Historia de los nadie
Cuando entré en trabajar por primera vez no me imaginaba el olor, el calor, el sudor entrando en los ojos, el transporte de cargas pesadas, los “ladridos”, las condiciones de trabajo, la falta de compañerismo, la soledad del corredor de fondo. La esclavitud moderna.
Nunca pensé en preparar la revolución. No.
Elegí “El tajo” por la pasta. Un curro alimenticio, como se suele decir. En mi familia nunca se aspiró a más. El sector servicios me eligió a mí, no yo a él.
En Pucela se decía:
“El que sabe, sabe. Y el que no a FASA…”
Eran otros tiempos, hoy en día trabajar en FASA es un privilegio.
No entré a trabajar para escribir, sino por la pasta, pero con el paso de las horas y los días la necesidad de contar lo que pasa ahí dentro se incrusta dolorosamente en la garganta, como una espina clavada. No todo es macabro en el curre. También, a veces, una paradójica belleza lo invade todo, momentos de risa salvaje que solo se entienden entre los embrutecidos por el trabajo físico. Hay que dar de comer a la familia. Es duro…
Pero qué le vamos a hacer. Por lo menos tengo trabajo. Es lo principal.
La primera vez que volví al trabajo después de que prohibieran fumar en los bares, noté algo extraño en el ambiente; el olor a comida me llegaba en todo su esplendor, olía a mollejas a la plancha. De repente me reí.
Cuando el calor se vuelve insoportable, en Julio sobre todo, pongo la cabeza bajo el grifo de agua fría y pienso.
“You and me
We know about time
We know how things go
They come and go
They live and grow
They pass and go
And glow and glow
Up and down
High and low
Low, low, low
Low, low, low”
Low (Out of Time R.E.M.)
Cargar las cajas de vino a todas horas me hace descubrir músculos cuya existencia ignoraba, y este trabajo mecánico y repetitivo durante años, llega a hacerme feliz por momentos.
El “Tajo” me ha ganado.
Se me escapa involuntariamente la afirmación:
“Es mi trabajo”
Como si yo, insignificante empleado, un número más entre tantos en la cuenta de resultados, tuviese propiedad alguna sobre la comida que manipulo y sirvo todos los días. Llego a olvidar que los días en que los billetes no entran en la caja es mi plusvalía la que compra el Porsche del “jefe”.
Hay que ocultarse a conciencia de las cámaras omnipresentes para llevarse una trufa de chocolate para las niñas (la pequeña me lo pide todos los días).
“Todavía te falta discreción”
Me dijo José, colega veterano:
«Yo no he visto nada, pero procura que no te pillen los jefes»
Desde entonces miro a cámara desafiante cuando me como una manzana. Pírrica victoria.
Pero me embalo. Yo escribo como pienso en mi trabajo, divagando en mis pensamientos, solo, confuso. Escribo como trabajo, en cadena.
Los gestos automáticos. Los pensamientos errabundos. Deprisa, deprisa, llevar, meter, sacar, sumar las cuentas. No tratar, siquiera, de saber por qué esos gestos y esos pensamientos se entremezclan. Asombrarse en invierno cuando sales de trabajar y es de noche. Muy pocos lugares conozco que me causen tal impresión. Absoluta existencial radical.
Cuando sales, no sabes si te incorporas al mundo real o si lo abandonas, aunque todos sepamos que no hay mundo real. Son mundos cerrados, a los que solo se entra por elección deliberada. Y de los que no se sale.
O se sale…pero no indemne. Uno nunca sale del todo del “talego”.
La salida.
La salida se siente visceralmente cuando te duchas para quitarte los rescoldos de queso y grasa pero, qué trabajo cuesta levantarse para meterse en la ducha cuando por fin estás sentado en el sofá después de ocho horas de duro trabajo. Estamos en el siglo XXI, pero no lo parece. Espero la salida como hacía, hace medio siglo, mi padre en Carrocerías.
¿Qué pasará cuando me jubile?
¿Qué será de mis hijas cuando yo no esté?
Estas preguntas universales, hasta hace no mucho, estaban resueltas en una especie de contrato social. Pero en estos nuevos tiempos donde los algoritmos dominan nuestras vidas, nada está asegurado.
No le importamos a nadie. Nosotros los John Doe no le importamos a nadie.
Todo esto no se suele contar en el cine, no es un tema muy atractivo cinematográficamente hablando.
Para hacer atractivo al espectador este tipo de historias, se pueden tomar múltiples caminos, y Chloé Zhao elige en esta ocasión uno muy personal.
“Nomadland” es un retrato actual de los John Doe. Los sin nadie que sobreviven a base de trabajos precarios, condenados a vivir en auto-caravanas deambulando de un lugar a otro, siempre en busca del TRABAJO definitivo.
Una radiografía del sistema social de los EEUU … una radiografía bastante superficial.
En Nomadland, la directora china-estadounidense nos narra, con estilo pausado, una historia de personas sin casa (pero no sin techo), obligadas por el sistema a deambular en busca de trabajos precarios por las carreteras de los EEUU. Estas personas expulsadas del estado del bienestar por múltiples motivos sobreviven en auto-caravanas, muchas veces acampando en grupo, en terrenos públicos, apoyándose unos a otros en una especie de comunidades “libertarias” (al estilo yankee, que no tiene nada que ver con el anarquismo español).
El rostro y la presencia de Frances McDormand nos acompaña en primer plano durante todo el metraje, la puesta en escena y la fotografía son deudoras en su estética del cine de Terrence Malick y es precisamente esa elección (tan legítima como otra cualquiera) la que, según la opinión del que esto escribe, hace que el film se quede “a medias”.
Solo nos muestran las consecuencias del desastroso sistema económico y social de los EEUU, pero la película nunca se pregunta el por qué de esas situaciones, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
Por momentos, la directora se recrea en la estética de esos paisajes desolados y en el rostro de la actriz, ¿insinuando? que todo se trata de una elección personal, como si los culpables de la pobreza fueran las propias personas pobres. La manera individualista de pensar de los estadounidenses puede que justifique esta elección, pero puede que también sea ésta la razón por la que esta película figure como la favorita de los Oscar de este año.
Una película bonita, pero sin hacerse demasiadas preguntas, la culpa no la tiene el sistema, el sueño americano es posible. Todos los “Mantras” que gustan en la tierra de los sueños.
La gran pregunta que yo me hago al ver esta «bonita» película es:
¿Qué habría hecho Ken Loach con una historia como ésta?