De surrealista podría tacharse la fallida moción de investidura del líder popular Núñez Feijóo de la que, durante un mes, apenas si se ha hablado de propuestas pero mucho de la hipotética moción que supuestamente presentará su principal adversario político amparado en presuntas concesiones a los independentistas catalanes tras el seguro fracaso de la suya por sus vínculos con la extrema derecha de Vox que le coartan sobremanera a la hora de lograr los apoyos suficientes en el Congreso.
A buen seguro el objetivo del candidato popular en esta más que sabida de antemano fallida moción de investidura no era otra cosa que recuperarse del batacazo electoral ante sus votantes y su propio partido después de que las elecciones se las hubieran presentado las encuestas y su corte mediática poco menos que como un desfile militar.
Para ello Feijóo no ha dudado subir hasta el límite los decibelios y la velocidad de un arriesgado ventilador que puede poner en un brete a la propia democracia española, tal como está sucediendo en otros países europeos y al otro lado del Atlántico.
Alberto Núñez Feijóo ha forzado un nuevo paso atrás en ese interminable viaje al centro político del Partido Popular para caer otra vez en brazos de esa España pasada y reaccionaria que simboliza Vox y sigue viendo en Madrid el centro de su universo.
Por muchas mentiras que lanzara el líder popular desde la tribuna de oradores del Congreso, la más ruin de todas y que ha sido la más hartamente repetida por el mismo, ha sido la de exigir para sí la jefatura del gobierno de la nación por el mero hecho de haber sido la lista más votada; cuestionando con ello la democracia parlamentaria y la propia Constitución.
Esa Constitución que tanto su partido, aunque no la votara en buena parte en 1978 y se salte a la torera cuando mejor le place como por ejemplo con la renovación del CGPJ, como Vox, que pretende eliminar el estado de las autonomías y prohibir todos los partidos nacionalistas –excepto el suyo claro está-, se erigen como principales valedores de la misma.
Cuando además, para colmo, ha sido en varias CC.AA. y numerosos Ayuntamientos, valiéndose de esa misma democracia parlamentaria que desprecia a mandíbula batiente en la Cámara, la que le ha permitido gobernar a su partido gracias a esa «coalición de perdedores«, que de manera tan injusta como contradictoria ellos mismos califican cuando se da en caso contrario.
El caso Sánchez
De vuelta a la realidad de las cosas, nos encontramos ya con las dos únicas opciones posibles que propusieron las urnas el pasado 23 de julio. Bien que Pedro Sánchez a los mandos del partido socialista, nuevamente en coalición y en minoría, pueda formar gobierno con los apoyos necesarios, o bien de no ser posible ir a una nueva convocatoria electoral el mes de enero del próximo año.
Habrá que ver también si el candidato socialista esperará a presentar su oferta ante Felipe VI una vez logre un acuerdo con las fuerzas políticas necesarias, si lo hará antes de ello y arriesgarse a que su moción de investidura resulte un fiasco como la de Núñez Feijóo o directamente no se presentará a la misma si la considera imposible dando paso a nuevas elecciones.
Una vez desestimada la abstención de los diputados del Partido Popular, lo que daría automáticamente el gobierno nuevamente a una coalición de carácter progresista, todas las opciones están abiertas.
Como es sabido el factor determinante va a ser si el todavía presunto candidato consigue llegar a un acuerdo con los independentistas catalanes pero lo es igualmente que estos se ven cada vez más fuertes ante dicha tesitura y su nivel de exigencia ha ido in crescendo conforme se acercaba el anunciado fracaso de Núñez Feijóo.
Sin embargo ese carácter de superviviente y trilero de la política que se ha ganado a pulso Pedro Sánchez le ha hecho sobreponerse a situaciones de las más tramposas y delicadas en el tiempo que lleva en primera línea de la misma.
Como por ejemplo la desconsideración a la que le intentaron someter las viejas glorias del partido en sus aspiraciones a la secretaría general de la que acabó saliendo airoso y todavía no le ha perdonado el antiguo aparato. Sobre todo Felipe González tras la derrota de su apadrinada Susana Díaz en aquellas lides.
Así que habrá que ver si es capaz también de superar las continuas andanadas que le envían ERC y Junts desde Cataluña y toda la caverna desde Madrid.
La cuestión independentista
Además se suma otra cuestión que también influye de manera sensible en el caso y es la rivalidad entre Esquerra Republicana y Junts por la disputa de ese espacio en el que se desenvuelve el independentismo en Cataluña. Y en menor medida el que el primero pertenezca al espectro socialista y el segundo al liberalismo económico.
Una cuestión independentista que se avivó de manera artificial tras las sucesivas crisis económicas pasadas y como consecuencia de las políticas neoliberales aplicadas en respuesta por la antigua Convergencia –antecedente directo de Junts-, intentando así contrarrestar su desastrosos resultados sobre la población catalana para achacárselos después al gobierno de España con una reconocible estrategia.
El Partido Popular de M. Rajoy que por aquel entonces regía el mismo se sumó al envite por idéntico motivo abriendo una caja de Pandora de nacionalismos enfrentados que dio lugar a todo lo que vino después.
Para colmo, antes de eso, los populares ya habían predispuesto en su contra a buena parte del pueblo catalán tras aprobar parte de un recurso el Tribunal Constitucional en 2010 que había presentado el mismo al albor del nuevo Estatuto de Cataluña cuando había sido votado favorablemente por las cortes catalanas y españolas –en estas últimas profusamente reformado- y en Cataluña finalmente en referéndum de forma mayoritaria 4 años antes.
La hipérbole conservadora
Volviendo a lo que nos ocupa no puede saberse todavía hasta qué altura son capaces de elevar el listón ERC y Junts y hasta dónde está dispuesto a transigir el partido socialista pero lo que sí debería es rebajarse el tono de la bancada conservadora, especialmente en un partido de estado como afirma una y otra vez que es el Partido Popular.
Al margen de las condiciones de la tan cacareada amnistía sobre la que deberá manifestarse, ahora sí y pronto, el candidato socialista y de la que podremos opinar cuando las conozcamos llegado el caso, los populares deberían dejar de lado ese lenguaje hiperbólico y guerra civilista que les acompaña desde tiempos de Aznar cuando no gobiernan España y cada vez de manera más ruidosa en dura competencia con Vox.
Ni en España ha habido golpes de estado, desde al menos 1936 y los intentos de asonadas militares de la Transición, ni el apocalipsis se cierne sobre la misma cada vez que los populares no ejercen su mandato. Porque, entre otras cosas, ni España es suya ni se es menos español por no ser de derechas.
Sin embargo, mientras los conservadores mantengan ese mismo lenguaje será difícil evitar sucesos como el de Óscar Puente increpado por unos viandantes tras su alocución en el Congreso durante la fallida investidura de Núñez Feijóo y otras enfervorecidas manifestaciones en las redes sociales de algunos de sus representantes acusando incluso de matonismo a los actuales representantes del PSOE mientras elevan torticeramente a los altares a los que otrora denigraron también con vehemencia.
El líder de Vox, Santiago Abascal, con su verborrea habitual y conocida intransigencia, ha advertido ya desde la tribuna del Congreso que caso de darse la amnistía «el pueblo español se defenderá; después no vengan lloriqueando», recordando a Donald Trump en su arenga para asaltar el Congreso tras su derrota ante Joe Biden.
El próximo año se antoja extraordinariamente complicado para los intereses de la democracia. Con unas elecciones europeas de por medio donde la bancada nacional-conservadora gana cada vez más adeptos y unas elecciones en EE.UU. donde no parece nada descartable que Donald Trump recupere la presidencia, el futuro puede resultar todavía mucho más incierto de lo que ya es de por sí en estos duros tiempos que corren.
El Partido Popular aunque nunca haya logrado alcanzar ese centro político que tanto ansia atrapado en sus continuas contradicciones, incapaz de desprenderse de su parte más reaccionaria y conservadora, no puede sumarse a esa charlatanería que ya hemos visto que, incluso, en la democracia más grande del mundo como son los EE.UU. ha puesto en riesgo la misma.
En la cuestión catalana creer o defender la independencia y por tanto pretender renunciar a la nacionalidad española no tiene porqué ser motivo de desavenencias entre una y otra parte más allá del mero debate y la crítica política.
Y en todo esto no hay nada de eso que algunos llaman tan despectivamente «buenismo», es la propia historia de la humanidad. Elegir entre el poder de las urnas o el de la violencia sin más.
«Puede que lo que hacemos no traiga siempre la felicidad, pero si no hacemos nada, no habrá felicidad».
Albert Camus (1913-1960), escritor francés.
Actualización: Hoy martes Felipe VI ha propuesto al líder del PSOE Pedro Sánchez como candidato para seguir presidiendo el gobierno de España. Un riesgo para Sánchez si no tiene asegurado todavía los apoyos suficientes para lograr una nueva investidura. Siempre puede renunciar a la misma si ello resulta imposible antes que pasar por el mismo mal trago de Núñez Feijóo de hace unos días, aunque resulta difícil de imaginar que este no fuera consciente de lo que iba a ocurrir desde el primer momento. Algo que quizá no sepamos nunca y quizá mejor no saberlo porque sería aún más difícil justificar cómo puede alguien presentarse a una investidura sabiendo que no la puede ganar. Por otra parte y tampoco es una sorpresa, hoy mismo, fuentes del Partido Popular siembran dudas sobre si en el caso de ir a una repetición electoral ello le beneficiaría o no porque, a priori, solo podría darse dicha circunstancia si Sánchez no cede a las pretensiones independentistas en cuestiones como la de la amnistía y ello quedaría al PP sin su principal argumento. Veremos.