Lo único que quiero es tener mi trabajo, mi casa y vivir sola con mi gato.
Ese es mi sueño, eso es para mí la libertad. No pido tanto, ¿no? Cuando se lo decía, él me insultaba y me respondía que me iba a quedar sola y que me iba a convertir en la loca de los gatos. ¿Y sabes lo que te digo? Que eso es lo que quiero. Ser la loca de los gatos (Rosa, 33 años)
Yo también quiero ser la loca de los gatos.
Defiendo el derecho a serlo, vivirlo y disfrutarlo en su plenitud.
Sacar la llave que abre la puerta del espacio que he construido como mi hogar y que el ser felino que habita conmigo salga a recibirme, o no. Porque nunca la espera es estática ni el saludo debe ser el sostén que cubra mis expectativas.
Me reivindico como la loca de los gatos sin censura ni vergüenza invocando a Colette o a Virginia Woolf. Ellas nos dejaron el legado de la convivencia con la gata en un cuarto propio para construir y diseñar el espacio que nos procure la autogestión de nuestro placer en soledad.
Todos los días yo también lucho por gozar de este derecho que a veces contemplo como privilegio porque cuando reconozco las dos luces que delatan la mirada felina al fondo del oscuro pasillo, soy consciente de lo duro que hay que trabajar para conseguirlo.
Conocí a Rosa cuando estaba trazando el plan que la llevaría a la búsqueda de su propia autonomía. Arduo trabajo que implica desaprender para incorporar nuevos caminos que transitar, esta vez reconociendo la independencia como base del movimiento. Me acuerdo de ella cada vez que habito el placer de reconocerme como otra loca de los gatos.
Pero, ¿De qué va el identificarse con este arquetipo? ¿Qué hay de revolucionario en ello? ¿Por qué se nombra en femenino? ¿Cuál es la verdadera historia?
Desde diferentes culturas y etapas históricas se han relacionado a las mujeres con los gatos.
Por ejemplo, cuando estos seres eran considerados como animales sagrados en el antiguo Egipto y diosas como Bastet eran sus protectoras. O cuando las brujas eran asociadas con el mundo felino para realizar sus conjuros y así también fueron relacionados con lo demoníaco por lo que fueron perseguidos y asesinados junto a nosotras durante la Inquisición.
Desde el imaginario colectivo se fue construyendo la asociación entre las mujeres que viven solas y que conviven con un gato como mujeres sospechosas e incluso peligrosas, hasta nombrarlas como locas.
Este hecho no es fortuito pues una de las estrategias patriarcales de desvalorización a las mujeres que deciden crear su espacio propio es apuntarlas como desequilibradas y hacerlas dudar de su deseo. Así, nos colocarán la etiqueta de locas y todavía con mayor razón si se nos ocurre aliarnos con uno de los seres que se consideran más independientes en el mundo animal.
Pero, ¿Qué es lo que pasa cuando una mujer decide vivir sola y elige la compañía gatuna como única compañera? ¿Por qué es tan subversivo ¿Cómo es el psiquismo felino y a qué está asociado de manera consciente o inconsciente?
Los gatos son considerados como animales independientes, territoriales, inteligentes y que van a lo suyo.
¿Qué ocurre si trasladamos estas cualidades a las mujeres?
¿Encaja en la concepción tradicional de lo que significa ser “una buena mujer”?
Podríamos pensar que las locas de los gatos somos mujeres nada dóciles, que reclamamos nuestra independencia y espacio propio además de no estar siempre disponibles para satisfacer necesidades afectivas ajenas.
Incluso nos escuchamos y damos prioridad a nuestros deseos en la medida en la que podemos, porque somos conscientes de las dificultades que nuestro entorno nos procura para ello.
Por eso también nos gusta meditar, estirarnos arqueando la espalda cuando lo necesitamos y no dudamos en dar un toque de atención con un arañazo cuando nuestro espacio vital es invadido sin pedir permiso.
A veces también pienso que para ser una loca de los gatos hay que pagar un precio.
Éste pasa por, además de costear las facturas de la veterinaria, arena y latas de atún, atravesar el miedo a la soledad o cuestionar cuánto estoy dispuesta a invertir en mi nivel de sociabilidad.
Después de tasar dicha cuantía, me doy cuenta del placer que me provoca convivir con mis compañeras felinas y que la inversión también pasa por valorar de qué manera me va la salud en ello pues ellas me ayudan a defender mi independencia, poner límites en base a mi necesidad y a ronronear de placer cuando la situación realmente lo merece.
¿Qué pasa si me concedo el derecho a gozar ser la loca de los gatos sin juicio?
¿Y si elijo esta alternativa como filosofía de vida?
¿No será uno de los pilares básicos para la práctica del autocuidado?
Me lanzo estas preguntas mientras una de mis compañeras felinas decide cambiar de postura para encontrar su propia comodidad en el sofá que compartimos.
Entonces vuelvo a obtener la respuesta.