septiembre de modo sabático en esto de escribir. Por dos razones, porque me los he tomado de vacaciones y porque quería desconectar un poco no ya de la escena pública sino, en general, en todos los sentidos.
Vuelta al cole y en lo que nos toca en esta sección de política de Amanece Metrópolis, más de lo mismo. Continúan nuestros próceres enganchados en la deriva nacionalista –aunque como diría Sartre los nacionalistas son siempre los otros-, esta vez a cuenta de las finanzas de las diferentes autonomías y por ese presunto trato de favor a Cataluña.
La verdad que es difícil enjuiciar una postura u otra sin saber realmente de qué va la historia y no lo digo por un servidor sino por los propios políticos que ávidos de aspavientos tampoco lo saben a ciencia cierta porque entre otras cosas el gobierno sigue sin dar explicaciones al respecto. Y lo que es peor es que quizá ni siquiera disponga de ellas.
Porque lo que si tenemos claro y así lo advertimos desde la misma noche electoral y desde esta tribuna hemos referido en alguna ocasión es que el problema de Pedro Sánchez y en general de su gobierno no es precisamente la cuestión catalana propiamente dicha –ya lo insinuó también el propio Feijóo desde la oposición que no le hacía ascuas llegar a un acuerdo con Junts y el mismísimo Puigdemont al respecto-, sino que tener como aliado a un partido tan ultra liberal como Junts para un gobierno de carácter progresista resulta del todo contra natura.
Lo que todavía se hace más evidente a la hora de dilucidar temas tan importantes y de carácter ideológico como son el techo de gasto y con ello los presupuestos del estado, todo lo referente al ámbito fiscal y en lo que toca a las relaciones laborales. Vamos sobre lo que realmente le importa a los ciudadanos.
Otra cosa que les interesa a estos últimos y que a todas las administraciones se le llena la boca con ello pero sin poner remedio al asunto es el descalabro del mercado de la vivienda que está tan en boga.
Porque, sobre todo en el caso de España donde la vivienda nunca se ha considerado un derecho sino el más puro negocio, aunque la propia Constitución diga lo contrario, los precios andan disparados y los alquileres por las nubes, sobre todo en zonas de gran afluencia turística y donde el fenómeno de la gentrificación como está ocurriendo en el resto de Europa cobra más auge.
En España, dicho fenómeno, se pretende tapar desde el ámbito liberal con el mantra de la «inseguridad jurídica». Lo que en cierto modo no le falta razón, pero el problema es que ello no viene de ahora sino que lo hace de muy lejos, no por el dictado de las leyes –la norma sobre la tan manida vulnerabilidad solo permite dos meses de cadencia cuando la propiedad es una persona física y cuatro cuando es una empresa-, sino las eternas demoras de la administración de justicia.
Uno, que lo ha sufrido en sus carnes, ya tardó más de un año, mucho antes que las actuales leyes alumbraran al respecto, en desalojar a un tipo que solo me había pagado media fianza; así que es de suponer que en caso de «vulnerabilidad», el proceso se demore todavía más.
Por cierto que, quienes realmente están haciendo su agosto con todo esto son las aseguradoras y las empresas de seguridad que solo con cambiar la acepción de «moroso» por la de «okupa», aunque no tenga que ver nada la una con la otra, se están poniendo las botas.
La realidad es que la proliferación de pisos turísticos, la escasez de vivienda pública –España está a la cola de Europa en ese aspecto-, y la proliferación de los grandes mega tenedores encabezados por conocidos fondos buitres –más de 185.000 viviendas alquiladas en España, de ellas más de 21.000 solo en Madrid-, representan un auténtico calvario para los jóvenes a la hora de emanciparse y acaban dando lugar al desahucio tras aumentar de manera sensible el precio del alquiler que llegan a doblar en apenas uno o dos años en muchos casos.
Por fortuna las ciudades que todavía no son de interés para la marabunta del turismo van salvando los muebles en el asunto, aunque nada les libra de los caprichos especulativos de quienes intentan sacar tajada del asunto.
Creo que ha sido Almodovar el que ha dicho que lo peor de la derecha es cuando se junta con el liberalismo más salvaje y no le falta razón; tanta que si Adam Smith o David Ricardo, padres del capitalismo, levantarán la cabeza caerían aterrorizados cuando vieran el cariz y la degradación moral que ha alcanzado el mismo.
Algo parecido como nos ocurre a los socialdemócratas de siempre a los que se nos tacha de social comunistas rojos y satánicos por proferir alegatos en favor de la dignidad del trabajo, de una fiscalidad justa y de unos mejores servicios públicos.
Así que, visto lo visto, Pedro Sánchez y su gobierno lo tienen cada día más difícil, entre otras cosas como meterse en charcos innecesarios, porque mientras el votante conservador asume con resignación su destino, al votante de izquierdas no le basta con un gobierno solo por el hecho de que no gobierne la derecha sino que está obligado a transformar la sociedad.
Por último baste con decir que en lo que va de legislatura la oposición conservadora no ha registrado una sola pregunta en el Congreso al ministro de economía y solo una a la ministra de trabajo en el mismo tiempo. Un botón de muestra a tenor de las encuestas de que es la carga emocional lo que motiva en la actualidad al electorado, por encima incluso de su propia situación económica y laboral.
Lo de fuera
Si algo se ha puesto en evidencia este mes de septiembre en el contexto internacional, es la inoperancia de la ONU a la hora de frenar los numerosos frentes bélicos abiertos en el mundo. Y así lo ha recalcado el mismísimo Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, ante la Asamblea General criticando sin rubor el derecho a veto de los miembros prominentes del Consejo de Seguridad. Porque mientras eso no cambie el mundo estará sujeto a los devaneos e intereses de las grandes potencias que lo ostentan.
Por medio, entre otros más de 50 conflictos armados que hay actualmente en el planeta, la guerra de Ucrania y la enésima entrega del conflicto palestino israelí.
En el caso de Ucrania lo que parece decididamente cierto es que ninguno de los dos contendientes tienen el más mínimo interés en que termine el enfrentamiento aun a sabiendas que no pueden ganar ninguna de las dos partes, salvo que Rusia recurriera a su arsenal nuclear, cosa que por razones obvias, debería parecer inviable. Con lo que es difícil discernir sobre cual o cuales son los intereses de cada bando y sus respectivos correligionarios para permitir que el conflicto se encuentre cada vez más enquistado.
Por lo que respecta al conflicto palestino israelí, como ya hemos repasado en su contenido histórico, desde que en 1948 los aliados concedieran licencia para matar al ejército israelí para desalojar a cualquier precio al pueblo palestino de unos territorios en los que se haya asentado desde hace cientos de años, la guerra se recrudece entre ambas partes de cuando en cuando por unos u otros motivos.
En este caso un brutal atentado por parte de Hamás, un grupo terrorista financiado alegremente por Israel para desestabilizar a la Autoridad Nacional Palestina, la organización más reputada y reconocida que defiende los intereses palestinos ante la comunidad internacional, ha servido de pretexto para reanudar una nueva entrega del genocidio palestino mientras esta última mira hacia otro lado.
Además la cada vez más evidente soledad del gobierno ultra nacionalista de Benjamín Netanyahu ante su propia ciudadanía y las amenazas que sobre el mismo se ciernen por parte de la propia judicatura hebrea le obligan a este a una especie de endiablada huida hacia adelante con una estrategia reconocida en otras muchas ocasiones.
De ahí que no le cueste expandir el conflicto a otros países limítrofes como está ocurriendo ahora mismo con el Líbano. Netanyahu sabe que el poderoso lobby judío norteamericano no le dejará de lado y, a pesar de las presiones de la administración estadounidense, el primer ministro israelí sabe también que esta última es casi imposible que por ello mismo pueda darle la espalda.
En el caso de Venezuela las cosas ruedan de forma muy diferente. Todo el mundo sabe que a los conservadores españoles Venezuela les importa poco, muy poco o nada. Que, en definitiva lo utiliza como arma arrojadiza contra el gobierno de Pedro Sánchez. Que nadie pone en duda el carácter autócrata de Nicolás Maduro y que las pasadas elecciones venezolanas, a buen seguro, hayan resultado manipuladas. Pero de ahí a llegar a acusar al gobierno de España de colaborar en un auto golpe de estado en Venezuela dista un abismo.
A Feijóo y sus huestes se les olvida de forma interesada enjuiciar del mismo modo a otros regímenes muchos más virulentos y sanguinarios que el de Maduro como podría ser el caso de Arabia Saudí o la propia Rep. Popular China, sin que en ningún momento se plantee la ruptura de relaciones o tan siquiera el cese de los embajadores de España en ambos países.
¿Demagogia? No. Demagogia es lo que hace la tan manida comunidad internacional día sí y otro también para, según sean sus intereses, mirar a un lado u otro cuando se trate de enjuiciar a los diferentes regímenes con los que mantener relaciones.
Para finalizar, como dice un buen amigo, el próximo martes 5 de noviembre, está en juego que el reloj del fin del mundo se adelante 500 años. Estas elecciones presidenciales de los EE.UU. pueden ser las más importantes de la historia de la humanidad. La Unión Europea salvó los muebles a duras penas el pasado mes de junio aunque la extrema derecha no ha dicho todavía su última palabra en el continente.
De hecho, con el húngaro Viktor Orbán a la cabeza ha creado un nuevo partido político dentro de las instituciones europeas que sirva de puente estrechando lazos entre Donald Trump y Vladimir Putin, si el primero recupera el despacho oval de la Casa Blanca.
El Partido Demócrata ha sido capaz de moderar unas encuestas que daban por finiquitado a Joe Biden en el proceso electoral. Su sucesora Kamala Harris, afroamericana y de ascendencia india –lo que resulta alto simbólico en estos duros tiempos que corren -, podría frenar a su excéntrico oponente y con él a sus millones de partidarios en todo el mundo a través de las numerosas formaciones ultra derechistas que cada vez acaparan más poder a lo largo y ancho de todo occidente.
Estaremos atento a ello y ya tendremos tiempo de ir comentando lo más interesante del convulso escenario político actual.