Más de dos meses después del inicio de la guerra de Ucrania, realmente todavía no sabemos con exactitud cuáles son las pretensiones de Vladimir Putin en la zona. Qué es lo que ha ocurrido en Kiev y sus alrededores. Si el ejército ruso ha sido derrotado allí o solo se ha tratado de una retirada estratégica después de una acción a modo de advertencia.
O si la operación se limita a las zonas rusófilas del país, el este y sudeste del mismo, toda la orilla del mar Negro o incluso Moldavia y la República de Transnitria, un pequeño estado independiente que no está reconocido formalmente por la comunidad internacional, situado entre Moldavia y la propia Ucrania y donde se asienta un destacamento militar ruso desde los 90.
En cualquier caso las informaciones que nos llegan, de una u otra parte, están absolutamente influenciadas por la propaganda bélica habitual. La que pretende minimizar los daños propios y exagerar los del enemigo.
Lo que sí resulta manifiesto es el grado de destrucción que el ejército ruso está propiciando a las ciudades y pueblos ucranianos mediante esa estrategia de «tierra quemada», con un altísimo coste en vidas humanas, que ha seguido este a lo largo de su historia pasada y reciente como ocurrió en Chechenia a principios de siglo y hace solo unos años en Siria.
Un modus operandi que pudimos comprobar también en el asalto de las fuerzas de seguridad rusas al teatro Dubrovka de Moscú después del secuestro de cientos de personas por un grupo de terroristas chechenos en 2002 donde perecieron más de un centenar de rehenes a consecuencia de la intervención de la policía moscovita.
Vista entonces la estrategia utilizada por su ejército y sus fuerzas de seguridad en diferentes localizaciones parece claro que la percepción de la vida humana tiene un valor diferente para la cultura rusa que para la occidental, por cuanto es capaz de asumir con mayor permisividad el sacrificio de personas, sean civiles o militares, de una u otra parte.
Lo que, sin duda, se hace todavía más peligroso y temible cuando se trata de un ejército de las enormes capacidades del ruso.
Por su parte, la estrategia occidental sigue siendo la misma. Abastecer a Ucrania de armamento en primera instancia defensivo y ahora también de carácter ofensivo pero sin una intervención directa de las fuerzas de la OTAN. Más allá de las sanciones económicas, cuyos resultados como en tantas otras ocasiones están por ver, pero siempre en aras de evitar ese enfrentamiento directo que propiciaría la III Guerra Mundial.
No obstante el grado de implicación militar tanto de la Unión Europea, el Reino Unido y los Estados Unidos resulta cada vez mayor y el alto mando ruso ya ha advertido la posibilidad de utilizar su arsenal nuclear si lo estima necesario.
A lo que cabría añadir, desde el punto de vista de la economía, el reciente corte de suministro del gas ruso a Polonia y Bulgaria ante su negativa de acometer los pagos en rublos como exige el Kremlin y que podría trasladarse a otros países de la U.E. Es el caso de Alemania, sin posibilidad real de un reabastecimiento rápido, lo que ya han advertido las instituciones supondría una recesión sin precedentes en el país y por tanto en toda la Unión.
No estaría de más que se aplicaran mucho más las autoridades europeas, especialmente la presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen, el propio Borrell en su papel de Alto Representante de la UE en Exteriores e incluso el presidente Biden desde el otro lado del Atlántico, en hacer todo lo posible para establecer una vía diplomática que parara la guerra.
Si bien no puede descartarse que dichos contactos se estén produciendo –lo que parece un deseo más que una realidad-, a simple vista lo que sí que se aprecia es como la escalada militar sigue in crescendo.
Es imprescindible pues que la diplomacia exprima todas sus opciones antes que el desenlace final del conflicto produzca una catástrofe de consecuencias inimaginables. La literatura nos ha advertido innumerables ocasiones de ello, precisamente con unos escenarios muy similares al que estamos presenciando ahora, en vivo y en directo, con un resultado fatal para todos.