Seventh Heaven encumbró al mismísimo cielo a su director que, después de trabajar como actor y creador de un cine que iba consolidando un estilo sensible y con tintes sociales, explotó en esta historia de amor fou contextualizada en la I Guerra Mundial en París. Borzage fue el director de la exaltación, el del melodrama armado de intensidad y pasión imposibles de quebrantar. Uno de los creadores más laureados en la etapa muda y al que el paso al sonoro no le hizo pestañear siguiendo en la estela del género por antonomasia. Aquel que calaba hondo en la sociedad de las dos primeras décadas del séptimo arte que soñaba y se dejaba conquistar con historias regidas por un pathos que les hacía llorar, emocionarse ante una pantalla que absorbía su atención, con el que se identificaban y se evadían de los problemas propios. Y Frank Borzage fue uno de los artífices del género que se cultivaría tanto, que decaería y revitalizaría décadas después. Indestructible.
Pero, a pesar de ser el creador de una trilogía fabulosa con la novedosa pareja de Seventh Heaven que despertaría pasiones y continuara en el sonoro avivando un cine fuertemente sentimental, comprometido social y políticamente (véase su trilogía alemana con el auge del nazismo o Adiós a las armas), la impresión es que no goza del reconocimiento que merece. Permanece en un ligero anonimato respecto a otros coetáneos que sí gozan de una presencia más contundente. En ese sentido, Georges Sadoul, en su Diccionario del cine, ya le consideraba “un talento desconocido que iguala a sus contemporáneos Ford, Hawks y Vidor”, reflejando que sus años de esplendor se redujeron a quince, en los que dejó un legado indeleble. Tal sería su influencia, que su período mudo sedujo a los surrealistas, además de conseguir un óscar como mejor director en la primera celebración de los famosos premios, con resonancias llegadas hasta Japón y al mismísimo Yasujiro Ozu, que homenajea esta película colocando su póster en varias escenas de Days of Youth (1929).
Del tríptico de Janet Gaynor y Charles Farrell me quedaba escribir sobre ésta. Quizá la que más respeto me daba y la primera que les vi a los tres en su tiempo. El séptimo cielo representa (como en muchas de su carrera) el amor exacerbado, la curación a través de él, la única forma de soportar la tragedia que traen consigo muchas veces la vida o los contextos históricos. Hacer de una pareja arrancada de las capas sociales más bajas algo sublime, sólo puede estar en manos de Borzage. Ella, prostituta que sobrevive a duras penas (no se dice de forma explícita, pero se exponen datos y conversaciones en que sí) y él un limpiador de alcantarillas. No parece un guion a priori atractivo para el público de la época que también sufría penurias económicas y acudía al cine en busca de refugio emocional. Pero, la forma de plantear la historia en el Montmartre parisino, junto a personajes entre el bien y mal junto a una dirección artística de altura, la hacen enormemente atractiva.
Y, como reflejaba antes, sólo Frank Borzage consigue también que un barrio de los arrabales que se nota que es de estudio, parezca un lugar donde todo es posible. Donde conviven el maltrato, el abuso y la miseria con el optimismo de personas que ayudan en la necesidad y en la soledad que sólo puede llevar a la muerte. Endulza (sin empalagar) esta historia de superación de un joven (Chico) que ansía subir a la superficie urbana para ser barrendero, el cual ayuda a una chica huérfana (Diane) inconsciente después de ser maltratada por su hermana alcohólica. Un encuentro que precipita un conato de relación de la pareja cuando finge estar casado con ella para que no se la lleve la guardia que “limpia” de prostitutas y maleantes el barrio. Llevarla a su casa entre compasión e ingenuidad aparentando ser un matrimonio feliz, provoca el germen de una de las historias de amor más deliciosas de la historia del cine.
La pareja convive íntimamente en un ambiente que crece en romanticismo y en erotismo sutil, sello de Borzage en las otras películas de la pareja
El director y su equipo técnico logran el milagro ideando una inmunda buhardilla en un séptimo piso de un bloque destartalado que huele a hogar y a inicio de una intimidad de la que nos sentimos voyeurs. Un espacio pobre, pero elevado por un ventanal asomado a tejados, a la colina de Montmartre y su basílica recreada a modo de lugar de ensueño, de cuento para mayores que avala al cine como instrumento de creación de sueños, de historias que llevan a la emoción. La pareja convive íntimamente en un ambiente que crece en romanticismo y en erotismo sutil, sello de Borzage en las otras películas de la pareja (Street Angel y Lucky Star) propiciado por escenas cotidianas como desvestirse, lavarse, vestirse de nuevo, entre miradas tímidas y disimuladas. Un corte de pelo, abrazarse con la chaqueta de él, un rayo de luz que les ilumina, un desayuno con vistas a la basílica representan momentos impagables. Un vestido blanco comprado con la ilusión del primer sueldo cambia el aciago futuro de Diane… El realizador siempre plantea una puesta en escena en interiores sobresaliente, generado un clima muy agradable que no podemos eludir acompañado por la excelente fotografía de Ernest Palmer. La ingenuidad de Chico da paso a algo más entre sus conversaciones bravuconas alardeando de su valentía, su seguridad y falta de pavor ante un cielo estrellado parisino que pronto la conquistará a ella. Dos seres solitarios, casi en el abandono, que se fusionan para hallar en el otro la pieza que les faltaba.
Borzage siempre ubicaba sus historias de amor en períodos de crisis, de guerras, de adversidades, haciendo creíbles sus relatos apasionados y desbordados porque nos arrastran con él. Porque apela a la bondad humana entre el infortunio, porque trenza la esperanza con la problemática social. Porque concede la posibilidad de cambio de rumbo a la fuerza irracional del amor. A lo imposible, a lo milagroso. A las historias irrepetibles que pueblan su cine. Nos conmueve, nos duele, sonreímos, lloramos conscientes de que su sensibilidad amortigua la realidad, la calma y nos tranquiliza sintiéndonos mejores personas al terminar. Que no se entienda para los ajenos a su cine como un producto que puede caer en la cursilería. No. Contiene la dosis justa para no naufragar, mezclada con una preocupación muy consciente por las clases desfavorecidas, por reflejar también la otra cara de la vida. Lo he comentado en otros sitios, no sólo Chaplin habló como nadie de la miseria. Borzage tiene su hueco también en ese terreno, sin ser lacrimógeno, sino yendo de lo triste a lo delicado, y a la exaltación de la mano.
En Seventh Heaven se cruzará la guerra con el inminente reclutamiento de Chico que desmorona por momentos un romance en ciernes unido por lazos inquebrantables. Cuatro años de espera fuertemente sujetos por sentimientos puros que perecen por la peor de las noticias. Tuvo otra versión más edulcorada, suavizada en temática y con menos química entre sus protagonistas (Simone Simon y James Stewart), dirigida por Henry King en 1937.
Nunca una subida in extremis por unas escaleras de caracol interminables simbolizan el ascenso del inframundo al cielo a oscuras con un aire casi sobrenatural. Esperando y luchando por la felicidad en tiempos convulsos.
TÍTULO ORIGINAL: Seventh Heaven (El séptimo cielo). DIRECTOR: Frank Borzage. AÑO: 1927. PAÍS: EEUU. GÉNERO: Melodrama. DURACIÓN: 110 min. INTÉRPRETES: Janet Gaynor, Charles Farrell, Gladys Brockwell, David Butler, Ben Bard. GUION: Benjamin Glazer, Austin Strong. FOTOGRAFÍA: Ernest Palmer. ESCENOGRAFÍA: Harry Oliver. PRODUCCIÓN: Fox Film Corporation. PREMIOS ÓSCAR; Mejor dirección, Mejor actriz principal y Mejor guion adaptado.