El portugués Antonio Guterres, Secretario General de Naciones Unidas ha convocado para este lunes 23 de Septiembre una cumbre en la sede de la organización en Nueva York para acelerar e implementar definitivamente los Acuerdos de París de 2016. A la misma asisten además de jefes de estado instituciones del ámbito público y privado así como organizaciones no gubernamentales, todas ellas actores principales necesarios para afrontar el mayor reto de nuestro tiempo ya que está en vida la supervivencia de nuestro planeta y por ende de cuantos habitan en el mismo.
El cambio climático es un hecho más que probado científicamente y que estamos comprobando día sí y otro también en los datos que se facilitan en cuanto al aumento de temperatura y la cantidad de fenómenos atmosféricos que con carácter catastrófico se están dando cada vez con mayor asiduidad tanto en mares, océanos y la superficie de todo el planeta. Tanto que para 2050 se prevé que millones de personas tendrán que migrar necesariamente víctimas de la desolación de sus respectivas áreas geográficas.
En este mundo que nos ha tocado vivir donde el capitalismo más salvaje ha volatilizado conceptos tan elementales como el bien común y la solidaridad entre los pueblos en aras de un modelo individualista basado en el consumismo extremo, la acumulación de riqueza sin límites y un modelo económico fundado en el crecimiento perpetuo en un planeta de recursos finitos, compatibilizar todo ello con otros modelos de producción que frenen los perjuicios causados por esa misma ortodoxia capitalista supone un reto sin precedentes en nuestra historia reciente.
Es obvio que la solución no puede venir a título particular ni en escenarios limitados. El problema trasciende mucho más allá de las aportaciones que, aun bienvenida sean, puedan interponer algunos países de forma individual. Se trata de un fenómeno global que requiere soluciones globales y que pasan de manera ineludible por un cambio de rumbo en las políticas económicas de todas las naciones y en un cambio de mentalidad del conjunto de la sociedad que sea capaz de frenar una ola consumista que está arrasando y agotando los recursos del planeta provocando de paso extraordinarios cambios en el clima.
Por otra parte es una alegría ver cómo millones de jóvenes, los principales perjudicados en el medio plazo, se están movilizando a lo largo y ancho de todo el mundo reivindicando un futuro mejor para las generaciones venideras. El tiempo pasa, se agota según el criterio de la ciencia, y necesitamos dar un vuelco al sistema.
Lamentablemente resulta más que evidente que, salvo honrosas excepciones, la probada negligencia de la alta política en todos los ámbitos visto el antes, durante y el pretendido después de la reciente crisis económica así como el resto de cuestiones de ámbito local o internacional –a lo que habría que añadir en el caso de España lo que se ha dado en llamar un tacticismo recalcitrante por meras cuestiones electoralistas-, no nos aporta de manera muy especial buenas dosis de optimismo acerca de un tema tan apremiante como el que se trata en la cumbre neoyorquina.
Sin embargo, quizá sea precisamente eso, la extrema gravedad del problema y las inapelables evidencias de que si no se toman ya medidas contundentes el futuro que se cierne sobre nuestras cabezas resulta aterrador, la única esperanza que nos queda para que, de una vez por todas, los responsables de semejante desaguisado tomen cartas en el asunto.