Un cuerpo desnudo ante un espejo te descubre lo que posees y, hasta entonces, no te habías parado a pensar. El simple toque de una mano en un tobillo revela sensaciones desconocidas ante las que las respuestas te aturden. Mirándote al espejo quieres saber qué es lo que ha movido a ese toque y que es lo que provoca esa sensación. Mirándote al espejo descubres que lo que quieres es ser libre, algo que sólo vas a conseguir encerrándote en una habitación sabiendo que tu padre agoniza en el descansillo de la escalera. Sólo a través de una muerte podrás nacer, mediante un acto de autoprotección, ayudas a acabar con una vida pero salvas la propia.
En Sunset song, Davies vuelve a sus demonios familiares, y a los demonios sociales que hacen a las clases más bajas, esclavas de su necesidad. La simple imagen de un silbato, aparentemente despreciado, demuestra que el papel de la mujer en la sociedad británica de principios del siglo XX, más aún en la sociedad rural escocesa, era la de mero objeto reproductor y servil. El protagonismo de Chris (Agyness Deyn, poco sólida en los momentos dramáticos, excesiva y forzada en su tramo final, demasiado papel para poco continente, como el de su compañero masculino, aunque éste está menos presente en la trama) es absoluto en esta película, una película sobre mujeres pero donde el papel de éstas viene dirigido por los hombres, hombres que, a su vez, tampoco son libres en sus decisiones al depender del rey, de la patria, de la religión, del país. Gente predeterminada a no ser feliz y a servir a intereses alejados de ellos mismos.
Siento que haya personas que vayan a descubrir el cine de Davies por esta película, y lo siento porque no alcanzarán a contemplar la magnificencia de su cine con un producto muy convencional, alejadísimo de propuestas como El largo día acaba, Voces distantes, o The Deep blue sea, y más cercano a otros productos irregulares del director como The neon bible o La casa de la alegría. En su reconocible estilo de imágenes preciosistas, ritmo cadencioso, interiores en penumbra, sentimientos desbordados, falta algo, falta el alma incandescente de su cine más personal y subyugante. Falta el alma de la pasión en medio de las tormentas vitales más desgarradoras, falta la conexión necesaria entre lo que se nos cuenta y lo que se siente al verlo.
El relato lineal con el que seguimos en pantalla a Chris en esos primeros años del siglo XX y hasta el final de la primera guerra mundial, se transforma en un relato que va decayendo en intensidad y emoción, que va perdiendo los engranajes que lo sostienen y amenazan con hacer descarrilar el conjunto. Sostenido en la imagen y en la idea de comunidad, no existe el punto equilibrado de sensaciones que nos permita empatizar con lo que vemos, como si la trascendencia de la historia se perdiera en el camino que media entre la pantalla y nuestros ojos, quedando sólo el efecto de la imagen, pero no su significado.
De sobras es conocida la versión que el propio Davies da de su propia familia y que de manera admirable relata en sus obras soberbias anteriormente mencionadas, que ganaron en el festival de cine de Valladolid cuando el festival fue un festival de verdad. Un ambiente cerrado y represor dominado por la figura autoritaria y violenta de un padre alcohólico. Parecería que con Sunset song ha encontrado la oportunidad de recrear esos recuerdos utilizando una obra ajena, la novela de Lewis Grassic Gibbon, pero en la normalidad vital del hermano mayor ansioso de hacer su vida alejado de esa granja triste, en la depresión y renuncia de la madre y en la violencia extrema del padre (Peter Mullan haciendo de Pete Postlethwaite), algo se ha perdido por el camino, algo de esa esencia identitaria del cine de Davies se ha esfumado y ha terminado recreando una historia convencional de buenos y malos, de sometidos y de luchadores, de pobres dignos y pobres avariciosos, cuyo tramo final desemboca en un cambio de registro de los personajes, que se tornan violentos cuando eran amables, abusadores cuando eran respetuosos, indignos cuando se configuraron como ejemplares, un cambio que no encuentra una significación real con el discurrir de la historia salvo preparar el milagro personal de una mujer previo sufrimiento prefabricado.
Como tres bloques temáticos, la película fluye naturalmente por tres etapas de la vida de Chris, las podríamos titular “familia, libertad, guerra”, en todas ellas la muerte, real o figurada, tiene su importancia, incluso para liberar cuerpo y vida de la protagonista. Si la familia constituye una amenaza, ¿por qué no en el matrimonio ha de encontrarse el germen de esa amenaza?. Chris sufre la violencia indirecta comprobando la vida sometida de su madre, convertida en una hembra reproductora, y el rigor y violencia con el que el padre castiga las desobediencias del hijo mayor, se siente avocada a una vida de sumisión y violencia cuando desaparecen su hermano y su madre por diversas razones, y su libertad nace cuando la suerte pone un precio a esa violencia desmedida, irracional, arbitraria. Al no depender de nadie más, su vida tendrá un giro absoluto movido por la libertad de pensamiento y acción, quizás sea ésta la parte más conseguida de la película, la del instante de felicidad efímero donde el amor por la tierra, la libertad de seducción y el matrimonio, aportan a la joven una vida completamente distinta de la que se veía obligada a aceptar, espejismo momentáneo sacudido por la guerra y sus consecuencias, una guerra para la que no vale refugiarse en el paraíso de un cercado y una granja, porque la violencia no conoce de refugios personales.
Por ello ese tramo final de película, con la irrupción violenta del marido a la vuelta del permiso militar, carece de lógica. Es cierto que la explicación es fácilmente deducible por el efecto de la guerra, pero no aguanta el análisis con lo que ha venido desarrollándose previamente. La reacción de Ewan, como fruto de una situación de extrema impotencia, no tiene sentido que sea volcada sobre la única persona que no le exigió ir a la guerra para evitar ser considerado como un cobarde. Es ahí cuando la película entra en una serie de escenas absurdas, excesivas, histriónicas, y, por qué no decirlo, mal interpretadas, tendentes a conducirnos a un final de expiación pseudo-religiosa, con los paisajes escoceses de fondo, que chocan frontalmente con el cine de Davies.
Ni el particular uso de las canciones populares que siempre ha recorrido el cine del director británico conmueve, sólo aparenta estar metido en la trama como seña de identidad de un director que ha sabido ser revolucionario usando historias tradicionales y familiares, la ampulosidad de frases, seguramente sacadas de la novela, no ayudan a sentirse parte de los sufrimientos de la joven, como esa narradora, que no puede ser otra que la propia Chris, hablando de sí misma como tercera persona supone un uso abusivo de la palabra. Que Davies aprovecha para retratar el sojuzgamiento de una comunidad por la iglesia, el uso que ésta hace de la dialéctica falsaria para amenazar con el infierno en vida a quienes no se sientan patriotas, el anhelo de llevar el socialismo tras la guerra para que las clases populares tengan una educación que les aleje del control del poder por ser capaces de razonar, son pequeñas muestras del ideario de Davies, pero no forman parte del todo, no hay una mezcla armónica de los componentes, sino partes que, al disgregarse no emocionan, y si el cine de Davies no emociona, mala cosa, porque es el sello permanente de su gran cine, por mucho que perduren las bellas imágenes de Escocia, las luces que penetran ventanas en amaneceres o atardeceres, el viento que agita el cereal a lo largo de las estaciones, sus movimientos de cámara vertical hacia arriba o hacia abajo en los interiores, o los planos circulares de habitaciones, la película carece de alma, y se nota.
Ficha técnica
[…] EN CONTRA:Sunset song (Terence Davies, 2015) […]