Apenas unas horas de plazo para tener que entregar un nuevo artículo. ¿Por qué sigo en este lío si no tengo tiempo para escribir? Peor aún, pienso. ¿Por qué sigo en este lío si no tengo nada interesante que decir? Supongo que me cuesta abandonar un espacio feminista más… Y aquí estoy. Pensando en qué puedo decir que alguien tenga luego ganas de leer.
El año pasado, apenas tres meses después del parto, contaba mi impresión de que había quienes me preguntaban por la experiencia de la maternidad esperando que les dijera que me estaba arrepintiendo. Y estaba hablando de amigas y compañeras feministas. Pues bien, esas personas ya ni me preguntan. Ya no están cerca. Han huido. O no. Quizás he sido yo quien me he alejado. Lo que sé es que juntas no estábamos cómodas. Y uno de los grandes aprendizajes de estos dos años es éste: estate donde te sientas escuchada y no juzgada. Antes era algo deseable, hoy, una necesidad vital.
Dos amigas, cada una por su lado, me dicen que la maternidad se está convirtiendo en una identidad subalterna dentro de los feminismos (blancos, habría que matizar). La primera, madre de una niña, confiesa que quiere mucho a sus amigas feministas no madres, pero que ha dejado de contarles cosas. No la entienden. Le duele. La segunda, madre-deseando-serlo —porque imaginarte ahí ya te coloca a este lado, y además es tribu de unas cuantas madres con criaturas— , cree que las maternidades feministas generan rechazo por cuestionar la maternidad tradicional, pero también sospecha y exclusión en los ambientes feministas. Algunas de sus compañeras madres le cuentan experiencias terribles de las asambleas a las que logran ir. Infantilización, rechazo, no reconocimiento, aislamiento… Birkite Alonso afirma claramente que las madres no tenemos un espacio dentro del movimiento feminista. Cuenta también que estamos dolidas porque nuestra lucha no se vea, no se comparta. No se valora que estemos reapropiándonos de la experiencia materna. De nuevo tenemos que gritar que lo personal es político. ¡A nuestras compañeras! Y ni así nos oyen la mayoría de las veces.
No sólo duele. Desanima. Aleja.
En esta época de masas feministas, yo me siento demasiadas veces huérfana de feminismo.
Lo que está claro es que la relación entre maternidad y feminismo es una realidad que vuelve a estar encima de la mesa. Y digo vuelve a estar porque, como suele suceder, olvidamos que no es algo nuevo. Aunque, evidentemente, el contexto es otro, no está de más retomar lo que otras ya han pensado para no hacerlo desde cero. Incluso el mundo editorial parece poner más atención que nosotras mismas. La reciente reedición de Nacemos de mujer y El Nudo materno, ambos publicados originalmente a finales de los setenta, es un buen ejemplo. Su gran aportación, desde el ensayo y la novela, respectivamente, es narrar y valorar las experiencias maternas diferenciándolas de la maternidad como institución.
En una reciente entrevista en Pikara Magazine, June Fernández habla con Justa Montero acerca de las jornadas feministas estatales de 1979. En ellas se debatió sobre si la maternidad era una experiencia alienante o emancipadora. Justa Montero cuenta que en los setenta era central criticar el modelo de mujer vinculado a la maternidad como destino natural de las mujeres, pero también que quienes veían la maternidad como imposición fueron intransigentes y dieron poco espacio a las mujeres que querían vivirla de una forma distinta. También propone revisar los debates y planteamientos teóricos contrastándolos con lo que se ha logrado cambiar mediante prácticas no hegemónicas.
Cuarenta años después, qué pocas experiencias de maternajes feministas han sido narradas y cómo se mantiene esa idea de la maternidad como trampa patriarcal. Pero esto está cambiando rápidamente en los últimos años. Hay todo un goteo de artículos, ensayos, novelas, poemarios y obras híbridas que van dejando poso, que nos hacen sentirnos más acompañadas*.
La pregunta ahora es cómo organizarnos para, por fin, tener voz propia dentro del movimiento feminista, para ser parte de ese sujeto del feminismo siempre tan disputado. ¡Si apenas tenemos tiempo para tomar un café con una amiga! Sin embargo, ya lo están haciendo las compañeras de la plataforma Petra y un montón de activistas (por ejemplo, las citadas en este artículo de Julia Cañedo). Personalmente, y aquí viene mi buen propósito para este nuevo año, quisiera ir más allá de estas palabras lanzadas de vez en cuando al mar de la Red. Escribir es demasiado solitario. Y aunque disfruto enormemente cuando puedo hacerlo, porque, como Carmen G. de la Cueva, dicto más palabras en mi cabeza de las que pongo por escrito, ahora necesito más los cuerpos. Cuerpos que se junten para pensar y construir en colectivo. Como ha sido siempre para mí el activismo feminista. Me imagino peques correteando o a la teta mientas hablamos de todo lo que nos atraviesa. Y que le ponemos nombre. Y que compartimos resistencias. Pero también risas, placer y amor. Porque estos dos años están, sobre todo, llenos de amor. Y es un amor que quiero nombrar y compartir. Sin sentir vergüenza, que acaba siendo parecida a la culpa.
Es importante que quienes maternamos tengamos voz dentro del movimiento feminista. Pero más aún que seamos capaces de construir espacios feministas de maternaje y crianza. Quizás lo segundo es condición previa para lo primero. Y es que la vivencia de la ambivalencia y la soledad que caracterizan la maternidad, sumada a intentar subvertir el modelo hegemónico de crianza, es durísima. Sólo contando con una tribu feminista y anticapitalista seremos capaces de politizar la maternidad. No para que el Estado críe a nuestras criaturas, sino para que bebés, niñas y niños formen parte de nuestra vida social, tal y como afirma Julia Cañedo.
* Aquí van algunos títulos bastante recientes sin pretender ser para nada exhaustiva y sí mostrar la diversidad de experiencias maternas: Lo que nos sale del útero, de María Alonso Suárez; Roedores. Cuerpo de embarazada sin embrión, de Paula Bonet; A mí no me iba a pasar, de Laura Freixas; Maternidades subversivas, de María Llopis; Nadie me dijo. Criar y crear, de Hollie Mcnish; Motherland. De la cara B a la cara A de la maternidad , de Virginia Mosquera; Quién quiere ser madre, de Silvia Nanclares; El vientre vacío, de Noemía López Trujillo; Querida hija imperfecta, de Ana Pérez Cañamares; Madres. Un ensayo sobre la crueldad y el amor, de Jacqueline Rose; Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad, de Esther Vivas.