La vida se presenta así. Me lo dice una amiga en un audio de esos que tanto acompañan y las palabras se quedan resonando en mi cabeza. Un rato antes, mi peluquera me preguntaba qué tal el invierno. Rápido, el invierno pasó rápido, fue mi respuesta. Entonces, bien, me dice. Con un niño pequeño no tienes tiempo para pensarlo, tan sólo pasa rápido, le aclaro. Pero me vuelvo a hacer yo misma esa pregunta unas horas más tarde, en los minutos que puedo pensar mientras intento no perder de vista al peque en el parque, porque sólo unos instantes sin localizarle, mi corazón se acelera.
El invierno pasó rápido. La vida se presenta así. Y lo que hacemos es tratar de agarrarla mientras se nos escurre entre los dedos. Un reloj de arena, eso es. Y, sin embargo, también hubo lentitud este invierno. Tardes lluviosas sin salir de casa, teniendo que ser compañera infatigable de juegos cuando tu cuerpo sólo quiere sofá y manta. Por eso es mejor ni sentarse. Por eso dicen que es mejor tener dos. Por eso hace falta una tribu. Pero la vida se presenta así.
Qué tal el invierno. El invierno pasó rápido, como rápido pasa ahora la primavera. Y, sin embargo, también hay lentitud estos días de sol y flores. Mi padre se está muriendo. Pero está haciéndolo muy poco a poco, con algún susto de vez en cuando que te acelera el corazón. Y eso que deseas que ese momento llegue para poner fin a su sufrimiento de una vez. La muerte se presenta así. Y a pesar de la rabia, de lo inhumano que me parece alargar la vida cuando ya no hay conciencia, no queda otra que vivirlo.
Los cuidados. La vida. Que se presenta así. Y lo único que nos salva, como siempre, es no estar solas.