Palabras desde el desierto: Edmond Jabès, en el treinta aniversario de su muerte
Pero, como el desierto, el lugar de la ausencia, de la ruptura y del silencio. La verdad de Dios está en el silencio. En el Libro. En el desierto. El verso de Jabès está extraído de un libro que, a modo de irónico desvío, titula Poesía completa, como si él hubiera escrito otros, aquí no incluidos, que fueran otra cosa que poesía. Sólo que, a partir de 1963, su raro arte se hace aún más inclasificable, metafísico, desnudo de imágenes y añadidos retóricos que no supongan una directa apelación al pensamiento, y escribirá, desde entonces, un eterno libro del exilio de la memoria.
No cualquiera puede ser medianoche
He dicho un intelectual en claroscuro que confiesa su propia noche. ¿Pero he dicho todo? Steiner revela de igual forma su incompetencia en varias áreas. Por ejemplo, al final de su capítulo sobre Sión, donde aduce que para escribir una verdadera obra sobre la diáspora judía le falta «la claridad de miras necesaria y el hebreo». Steiner insiste en que no hablaba la lengua (la realidad lingüística, por otro lado, de tantos judíos asquenazíes, políglotas, capaces de una inmersión particular en las lenguas, pero extrañamente alejados de la lengua de la Torá). De esta vacante lingüística surge la duda recurrente que cultiva sobre su propia persona. Pero, ¿no es acaso el vagabundeo del judío «la representación alegórica y empírica de una búsqueda, de un incesante vagabundeo interior». Será una extraterritorialidad ontológica, más que un exilio histórico o sociológico.
La moratoria Derrida
Una moratoria es un plazo, la ampliación de un plazo. Lo que se demora un poco más ¿cuánto? en la satisfacción, por ejemplo, de una deuda o en la aplicación de una ley. ¿Con respecto a qué se demora hoy el filósofo Jacques Derrida, quien, como todo el mundo sabe, murió el 9 de octubre del año 2004? Desde luego, nadie puede hacerlo con respecto al morir, de cara a su muerte. No es un paso cualquiera el morir, como señalaba, siempre afilado, Maurice Blanchot, a quien el propio Derrida tuvo que despedir, y no de cualquier manera, sino como quien entona su único kaddish posible, el 23 de febrero de 2003: no hay un más allá, pas au delà, así que la finitud, de lo que se hace sabedora es el del acabar(se), como quien da un paso más allá (pas au delà) del fin.
Variaciones sobre lo inacabado
Lo que es indudable es que Meyrink modifica por completo, no ya la mística sefirótica y del hombre primordial (Adam Kadmon) de raíz hebrea, sino también la leyenda específica de la creación del Golem por Rabbi Löw, el Maharal de Praga. De hecho, el Golem no es nadie, no en el sentido de la identidad convencional, sino una singularidad traspersonal, como refiere el marionetista Zwakh, quien tal vez debido a lo proporcionado de su oficio para dar cuenta de este gran guiñol espectral, transmite la que tal vez sea la más medular de las versiones o variaciones del Golem que presenta en la novela.
A título (póstumo) de más de uno: circonfesiones del Otro
Desde que tengo uso de razón, Jacques, este amigo, o Derrida, este amigo al que nunca conocí y sobre el que intento escribir sin saber si es posible, nos habla, o más bien nos llama a la muerte. No piensa en la muerte. No piensa la muerte. Más bien, tal vez, piensa a muerte. A fondo. Cuestión de analogía: incondicional e irreconciliable. Como la sonrisa, la última de las últimas: sonrisa a través de las lágrimas, más allá del rastro y del archivo. Recuerdo de una promesa o promesa de un recuerdo. Una despedida es una transacción entre dos imperativos igualmente irreconciliables. Por eso esta es una carta breve a un amigo, decía, cuya respuesta no obtendré jamás. No habrá postal, ni siquiera una carta en souffrance. En souffrance: dolorosa porque todavía para siempre pendiente, algo que quizás se correspondería con cualquier palabra que uno escriba a la muerte de alguien, mejor aún, después de la muerte, póstumo a la propia muerte.