“¿Cuándo vienes para casa?”. Entiendo a mi madre. Aunque lleves diecisiete años viviendo fuera del pueblo, aunque tu hogar sea la ciudad, aunque tengas un trabajo y pareja estable, aunque te hayas comprado cosas de adulta como una estufa para el dormitorio y unas macetas de plástico para el baño, para el pueblo, tú no perteneces a ese lugar: siempre tienes el deber de volver.
Volver al pueblo por navidad significa enfrentarse a esos lazos perdidos, los que hacen equilibrios durante todo el año para mantener sin romper, y a la vez volver a luchar batallas que en la ciudad, en tu círculo personal de afines, ya tienes más que confirmado. Allí, me ocurre una certeza que aparece en cuanto el coche coge la salida de la autovía: no sé si voy a entrar en la ofensiva.
Esas batallas se me aparecerán de diferentes formas. En la cena de Nochebuena, mi madre organizará, asará, decorará y limpiará. Sin embargo, es mi padre quien “hará la cena”. Yo, “ayudaré” a mi madre como segunda asistenta del entreacto de mi padre. Será nuestro momento de unión desde hace meses, alguien se enfadará, alguien hará bromas, fingiremos que seguimos entendiéndonos, y seremos felices. Nadie hará nadie por cambiar esta tradición.
Ayer precisamente llamé a mi madre para felicitarla por su santo, aunque soy atea. Ella se despidió con un “ten cuidado cuando te recojas, que mira lo de la chica esta, maestra, como tú”, como si la docencia fuera un elemento clave común para acabar como ella. Llevo mintiendo a mi madre durante los diecisiete años que vivo fuera, asegurándole que me acompañan a casa (yo, que vivo en el barrio más alejado del centro, y donde jamás me ha acompañado a mi piso nadie que no fuera a quedarse dentro) y cada cierto tiempo, mi madre repite el mantra, como si diciéndolo, espantara alguna maldición. De momento funciona, así que ella lo dice, yo resoplo, y el conjuro se mantiene, como pasa en estos casos, por pura suerte.
Me llevaré al pueblo algo de trabajo, para terminar algún informe de última hora que surgió de la sesión de evaluación de los alumnos. En la sesión del miércoles, un compañero comentó que una de mis estudiantes lo volvía tan loco que igual un día salía en los telediarios. Metonimia: rellene usted la parte de realidad que falta. Otro compañero, el jueves, informó que la custodia de otra alumna era finalmente del padre, a lo que añadió, convenientemente y con esos datos que solo pueden salir del imaginario de Forocoches, que solo podía alegrarse de que el hombre perteneciera a ese 1%, a pesar (no entendí la relación) de que “el feminismo estuviera tan de moda”. Soy nueva, llevo tres meses en ese instituto, y en ambas situaciones, respondí bajito: “esos comentarios sobran”. Alguien miró raro, y no di más batalla. Había que volver a casa, volver a casa, y no había tiempo para la contienda.
Cuando en el aperitivo de Nochebuena vea a mis amigas del pueblo, esas con las que te une la tradición del cariño más que la afinidad, tampoco llevaré las bayonetas. Me las dejaré en casa cuando escuche que el marido de X “ayuda” muchísimo en casa, cocinando los fines de semana (como mi padre). Iré desarmada cuando Y alegue que las cosas no están tan mal y que hay un poco de histeria con el “tema”. Pegaré un sorbo a mi cerveza cada vez que quiera levantarme de la mesa con una patada, zarandearlas y darles dos sopapos de realidad. Probablemente acabaré algo piripi.
Volveré y perderé batallas en pos de conservar viejas amistades, por mantener veladas sin altercados, por hacer que nada pasa y que nada nos ha cambiado, cuando hace tiempo que no soy la misma persona que se fue, aunque caiga en contradicciones cobardes que hacen que nuestra lucha, la de todos los días, sufra otro revés. Pero puede que este año haya una pequeña aldea que resista. Puede que mi hermana finalmente haya empezado a estudiar, aunque tenga que sobrellevarlo dando el pecho a mi sobrino. Puede que a G le haya picado una repentina curiosidad y por eso me ha pedido varios libros de nuestro club de lectura feminista. Puede que en el aperitivo alguien opine que esa “histeria” sí es para tanto y se genere un debate que acabe en otra roda y algún que otro abrazo. Será volver. Volver a la lucha.