Son las 19:45 de la tarde del primer domingo del otoño. Acabo de llegar a casa. Este fin de semana están recuperando las corridas de toros que no se celebraron en los días de feria del Corpus Christi, debido a la situación de pandemia. El ambiente en el barrio de los toreros, donde vivo, es un poco diferente, puede que este momento de normalidad decimonónica haga que los ánimos estén más sueltos en el vecindario, y que la desinhibición ideológica descorra todos los cerrojos. Si fuera sinestésica de los olores estoy segura de que ahora mismo olería a traje de luces de arcón y a bolitas de naftalina.
Hace todavía calor, creo que ya debe ser el veranillo de San Miguel, que es una redundancia por estas tierras pues hace mucho tiempo que no existe ese tiempo intermedio entre el verano y el veranillo, quizá tiene más que ver con la duración de las horas del Sol.
Dos balcones a la izquierda de la segunda ventana exterior de mi casa un “chico” grita a todo pulmón: “Viva España, viva la guardia civil, viva el rey y viva la policía nacional”, estos “hurras” dichos de corrido y con las cuerdas vocales a su máxima potencia van a ser soniquete casi ininterrumpido en los próximos minutos. Se me eriza el alma y me pongo roja.
El joven nacionalista español está acompañado por otros ¿machos? que literalmente le ríen la gracia, lo que hace que también, literalmente, el protagonista de la tarde de domingo se crezca. De los otros balcones se va asomando gente, toda gente joven, porque el barrio de los toreros es un barrio de estudiantes, y este curso, algunos de ellos parecen haber llegado insuflados de fuerza patria.
Se debe sentir intocable con un público complaciente que lo jalea, se debe sentir hermanado con el sentir popular de los tres balcones que entre murmullos se muestran cómplices. De repente, en un giro inesperado, suena a todo trapo, durante unos pocos segundos, el himno de Riego (versión instrumental). El vecino se ha debido confundir en su exaltación patriótica y a toda prisa y con la competencia lectora bajo mínimos ha visto “himno y España” y con el altavoz ya encendido se ha dejado ir. Qué grieta más poética. Ha durado poco, eso sí. Estoy convencida de que no sabe muy bien lo que ha «pinchado», se apresura a poner el de verdad, el español de ahora, y tras ese minuto escaso de incertidumbre de balcón vuelven las risillas de las chicas del quinto, los vivas a cascoporro de los otros dos balcones.
¿Qué hacer en estos momentos?,¿qué hacer en estos tiempos?, con situaciones como estas cada vez más cotidianas. Propongo un taller de lectura de portal, textos de ánimo en cada entrada para saber que el barrio/los barrios son más plurales de lo que puede parecer un día de toros o un día de banderas. Textos breves en cada entrada que animen a construir otro sentido común, que cuestionen el que nos quieren imponer a marchas forzadas batalla del relato mediante. Si la recepción fuera buena y más gente se animara a compartir lecturas para conmover la ternura, para desmontar la Realidad, para parar esta apisonadora que nos quiere imponer un pensamiento único construido peldaño a peldaño sobre el binomio del «ellos» y el «nosotros» y que legitima el imperativo de «NO todas la vidas importan» No sé… si funcionara este taller de portal, no sé… quizá … puede que… no sé: ¿lo veis?
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