Jóvenes, niños, adultos, clase obrera, burgueses, todos formando una pirámide plástica en una escena en la que mademoiselle la Liberté, con sendas las tetas fuera cual si fuese una progrechoni del coñolaicismo recién salida (entiéndaseme lo de «salida», s’il vous plait) de un rezatorio de la Complutense o del Instituto de Pasados Presentes, puño en alto, como las antiguas divas del cuesco nacional, estandartizándose encima, húmeda de libertad, crédula como la hemorroísa evangélica y abriéndose camino vaginal entre los cadáveres relativos del presente, en pro de un futuro de promesas inciertas y esperanzas melifluas. La dama de la barretina rara está guiando al pueblo, pero mira hacia atrás, no al frente. Acaso la bella Libertad no sepa cuál es el camino hacia el destino ese; o simplemente piense que ninguna de las dos cosas, camino y destino, tengan en realidad nada que ver con ella, que bastante hace con enseñarle los pezones a todos los varones del lienzo (ella es la única mujer, lo demás son todo tíos). Quizás lo que le suceda es que no sabe hacia dónde marcha y prefiera andar a ciegas para echarle la culpa a otro, como los políticos contemporáneos y sus frustrados votantes. ¡Mecachis! Se siente, pero más que un cuadro político diríamos hoy que Delacroix habría pintado una de esas canciones de finales infelices sobre los campos de batalla del amor; bastaría con sustituir la tricolor por un estandarte amatorio o, quizás, por un talonario de besos al portador de esos que se llevan ahora en la indecorosidad del ligoteo internáutico.
Y es que no es bueno extrapolar, que bien lo sabemos en las Españas con eso de la Ley de la Desmemoria Histérica y los nazionalismos chocarreros de santiscario. Y no se puede comparar ni por asomo el entusiasmo frenético de las Tres Jornadas Gloriosas de 1830 con el quilombo que tenemos aquí montado entre el bando de los ignorantes y el de los ignominiosos, siempre con sus felaciones morganáticas. Porque, claro, eso de guiar al pueblo hacia la Libertad tiene mucho de relación sexual aniñada y aliñada de platonismo: promesas inciertas y alguien jodido, cuando no directamente porculizado. No se puede fiar todo a la magia en el menester de lo romántico, menos aún entre bocazas de chirinola. Hace veinte años el ilusionista David Copperfield volatilizó delante del público un vagón del Orient Express y todavía hoy nadie sabe el truco. Hace doce, el juez Del Olmo hizo desaparecer un tren entero superando así al mago de Nueva Jersey. ¿Truco o trato? Los magistrados y sus monipodios, ya se sabe. Hay determinados trucos que siempre implican tratos e intermediarios. Lo primero era magia, lo segundo es la vida misma, el monipodio, digo. Pero el humano bípedo (hablo del común de los mortales, no de los togados, sean de recebo o jabugo) posee el alma niña y quiere creer en las cosas porque ahora se cree más que se piensa, ya saben ustedes; lo segundo no se lleva, lo primero viene envasado, como la panceta o los supositorios. Digo que la gente necesita creer creíble la promesa prometida aunque el prometiente no pueda ni mirarse al espejo por si las calumnias lo ojerizan. Y piensa el contribuyente (que a la postre es lo que somos todos, tontos de Noos), que las quimeras y las utopías se llaman así porque no son alcanzables y dejan el alma escayolada desde el cerebro hasta el perimeo; y que por eso al porvenir lo llamamos porvenir: porque no viene.
En los últimos meses, ya era hora, hemos aprendido mucho sobre libertades en este país de taifas, aforados y titiriteros en preventiva. Ahora sabemos que no se le puede ir preguntando al pueblo sobre cualquier chuminada, que al menor descuido se brexitiza encima y hace más pluscuamricos a los Rotschild (¿se le ha ocurrido a alguien comprobar los movimientos bursátiles previos y posteriores al referéndum inglés y observar las firmas beneficiadas? Debieran). También sabemos que todos los españoles que tenemos razón y velamos por la libertad, los que pertenecemos a la generación más preparada de la historia del blablablá (porque fuimos a la pública, but of course, ese manantío de ínclitos profesionales de la pedagogía que dan su vida por España, ¿en qué NO-DO he oído yo eso antes?), pues tenemos enfrente nada menos que a ocho millones de viejos desdentados y otros tantos catetos sacados del universo de Delibes (eso para el que haya leído a Delibes, que la mayoría tienen de referencia la película de Camus, solo que sin saber que es de Camus) opuestos a que nuestra dama de las tetas turgentes nos guíe hacia el porvenir ése que tan bien pinta y que es republicano (esto es, con peluqueros que cobran diez mil euracos al mes).
La raza se nos espicha toda porque acabamos de descubrir nuestra blandenguería. Nos hemos caído del guindo de hace tres lustros (del Olmo nos caímos en 2004, que hay quien tiene mili y quien se queda solamente en la instrucción, pero sin jurar bandera) y ahora sabemos también que el espíritu empresarial no existe porque la empresa carece de espíritu, que los bancos no están para dar riqueza sino para distribuir la pobreza y ser rescatados (no se crean lo de los test del estrés: hasta el Santander está hundido y en cuenta atrás), que a este mundo no hemos venido a pensar, sino a sobrevivir y a que nos piensen otros. Que las izquierdas, fruto personalísimo del personalismo de una cólera también personal, se unen y pierden millón de votos por culpa de Paco Marhuenda (¡pues qué tontucios son para sí mismos los votantes de la España heroica!); que tantos altares y liturgias circulares (y algo lilas) se han quedado en nada; que viene Sadam Hussein Obama a leerle la cartilla, uno a uno, a todos los cabecillas del lideranato patrio (¡qué escenas tan pintorescas y grotescas inventa mi imaginación de aquella visita!). Menos mal que no se trajo a Henry Kissinger, el gran visir de las Américas, porque cada vez que Kissinger visita España, Italia o Chile muere un presidente (es gafe el hombre, no le acerquen presidentes latinos). Que esta es la España, sí señores, en la que el advenedizo Aznar y su afrodita de Oropesa casaron a la nena en El Escorial e invitaron a los Reyes, o sea, a los descendientes de su pudridero en plan aquí mando yo: la España seborreica, vaya. Que esta es la España de los préstamos preconcedidos como latigazos al sol y el mañana será otro día. Que esta es la España del no soy español, pero viva Iniesta de mi vida. Que esta es la España de los ideólogos progresistas venidos del fascismo, falangismo, extremaderechismo, alianzapopularismo que se pasaron años regalando doctorados en la Complutense con tesis abandonadas (no me tiren de la lengua que hablo de Juanito, Jaimito y Jorgito, pero sobre todo de Jorgito y de cuando Jorgito renunció a limpiar Madrid como alcaldesa electa de Fraga. No me tiren de la lengua). Que esta es la España, en fin, en la que hay un señor muy cabreado porque ya se veía dirigiendo RTVE y va a seguir unos meses al frente del ARV, ese programa de esa cadena de ese emporio que encontró unos papeles en Panamá que afectaban a todo quisque, pero a ningún metamillonario de Globomedia ni de Planeta ni de Atresmedia (cosas del azar, sin duda). Y por si queda alguna duda: esta es la España que se gastó un pastizal en vacunas contra una gripe con nombre de vitamina, que creó con los medios alarma social e indujo a que todos los contribuyentes se lavasen las palmas con alcohol después de tocar el botón del ascensor; y la plebe, mema como ella sola, obedeció transigente sin plantearse si también debería lavárselas después de tocar las vueltas del monedero (por entonces aún no se llevaba eso de buscarle las vueltas al Monedero).
Vivimos en la sociedad en la que el buen doctor nos receta vicios y extiende recetas como un croupier de casino. Vivimos en la sociedad en la que el amor se ha transformado en orgasmo, la lengua en sonidos, el arte en pulsión, la relación humana en velocidad; y todo lo que vive se ha vuelto espasmódico y el movimiento social es hoy también un espasmo lleno de Pikachus. El lumpen y el lumpen del lumpen ya no son lo que eran porque, por no saber, ni siquiera saben tocar la guitarra o componer canciones (como mucho las descomponen o descomponen al público). No se lee porque la gente no tiene tiempo y es un coñazo eso de tener que leer para ser intelectual: basta con compartir topicazos en féisbuc (*). La sociedad está conformada por una enormidad de adultos soeces sin capacidad de análisis ni reflexión sobre sus terrores como especie. Lo sombrío se manifiesta, quizás porque el mundo simbólico que imaginamos durante siglos entre todos lo hayamos convertido en realidad sin darnos cuenta. Dicho de otro modo: somos hijos de la época que le ha dado la espalda a todo el saber acumulado durante las generaciones que nos precedieron. Ahora lo que cuenta son los títulos sin metabolismo intelectual, sólo vale el ideológico. Ya no se estudia, ya no se lee, ahora la información es rápida, aceptada sin contrastes y cercenada por el clientelismo. Ahora los opinadores tienen todos la carrera de periodismo y están en nómina de la familia Lara (lará-laré-laró).
Es curioso: al mismo tiempo que los niños ya no quieren ser niños es como si los adultos exigiesen su derecho a no dejar de lado la inmadurez protectora (eso y matar pikachus por las aceras). ¿En qué momento se produce la fractura? ¿En qué momento alguien nos cambia el pensamiento? ¿Acaso en el de la Libertad que guía al pueblo? ¿Y a ella quién le marca el camino? ¿Los 350 pánfilos del Congreso, esa cueva de aforados de Alí Babá?
Y en este senado de repúblicos muy sobre los estribos ha de andar el que quisiere sustentar dos horas de conversación sin tocar los límites de la murmuración, que diría Cervantes. Y uno ya no se maravilla de lo que oye, sino de lo que deja de escuchar. Y la Libertad, esa tía cachonda que antañazo guiaba al pueblo hacia un futuro fértil, la hemos convertido en una choni facilística, una nonada entre socaliñas. Y nosotros en el guindo escamondado, sujetos del garrancho y matando Pikachus sin preguntarnos por qué Obama se reunió en Torrejón con Pi y Alby, los nuevos Pin y Pon de la Gilicracia, en un viaje a Europa que tuvo como secuela una escabechina en Niza y una extraordinaria matanza de Pikachus en el Iphone de Erdogan. ¿Motivos? Están preparando más atentados para justificar una guerra que será LA GUERRA. En este enlace verán lo que escribí hace un año al respecto.
Ya les digo: la Libertad guiando al Pueblo. ¡Pobre mujer! Mejor le iría si la dejásemos marchar y que se compre un sostén mono en el Pimkie, uno de colegiala con ínfulas putescas, que ahora regalan un pintamorros color sobrasada si te llevas dos. En cualquier caso, nunca sabremos de quién es la Libertad, pero el Futuro siempre será de los que estén dispuestos a morir matando, como los antiguos romanos. Eso sí, siempre con la Libertad abanderando.
(*) Féisbuc. No me condenen la grafía los que pronuncian nescuic cuando leen lo otro. Gracias, chatos.