El pasado 10 de septiembre una madre indignada tiró una fiambrera, un «tupper», a la conservadora y ya por hoy ex-presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, durante el acto simbólico de apertura del curso escolar en un colegio madrileño. El lanzamiento que constituyó un acto de protesta contra el recorte en los comedores de los centros educativos mostró emotivamente, más bien reveló, la indignacion y la irá de una ciudadanía que ya no está dispuesta a hacer más sacrificios. La imagen reflejó de manera incomparable la irritación de la calle. Como en su momento dijo Jean Amery: «¿dónde está escrito que la Ilustración deba ser desapasionada?». La ira de esta madre es la ira de todos. Es la que llama a decir que hay una línea moral roja que se ha traspasado. Quizá es un mero grito, un mero gesto, un lanzamiento con ira, pero cargado de razones. Y por ello, precisamente, pone en evidencia al con-movernos algo de lo que no hay derecho, exigiendo una reparación por la injusticia sufrida. El gesto de la madre es claro. Todos lo entendemos: «esto es intolerable«.
En este sentido, Hannah Arendt tenía razón cuando dijo que la rabía surgía allí dónde exístian razones para sospechar que podían modificarse las condiciones sociales y no se modificaban. Por eso, quizá, ya no se trata como ha apostado Zizek, y como sostiene cierta izquierda de este país, de mantener la lucha inquebrantable de las causas perdidas, en la fidelidad o en la defensa de un acontecimiento pasado del que todavía se pretende extraer las consecuencias para el futuro. Como ha remarcado Manuel Cruz en su último libro, Adiós, historia, adiós. El abandono del pasado en el mundo actual, en un texto que recuerda las reflexiones de Gumbrecht, en estas condiciones de lo único que cabe seguir hablando es de un genuino «futuro negativo», en el que no se camina hacia delante, sino que se trata de una cuenta atrás que a cada paso va destruyendo no sólo las conquistas colectivas de unos derechos sociales que parecía asegurados, sino también las mismas biografías personales. Sin embargo, sí cabe hablar de posibles reaciones contra la negatividad vigente, tales como las de esta madre, tales como las del 15M. Estas son las que realmente importan, como las de todos aquellos ciudadanos y ciudadanas que tomaron las calles de Madrid y otras ciudades el pasado 25S sin apenas conceptos, ni doctrinas. Simplemente, como se vio, se trató de multitudes anónimas, pacificadas, sacrificadas, que se buscan unas a otras y que se reconocen en lo sufrido en el día a día en sus biografías personales, de las que han sido despojadas de todo futuro y por ello la única opción que les queda es la de impugnar todo presente. Entre ellos, el autónomo-encargado de la cafetería del Padro 16 que salvó de los golpes de los antidisturbios a cientos de personas.
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La excepcionalidad de la crisis ha propiciado que el Estado muestre su cara más dura y revele el caracter fundante de toda violencia a fuerza de indiscriminadas cargas policiales. Desde esta perspectiva, la cuestión esencial si se quiere agrietar esta asfixiante realidad es la de no estar solos, en aquella línea que señaló Walter Benjamin cuando habló de la entrega empática dentro de las multitudes. El 25S lo puso en evidencia al son de: «esto es un dictadura». Su gesto pone de relieve que algo está fallando. Sandra la madre de dos hijos de 6 y 16 lo sabía perfectamente. Su gesto pide la responsabilidad de todos. Lo grita: «esto es una vergüenza».