Durante la cuarentena me he vuelto a mavillar con la capacidad de adaptación de los seres humanos ante situaciones estresantes y alarmantes tal y como la que estamos viviendo en este confinamiento.
En las reuniones digitales con mis amigas a través de videollamada nos vemos las caras y así la distancia y el aislamiento se nos hace algo más ligero.
Nos echamos de menos y somos conscientes de lo necesario que es juntarnos e intercambiar sabidurías sobre semejante proceso que estamos viviendo, cada una a su manera y poniendo en juego los recursos personales que ha ido creando y fortaleciendo por el camino.
En estos encuentros hacemos alusión entre risas al “look confinamiento” que consiste en ir con ropa cómoda, sin depilar, sin maquillaje, algunas sin bragas y otras sin sujetador.
Tengo amigas que antes de estar confinadas ya hacían uso de esta manera de ser y estar en el mundo porque ir en contra del mandato patriarcal de la apariencia y el supuesto atractivo físico de las mujeres en relación a la ropa y el uso de maquillaje, es una decisión que probablemente va a ser cuestionada.
He sido testigo de cómo han recibido comentarios y miradas por no entrar en el molde patriarcal de lo que se considera belleza femenina
Reconocer como hemos ido interiorizando el patriarcado en nuestro ser es un paso necesario para cuestionar estos mandatos y no culpabilizarnos por ser mejores o peores feministas si decidimos hacer uso de ciertos elementos considerados femeninos y que tienen que ver con la ornamentación del cuerpo.
Lo cierto y verdad es que el otro día me descubrí a mí misma gozando del placer de no usar ropa interior y haberme olvidado de donde está la cuchilla de afeitar porque no voy a salir “ahí fuera” donde reconozco como el patriarcado me ha metido varios goles, como por ejemplo normalizar que tengo que llevar sujetador para evitar ciertas miradas o depilarme las axilas en verano para alzar los brazos con naturalidad.
Es paradójico cómo se va forjando la percepción de estar más cómodas llevando sujetador, los ojos pintados o depiladas cuando el cuerpo se manifiesta al llegar a casa y sentimos alivio al despojarnos de estos elementos.
¿Hemos aprendido que la comodidad pasa por adaptarnos a un sistema dañino para nuestra salud, expresión y libertad?
¿Y si me quedo con este “look confinamiento” atravesando el mandato de género que me impulsa a encorsetarme y a eliminar mi vello natural?
¿Cuantas de nosotras nos depilamos, usamos ropa interior y maquillaje de manera automática sin cuestionar el por qué o el para que lo hacemos?
La socialización de genero nos ha ido condicionando de manera paulatina y una de sus estrategias más perversas es que actuemos por inercia sin cuestionar el orden establecido. De esta manera, será mucho más difícil que nos paremos a reflexionar sobre estos mandatos y, si lo hacemos, se convertirán en fuente de duda hacia una misma.
Estoy aprendiendo mucho en esta cuarentena y uno de los aprendizajes que recojo es el de pararme más a sentir pues la vorágine del hacer afuera se ha paralizado.
En esta experiencia y manera de vivirme, me doy cuenta de que me resulta placentero sentir la libertad en mis pechos, el olor y el tacto de mis axilas sin depilar y rascarme los ojos sin precaución porque después vaya a parecer un mapache con los restos del lápiz del ojos por las comisuras de los ojos.
Y resulta que estas sensaciones forman parte de la experiencia femenina pues el género masculino goza de estas libertades y no se plantea estas cuestiones.
No se trata de culpabilizar a los hombres ni de enfadarse con ellos porque “ellos si pueden y nosotras no”. De lo que se trata es de cuestionar al sistema patriarcal en el que vivimos para después decidir que queremos hacer con nuestros cuerpos con mayor nivel de conciencia.
Con o sin maquillaje, sujetador, bragas, depilación… seguimos siendo nosotras y esto sí que es incuestionable. Quizá muchas volvamos a salir a las calles sin depilar orgullosas de este logro post confinamiento y otras con los labios pintados de rojo y felices de lucir coloridas sonrisas.
El patriarcado sigue vigente pero cada vez somos más conscientes de sus estrategias para desarticularlas. Y una de sus estrategias más perversas es distraernos de lo verdaderamente importante y que caigamos en las trampas de la rivalidad entre mujeres, juzgarnos a nosotras mismas por nuestra apariencia y no encajar en el molde, dañar nuestra autoestima y poner en juego nuestra salud.
Desde el feminismo sí que podemos cuestionar el orden establecido y tomar conciencia de estas estrategias e imposiciones para no caer en ellas y después decidir qué hacemos con nuestros cuerpos, relaciones, formas de expresarnos y estar en el mundo…
Y esta vez lo haremos sin culpa ni juicio.
Con o sin bragas.
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