Llegará un día en que todas las naciones del continente (…) se fundirán estrechamente en una unidad superior y constituirán la fraternidad europea».
Víctor Hugo.
Konrad Adenauer, Jean Monnet, Winston Churchill, Robert Schuman, Alcide de Gasperi, Paul-Henri Spaak, Walter Hallstein y Altiero Spinelli, los considerados padres fundadores en la década de los 50 de las Comunidades Europeas primero y la actual Unión Europea después, creyeron firmemente en la comunión de los países del viejo continente entorno a conceptos tales como la justicia social y la solidaridad entre los pueblos como motores de un desarrollo conjunto para el bien común y garantes a su vez de la paz universal. Europa todavía se estaba recuperando de los efectos devastadores de la 2° Guerra Mundial y su mirada estaba puesta también en que no volvieran a darse las circunstancias que dieron pie a semejante tragedia. Quizá su error fue no haber sabido plasmar en la forma debida y de tal modo que calara en las generaciones venideras todos esos deseos, en su ingenua creencia de que no podrían volver a repetirse los excesos y errores pasados por mucho que se acumulara el tiempo.
Aquella guerra había sido la más desastrosa consecuencia de las abusivas sanciones impuestas a los perdedores en los Tratados de Versalles de 1919 -que pretendieron dar por cerrada la Guerra del 14 y sin embargo dejaron las heridas abiertas-, los efectos de la Gran Depresión y el desarrollo de los fascismos como consecuencia de ambos extremos. Poco más de una década después de finalizada aquella barbarie, el 25 de Marzo de 1957, Alemania Federal, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos, firmaron los llamados Tratados de Roma, que pondrían las bases para la creación de la Comunidad Económica y un nuevo futuro para los pueblos de Europa.
Hoy, casi 60 años después de aquello nada o casi nada queda de aquellas intenciones. Perdido el rumbo a la utopía la Unión Europea ha ido evolucionando, de manera muy especial tras el final de la Guerra Fría, hasta convertirse en una organización que ni siquiera respeta sus instituciones y tratados, que genera enormes dudas sobre su propia existencia y lo que es peor: se ha convertido en el mejor instrumento para las élites y la oligarquía del continente provocando los mayores desequilibrios sociales desde su fundación bajo el insólito mantra de lo que se ha dado en llamar el pensamiento único: no se puede hacer otra cosa, no hay nada que hacer.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? ¿Cómo ha podido cambiar tanto la percepción sobre sus citados conceptos básicos: la solidaridad, el bien común, la justicia…? Intentaremos desgranarlo en unas cuantas líneas pero, en cualquier caso cabe recordar, ello ha sido también el resultado del carácter o lo que se ha dado en llamar el carisma de esas mismas élites políticas de cada momento. Y resulta obvio que, en los últimos tiempos, la vieja Europa ha carecido y carece de políticos con esa capacidad de liderazgo para dirimir los destinos del pueblo europeo por encima de los espurios intereses de ese «grupo reducido de personas con poder e influencia en los sectores sociales, económicos y políticos», dispuestas a acaparar sólo para sí toda la riqueza generada por el resto.
Y aunque movimientos como el 15M en España y otros por toda Europa en los últimos años han cambiado en cierto modo esa percepción, no es menos cierto que buena parte del electorado se ha dejado arrastrar también en demasiadas ocasiones y durante muchos años por un consumismo desbordado en la absurda creencia de que más te hace mejor. En consonancia con esa absurda idea de progreso que toma como referencia un modelo de crecimiento perpetuo en un mundo de recursos limitados.
Las crisis del petróleo de los 70 crearon las primeras dudas en torno al modelo desarrollado por el entonces Mercado Común por sus lentas respuestas a la situación creada. La irrupción en el Reino Unido del fenómeno Margaret Tatcher en 1979 y su permanencia como primera ministra hasta 1990, dio alas a un neoliberalismo de corte radical inspirado en las teorías de Milton Friedman y Friedrich von Hayek que llevaban en lo económico al capitalismo a su vertiente más extrema, primando a partir de ese momento el cortoplacismo, la ingeniería financiera y el individualismo en lo social y político.
El éxito de estas políticas en las clases altas británicas aún con graves perjuicios en las clases medias y trabajadoras, la irrupción de un nuevo socio-liberalismo en su versión más light con la intención de ganarse a su causa los grandes capitales, con personajes como Tony Blair también en el Reino Unido o Gerhard Schröder en Alemania y de manera especial el fin de la Guerra Fría, hicieron que el equilibrio de poderes entre el modelo capitalista basado en un concepto individualista de sociedad y el socialdemócrata inspirado en un modelo fruto del colectivo que forman esos mismos individuos acabara dando al traste.
Por fortuna, la definitiva caída del Muro de Berlín en 1989 representó el final de un periodo de tensión entre las dos grandes potencias mundiales: la URSS y EE.UU. que habían puesto en peligro la paz mundial desde los años 60 e incluso al borde del abismo a toda la humanidad con su ingente capacidad nuclear. Pero el desmantelamiento de esa barrera tanto física como política dio carta de libertad a la industria y el capital para, completamente fuera de control, expandirse más allá de sus límites naturales. De paso, a través del fenómeno de la deslocalización, trasladando los procesos de producción a países en vías de desarrollo en pos del abaratamiento de costes y aumentar los beneficios a costa de persuadir a los consumidores hacia un gasto desmedido víctimas de su ingenua rapacidad y de una virulenta industria del marketing y la publicidad. Y apoyándose todo en un nuevo marco de ingeniería financiera en las economías occidentales que supliera la caída de los ingresos aportados por las rentas del trabajo y potenciara a su vez las del capital.
Así hasta que la suma de todos esos factores: individualismo, cortoplacismo, consumo exacerbado y un sistema económico basado en burbujas financieras e inmobiliarias fruto de la especulación y las necesidades creadas para satisfacer el ego de unos y otros, acabaron dando lugar a la actual crisis económica iniciada en 2007/8 y que perdura de manera crónica ya en las clases populares y medias en todo el mundo súper-desarrollado.
Los desequilibrios sociales en todos esos países han aumentado desde el inicio de la crisis y en casos como el de España donde se han aplicado las teorías neoliberales con todo rigor se han incrementado de forma exponencial, concentrando todavía en menos manos la riqueza aportada por las cada vez más exiguas rentas del trabajo. Además de verse más reducidos los servicios públicos y las prestaciones sociales a consecuencia de la ineludible caída de recaudación fiscal procedentes de esa mismas rentas del trabajo y la reducción de la progresividad fiscal de manera efectiva de las rentas del capital.
La doctrina del pensamiento único que citábamos antes en nuestro artículo se fundamenta también en otros dos dogmas de difícil catadura. En primer lugar la incapacidad de los estados para financiarse más allá de las condiciones impuestas por los grandes capitales llamados ahora mercados financieros y la obstinación en que estos no deben ser objeto de pesados gravámenes fiscales en virtud a otras tantas consideraciones: de un lado la flexibilidad necesaria para retener el suficiente nicho industrial en cada país que sostenga su fuerza laboral y que sus apadrinados no hacen usos de los servicios públicos, lejos de conceptos que entienden de otro tiempo como la solidaridad o el bien común.
Parámetros estos últimos que, en cualquier caso, han errado clamorosamente por cuanto el fenómeno de la deslocalización industrial es un hecho incuestionable y la precariedad laboral se ha convertido en moneda de cambio entre las clases trabajadoras, así como la consiguiente merma en los márgenes y beneficios de autónomos y pequeñas empresas. Y que el uso de la mayor parte de los servicios públicos es compartido de forma ineludible por todos los ciudadanos, independientemente de su clase y condición. Mientras que en lo que respecta al primer extremo, la financiación de los estados, el modelo actual no deja de ser una consecuencia más de la denostación completa en Europa de la operativa clásica desde la posguerra hasta la década de los 90 y de la labor tradicional de los bancos centrales en los movimientos de capitales reducida ésta al mero control de la inflación.
Sin embargo y a pesar de dichas evidencias la aceptación de tales cuestiones por buena parte del pueblo, como mantras ineludibles a través de un proceso claro de manipulación mediática y como ya hemos comentado también de la industria del marketing y la publicidad en pos de un consumismo sin límites, han calado de tal modo que ha postergado casi por completo al mismo en el entramado actual.
Si a todo esto añadimos la automatización y la consiguiente reducción de mano de obra o lo que es lo mismo la destrucción de puestos de trabajo en la industria y los servicios a consecuencia del desarrollo de nuevas tecnologías y un mal entendido concepto de Globalización que no ha sabido redistribuir los procesos de producción en la forma debida, han causado graves estragos entre los trabajadores sin que la clase política haya sabido darles respuesta.
Del mismo modo que tampoco se ha sabido dar respuesta a los cada vez mayores flujos migratorios, como estamos viendo hoy en día, fruto de guerras o hambrunas. Otro gravísimo problema con decenas de millares de personas vagando por tierras europeas, cuando no perecen en el intento, agolpadas en sus fronteras mientras las autoridades europeas se debaten en reuniones tan recalcitrantes como inútiles o en toma de decisiones, como hemos visto recientemente, que vulneran no solo ya el derecho internacional si no las más mínimas premisas en cuestiones humanitarias.
Todo ello está dando lugar a que corrientes políticas que han provocado resultados desastrosos en la historia reciente, herederas del fascismo, estén tomando tanto auge cuando se creían desterradas de la sociedad europea. La pobreza, la falta de trabajo y recursos, unidos a una nueva sensación de inseguridad, representan el principal caldo de cultivo para que formaciones de este tipo hayan irrumpido con fuerza en numerosos países, incluso en los de mayor tradición democrática como puedan ser Francia, el Reino Unido o la mismísima Suecia.
A pesar de eso una nueva clase política, al amparo de otros movimientos sociales a los que nos hemos referido también anteriormente, que ven un futuro perdido de manera especial para los jóvenes, evidencian dudas en la supervivencia de las sociedades democráticas teñidas cada vez más de claros matices orwellianos así como la reaparición de las citadas corrientes fascistas, parece ir tomando forma y notoriedad en el ámbito político. Aunque no con pocas dificultades al poner en evidencia las enormes cotas de poder adquiridas por los grandes capitales y la supeditación del actual poder político a estos por encima de los intereses de la mayoría de los ciudadanos.
En definitiva, mientras a la democracia le quede algo de aliento, el pueblo soberano tiene la capacidad, la necesidad y la obligación de revertir la frenética situación actual y emplazar al conjunto de la sociedad europea en el rumbo debido para que vuelva a hacer de sus principales pautas: la paz, la libertad, la solidaridad y un crecimiento sostenible. Otro mundo es posible y en sus decisiones quedará escrito su destino.
La aceptación de la opresión por parte del oprimido acaba por ser complicidad; la cobardía es un consentimiento; existe solidaridad y participación vergonzosa entre el gobierno que hace el mal y el pueblo que lo deja hacer.
Víctor Hugo.
La casualidad ha hecho que este artículo, bajo precisamente el título de “Refundar Europa”, se haya publicado hoy, un día más lleno de tristeza para los ciudadanos europeos. En especial para los belgas que han sufrido las consecuencias de la vehemencia yihadista.
En un mero ejercicio de sensatez, hemos reiterado en numerosas ocasiones que este modelo de terrorismo que está poniendo en vilo la seguridad de los pueblos de Europa y en general a los de todo el mundo, pasa de forma ineludible por dar una solución efectiva a los problemas de las zonas geográficas en conflicto donde además, el fervor y la intolerancia religiosa resulten más arraigadas.
Desde que en 1908 se descubrieran los primeros yacimientos de petróleo de la era moderna en Irán. tal como afirmara más tarde un pensador árabe: lo que podría haber sido una riqueza para Oriente Medio acabaría convirtiéndose en la peor de sus pesadillas. Las confusas divisiones regionales tras la desaparición del Imperio otomano una vez su derrota en la 1ª. Guerra Mundial, la pretenciosa superioridad de las potencias occidentales, los intereses partidarios de las grandes familias regionales, el enquistado conflicto palestino-israelí, la irrupción de partidos laicos embriones de dictaduras militares arropadas por occidente, una pobreza sistémica acumulada durante décadas por la mayor parte de la población y todo ello con el trasfondo de la inmensa riqueza generada por el petróleo, ha conducido a un escenario diabólico con las consecuencias que llevamos contemplando desde hace unos años con la irrupción del desafió del yihadismo.
La ineptitud demostrada de forma tan reiterada por las élites políticas europeas ante dicho escenario, ampliable al norte de África e incluso a la línea del Sahel que atraviesa buena parte del desierto del Sáhara, no acaba de poner remedio ni soluciones acertadas a la resolución de dichos conflictos. A lo más declaraciones grandilocuentes y una tan perniciosa como poco efectiva obsesión por la seguridad que pone cada vez más en riesgo la libertad y los derechos de los ciudadanos en pos de la misma.
Hasta que en esas regiones del entorno europeo las condiciones de vida de sus habitantes resulten aceptables, con unos mínimos imprescindibles en cuanto a calidad de vida, paz, democracia y libertad, y se detenga el saqueo constante de sus riquezas naturales y el fruto de las mismas repercuta debidamente en el bien común de los ciudadanos, el terrorismo yihadista no dejara de encontrar el mejor caldo de cultivo para preservar su locura asesina.
No puedo compartir que Europa ya no sirva, que se haya perdido la utopía, que no haya o lideres ni que tampoco los hubo en el pasado. Lo mejor que les ha podido pasar a los españoles es formar parte de la UE y lo mejor que les ha podido pasar a los europeos es formar parte de la UE. Son tantas las fuerzas que trabajan para que no tenga futuro la UE que, parece mentira, los defensores no lo aprecian. Los nuevos políticos, algunos de los cuales votan con los viejos fascismos y los rancios racismos, no aportan.
Europa no se construye sola, la construimos entre los europeos y es a nosotros, a todos, a los que nos debemos pedir las oportunas explicaciones. Las decisiones son democráticas, en un parlamento que año tras año ha ido aumentando sus competencias.
¿Cómo desde un país como España que, tras centenares de años, no ha resuelto aun su estructura política nos atrevemos a exigir a la mayor creación política y económica de la historia que tras 60 años de avance y progreso no cometa errores?
En absoluto se trata de romper la Unión. El modelo europeo ha sido un ejemplo único en la historia de la humanidad que, hasta hace solo unas décadas, ha representado el mejor modelo en cuanto a democracia, libertad, desarrollo, solidaridad y, en definitiva, lo que podríamos llamar el bien común. Pero se han cometido errores gravísimos y se hace necesario reconducir las formas y las ideas.
El primer síntoma grave de ello lo fue la Guerra de los Balcanes. Un conflicto en el mismísimo corazón del continente, que se alargó durante toda la década de los 90 sin que las autoridades comunitarias fueran capaces de evitarlo o ponerle coto hasta la llegada del SXXI y con un balance muy por encima de los 100.000 muertos.
Inmediatamente después vendría la Guerra de Irak en el que la buena parte de los líderes europeos se solidarizaron y colaboraron con los EE.UU., muy en contra de las voces de sus ciudadanos , y que al margen de consideraciones legales suficientemente probadas, era más que previsible que desatara un conflicto de terribles consecuencias que perdura hasta hoy mismo.
Y poco más tarde llegaría la crisis. La mayor crisis económica desde la Gran Depresión, consecuencia del evidente descontrol por parte de las mismas autoridades y las instituciones que representan sobre el mundo financiero. Y que numerosas voces de alarma venían previniendo desde mucho tiempo antes al albor de un modelo de ingeniería financiera basada en la economía de ficción.
Las consecuencias de las crisis han sido devastadoras. Pero, por ceñirnos precisamente en estos duros momentos al caso del terrorismo yihadista y, de paso al auge de los movimientos fascistas que toman cada vez más auge en el continente y en países con una solidez democrática envidiable, no hay mejor caldo de cultivo para ello que la pobreza y la miseria generada a borbotones en las últimas décadas. De manera muy especial en los cinturones de las ciudades, consecuencia de los enormes desequilibrios sociales provocados por un modelo de capitalismo que bebe del enfoque más radical de la teoría neoliberal.
Europa no puede mirar a otro lado cuando conflictos de tales magnitudes acechan a sus puertas. Europa no puede permitir que un cuerpo militar invada un país vecino como un elefante entra en una cacharrería, sin prever sus consecuencias. Europa no puede permitir que millones de personas que huyen del hambre y de la guerra deambulen sin rumbo por ella. Europa no puede permitir que la miseria, el desatino o el terror, se asiente en sus fronteras. Europa no puede permitir que unos u otros conflictos, unos problemas y otros se enquisten indefinidamente. Europa no puede permitirse una crisis de valores, en lo económico, en lo social y en lo político que dé al traste con todo un proyecto europeo, desde la óptica liberal, democristiana y socialdemócrata que fue la ilusión de tantos millones de personas tras la 2ª. Guerra Mundial.
Por eso hablo de “refundar Europa”. De volver a nuestros orígenes sinceros. Adaptándonos a los tiempos y a las formas, claro está. Pero que Europa sea la Europa de los pueblos y no la de los mercaderes que se ha convertido ahora.
La sociedad civilizada es una ilusión. A la vista está, desde siempre, que guerra y paz existen según la conveniencia de unos pocos y que por muy positivos que seamos, siempre elegiremos con desacierto y serán los inocentes quienes paguen las consecuencias. Tantos miles de años para aprender y no somos capaces de avanzar; antes al contrario, como el más errático de los cangrejos, rodeamos los problemas y perpetuamos la locura.
Y por más que lo intento, ya no puedo creer en ningún gobierno, en ningún partido, en ninguna institución y, mucho menos, en personas. Se me ha demostrado sistemáticamente que por cada individuo que hace cosas buenas, existen 100 que hacen maldades inenarrables. Esta sociedad se está escorando hacia un colapso irremediable, que será camuflado, disfrazado, y las nuevas generaciones de infantes serán sumergidas en valores que hablan de racismo, egoísmo, ombliguismo y odio.
Unos usarán el terrorismo con fines nauseabundos, para justificar los fascismos que nacerán en poco tiempo, la política orwelliana que ya no dejará respirar a nadie sin que el gobierno lo sepa; otros, expulsados a consecuencia de esta estrategia tan vil, no tendrán otra opción que radicalizarse, para sobrevivir. Y en el otro extremo (el tocante), unos cuantos brutos, bien financiados por occidente, actuarán a modo de lobo, depredando a los incautos. Este es su diseño y todavía no sabemos la hoja de ruta al completo, pero Europa existirá mientras le convenga a unos pocos, ni un minuto más.
Este tren no tiene freno.
No deberíamos ser tan pesimistas. Aunque, en realidad tengamos motivos para ello. Stephen Hawking, acerca de la posibilidad de una invasión extraterrestre dice temer la misma ya que nuestra propia historia nos ha enseñado que no por más avanzados técnicamente dejamos de matarnos. Y no le falta razón como vemos cada día.
Pero aun así, esa lucha constante entre el bien y el mal, tiene sus alegrías y no deja de mantener una cierta esperanza. O al menos no deberíamos perderla. En el tema que nos ocupa y como mencionamos en el artículo, desde hace unos pocos años, numerosos movimientos sociales están impulsando en Europa un nuevo renacer en favor de esa Europa de los pueblos, esa idea primigenia de sus padres fundadores.
Hasta hace ese mismo tiempo parecía impensable que personajes impulsados por esas mismas ideas como el griego Yanis Varoufakis, el británico Jeremy Corbyn o incluso la irrupción de un socialdemócrata como Bernie Sanders en los mismísimos EE.UU pudiera adquirir relevancia. Y está ocurriendo.
«La única posibilidad de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá de ellos, hacia lo imposible.» Arthur C. Clarke.
A pesar de todo no soy tan pesimista. Aunque, en realidad tengamos motivos para ello. Stephen Hawking, acerca de la posibilidad de una invasión extraterrestre dice temer la misma ya que nuestra propia historia nos ha enseñado que no por más avanzados técnicamente dejamos de matarnos. Y no le falta razón como vemos cada día.
Pero aun así, esa lucha constante entre el bien y el mal, tiene sus alegrías y no deja de mantener una cierta esperanza. O al menos no deberíamos perderla. En el tema que nos ocupa y como citamos en el artículo, desde hace unos pocos años, numerosos movimientos sociales están impulsando en Europa un nuevo renacer en favor de esa Europa de los pueblos, esa idea primigenia de sus padres fundadores.
Hasta hace ese mismo tiempo parecía impensable que personajes impulsados por esas mismas ideas como el griego Yanis Varoufakis, el británico Jeremy Corbyn o incluso la irrupción de un socialdemócrata como Bernie Sanders en los mismísimos EE.UU pudiera adquirir relevancia. Y está ocurriendo.
«La única posibilidad de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá de ellos, hacia lo imposible.» Arthur C. Clarke.
[…] Hillary Clinton representaba el establishment, ese grupo dominante que tanto en EE.UU. como en Europa ha creado una estructura de poder por y para las élites y que de hecho ya tuvo más dificultades de las previstas para lograr ganar las primarias […]