Si el libro de Thomas Piketty, “Capital en el siglo XXI”, fue el libro de economía que más debate generó en 2014, bien entrados en 2015 parece que no se ha publicado todavía otra obra que le haga sombra. No en vano, hace unas semanas el cruce de opiniones respecto al libro se reavivó con un nuevo debate. Como en Rotekeil hemos tratado el tema de Piketty y sus distintos críticos con bastante asiduidad, no quería perder la oportunidad de comentar esta última polémica. Valga esta entrada como un breve resumen de la misma que espero que sea de interés para los que siguen los debates actuales sobre economía política y desigualdad.
Matthew Rognlie, un estudiante de posgrado del Massachusetts Institute of Technology (sí, el MIT donde está Chomsky y donde, irónicamente, el propio Piketty impartió clase, tal y como comenta en su libro) lleva desde hace tiempo comentando la obra de Piketty. Rognlie recibe bastante cobertura en el blog de economía Marginal Revolution que llevan entre otros, los economistas neoclásicos Tyler Cowen y Tabarrok, de orientación libertariana (están a favor del “libre” mercado, en contra de las fronteras, etc.). Rognlie ha causado tanto eco que a finales del mes pasado, presentó una ponencia en una conferencia organizada por uno de los think-tank más influyentes del mundo, Brookings. La ponencia en sí llevaba el título de “Deciphering the fall and rise in the net capital share” [Descifrando la caída y el auge en la proporción del capital neto], y constitutía un ataque a varios de los puntos sostenidos por Thomas Piketty en su obra.
Rognlie vs. Piketty
Las críticas son las siguientes: Piketty sostiene que durante los últimos treinta años ha habido un incremento sustancial de la desigualdad de riqueza y renta porque los retornos de capital han aumentado a mayor velocidad que las rentas nacionales. Rognlie sostiene que Piketty no tenía en cuenta la depreciación del capital: las inversiones de los capitalistas en la mayoría de sectores se realizan en bienes que quedan obsoletos rápidamente y que hay que pagar para mantenerlos. Pensemos en la industria del software (para que luego no digan que siempre estamos pensando en la fábrica decimonónica): si le metes pasta al desarrollo de un programa, puede que te vaya fenomenal durante un tiempo y ganes dinero para parar un tren. Pero tu programa se va a quedar obsoleto tarde o temprano y te va a tocar seguir invirtiendo para mantenerlo actualizado para con el resto del mercado. El único sector donde Rognlie no observa esto es el sector inmobiliario, donde sí que parece que los retornos de capital se han disparado.
En segundo lugar, Rognlie cree que Piketty sobrestima el nivel de los retornos de capital a largo plazo. Según él, para que las predicciones de Piketty fuesen ciertas, los ricos deberían seguir acumulando capital para mantener altos niveles de retorno del mismo. Pero Rognlie lo que le parece es que en realidad, los retornos de capital a la larga irán disminuyendo.
Al parecer el propio Piketty ha contestado a las críticas de Rognlie, y en declaraciones a un periodista afirma que se le ha malinterpretado, ya que nunca dijo que la desigualdad crecería “indefinidamente”, sino que alcanzaría niveles mucho mayores de los que hoy en día padecemos, y que eso es suficiente motivo como para preocuparse.
¿Quién tiene razón de los dos? Primero convendría comentar, como señala Michael Roberts, que la idea de que el incremento en la desigualdad de riqueza de las últimas tres décadas se puede explicar básicamente por el boom inmobiliario no es precisamente un descubrimiento nuevo. Ya en 2014 varios economistas franceses señalaron precisamente este punto. Aquí un artículo académico de Bonnet, Bono, Chappelle y Wasmer del LIEPP, en el que señalan que valorar los movimientos del sector inmobiliario en base al precio de propiedad y no al de alquiler exagera el incremento en la proporción del capital sobre la renta nacional.
Pero es que además, varios economistas heterodoxos critican la idea de Piketty de mezclar riqueza y capital (en su sentido marxiano; aquí hemos recogido las críticas de Harvey, Brooks, Varoufakis o el propio Roberts, pero también se podría citar a James Galbraith). El hacerlo puede llevar a que la tasa de retorno del “capital” (en sentido “pikettiano”) creciese indefinidamente, aún a pesar de que se produzca una caída en la tasa de ganancia del capital productivo, tal y como señalan el francés Michel Husson, Esteban Maito y Michael Roberts.
Así Rognlie mostraría que la proporción de los ingresos de de capital se ha incrementado desde 1948, únicamente si incluimos en la misma el sector inmobiliario. Cuando lo sacamos, la contribución a los ingresos netos de capital del resto de sectores ha sido nula o incluso negativa.
Rognlie comenta que “la característica más llamativa de estos gráficos es la tendencia en descenso de r(t): de acuerdo a este procedimiento, el retorno de capital del sector empresarial estadounidense ha caído en la época de posguerra”. Suena a algo muy parecido a decir que la tasa de ganancia se ha reducido con el tiempo.
Brad DeLong, un keynesiano que tuvo un pique serio con David Harvey hace tiempo, no ha escatimado alabanzas hacia Rognlie, afirmando que “la acumulación y los retornos juegan un papel, más allá del sector inmobiliario, muy secundario, si acaso juegan papel alguno. […] De igual forma, es dificil atribuir la variación en la desigualdad de ingresos a la propiedad de la riqueza o al ingreso en capital humano, o a los cambios diferenciales en las recompensas a factores como trabajo crudo, habilidades de experiencia, habilidades de educación y máquinas”. Lo cual le lleva a suscribir totalmente la afirmación que hace Rognlie de que:
“Las preocupaciones sobre la desigualdad deberían alejarse de la división capital-trabajo hacia otros aspectos de la distribución, tales como la distribución de ingresos dentro del propio trabajo”.
Más o menos, el mensaje que subyace a todo esto es: el problema no es tanto la tensión capital-trabajo, sino la desigualdad dentro de los propios trabajadores. No es que haya unos señores utilizando el sistema de producción capitalista y su riqueza previa para aumentarla, a costa del trabajo de una gran mayoría social. Esto suena a música celestial al que está contento y cómodo con el status quo: no es tanto un problema de cómo funciona el sistema, sino de ciertos abusos de una parte de la gente encuadrada entre los trabajadores, que están ganando mucho dinero (a costa de otros que ganan menos).
El problema con Rognlie
A David Ruccio, otro economista marxista, esto no le convence. Según Ruccio, lo que hace el estudiante del MIT es intentar olvidarse del problema de clase que existe en el incremento en al desigualdad mediante el juego con las definiciones. Al observar los cambios en la proporción entre capital y trabajo (medidos como beneficios empresariales antes de impuestos y de pagar salarios como proporción del PIB, como en el gráfico 2), podemos ver cómo la proporción de los beneficios ha ido creciendo y la del trabajo, disminuyendo. El trabajo ha ido perdiendo terreno respecto al capital.
El tema es que todos los ingresos que se deben al capital no se muestran en los beneficios empresariales únicamente, puesto que parte de la proporción del capital se computa como los ingresos de una pequeña parte de las personas empleadas en el sector empresarial (tanto financiero como no financiero). El porcentaje de los ingresos del 1% que se muestra en el gráfico 3 es una aproximación. Si sumásemos este 1% a los beneficios empresariales y a la vez lo sustrajéramos de los salarios pagados a los trabajadores, la diferencia entre las proporciones de capital y trabajo sería incluso más acusada: la dimensión de clase se hace incluso más obvia. Cuando Rognlie incluye todas las propiedades inmobiliarias en capital y se centra en los ingresos netos, está intentando disolver o camuflar este problema de clase de dos formas.
Primera, ¿qué problema hay con incluir las propiedades inmobiliarias en el concepto de “capital”? Que las mismas no forman parte del dinero o valor por la cual los capitalistas derivan el flujo de valor nuevo, sea añadido o creado. Los beneficios de la industria inmobiliaria ya se hallan computados bajo los beneficios brutos empresariales. El hecho de que haya individuos que sean dueños de sus casas no les permite capturar ningún valor nuevo; lo único que hace es que sean capaces de disfrutar de un hogar y pagar los costes (a los bancos) de financiar su casa en propiedad. Esto lo mencionaban ya en sus críticas a Piketty tanto Brooks como Varoufakis y el resto de autores que citados anteriormente, cuando mencionan cómo define el concepto de “capital”.
Es por esto que no acabo de entender por qué The Economist se empeña en mencionar a los dueños de propiedades inmobiliarias como un factor a tener en cuenta “para los legisladores”: está atribuyendo un poder desorbitado a un grupo de gente que, en su mayoría (excepción hecha de grandes especuladores), son propietarios de un bien que utilizan para satisfacer un derecho básico, no inversores que utilizan su riqueza para generar aún más.
Segunda: la maniobra de utilizar como ingresos netos los ingresos brutos menos costes de depreciación, le permite a Rognlie confundir el flujo de valor (beneficios empresariales antes de impuestos, más ingresos del 1%) con gastos (como por ejemplo el de las empresas que reemplazan factorías, maquinaria u otros aparatos que se han depreciado durante el proceso de producción). ¿Qué tiene esto de problemático? Como señala Ruccio, la proporción de ingresos que se deriva hacia el capital (en vez de hacia el trabajo) no se puede calcular únicamente con los beneficios empresariales, porque parte de la misma se “desvía” hacia pagar sueldos. Pero no sueldos de trabajadores corrientes, sino de una pequeña proporción de la población que recibe un flujo desproporcionadamente grande de ingresos: el 1%, tal y como se puede observar en la gráfica anterior.
Si, en vez de calcular esto junto a los ingresos de capital uno lo incluye junto a los ingresos del trabajo (es decir, junto a los ingresos del resto de trabajadores), y además uno tiene en cuenta los gastos como los dedicados a compensar la depreciación, la diferencia entre ingresos de trabajo y capital no parece tan grande. Pero es engañoso porque al hacer esto, estás incluyendo a un 1% de personas cuyos ingresos dependen de la dinámica productiva de explotación del trabajo en pro del aumento de ingresos del capital, con el 99% restante de trabajadores que se ven perjudicados por esa misma dinámica. Esto es exactamente lo que hace Rognlie, y el motivo por el cual muchos parecen haberse hecho eco de sus descubrimientos: quieren leer un mensaje tranquilizador, de que las cosas no van tan mal, o al menos, no van mal debido a cómo funciona el sistema productivo. No habría un declive de la proporción de los ingresos de trabajo respecto a los de capital, sino un aumento de la desigualdad dentro del propio trabajo, con la idea implícita de que hay algunos trabajadores “privilegiados” y que hay que igualarlos a todos a la baja para reducir la desigualdad.
Y es que a nivel discursivo, esta maniobra recuerda a las peroratas que escuchamos a menudo en este país sobre que el problema de los trabajadores precarios no es la precariedad en sí, sus condiciones laborales o el riesgo que están de volver en cualquier momento a la enorme bolsa de población desempleada, sino el hecho de que haya otros trabajadores que gocen de cierta estabilidad con sus contratos indefinidos. Resulta extraño que la vieja y gastada acusación de muchos liberales contra los marxistas, esa de que querían conseguir la igualdad a la baja, sirva ahora a otros para respaldar sus propuestas. ¿Solución? Precarizar a todos los trabajadores. Así ya no habrá privilegios, y quizás hasta se puedan repartir algunas migajas. Eso sí, a la élite económica, ni tocarla.
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