Así comienza el Demían de Herman Hesse:
“Mi nombre es Sinclair y mi historia no es agradable ni armoniosa. En ella hay locura, confusión y ensueño como en la historia de todos los hombres que no quieren mentirse a sí mismo”.
Demían, nos cuenta el mismo, es un chico que vive en dos mundos. Uno es el mundo que está gobernado por las reglas de sus progenitores. Un mundo de orden y amor, un mundo lleno de recuerdos felices donde cada Nochebuena toda la familia se reunía. El otro mundo, en cambio, era un mundo, dentro de su propia casa, donde en boca de criados y aprendices, hombres borrachos y mujeres escandalosas, se relataban los más cruentos crímenes y las más pavorosas supersticiones de aparecidos. En un principio podríamos hacer una interpretación psicoanalítica en donde el mundo familiar subsume la realidad de una narración grotesca implícita en el subconsciente del protagonista, o una reinterpretación marxista en donde “la familia convencional es el opio del pueblo” y que esconde de un modo hipócrita los márgenes sociales. Pero, en la medida que va avanzado la trama y con ella la integridad del protagonista vemos que esta explicación se torna en algo vacuo. Este se tiene que enfrentar a una irrealidad de sus ideales que de alguna manera “ha aniquilado su propio yo”, es a partir de aquí, cuando Demian siente una impotencia ante lo circundante, siente la muerte como una experiencia indisoluble con la propia vida y que va más allá de la contemplación de ambas, siente como su propia historia ha sido desviada, pervertida, colonizada, y en definitiva, siente, como en un principio la poesía inunda todo su ser, luego es la prosa quien lo descabalga de este ser en el cual estaba acomodado para dar el paso a la rebelión a un no ser, y de aquí a un nuevo contrato con “el ser divino”. Se produce pues una tensión entre dos mundos donde el dominado debe rebelarse para que el proceso social e histórico avance. Esto se ejemplifica mejor en la Fenomenología del espíritu de Hegel donde nos encontramos la dialéctica del amo y el esclavo que sirvió de base a la posterior dialéctica materialista de Marx. Toda esta construcción teórica del pensador alemán pone sobre el tapete las relaciones sociales a través del devenir histórico en aras de la propia autoconciencia del ser humano. Pero, como he dicho, en este proceso dialectico el dominado termina ganando sobre la imposición del primero, que lo tiene sometido y cosificado bajo la amenaza de la muerte. Si bien el esclavo pasa a ser, digámoslo tal como lo manifiesta el propio Hegel, alguien que ha perdido toda autonomía, el dominador, el amo, termina hiperdependiendo del propio esclavo y los papeles terminan invirtiéndose, puesto que si bien el segundo se vuelve indispensable para el primero no ocurre, de la misma manera, en sentido contrario. De aquí, la orientación transformadora de la propia conciencia política que le dará Marx. En la actualidad, y siguiendo este discurso dentro de nuestra era del pensamiento posmodernista, el sujeto dominado se enfrenta a lo difuso y a lo que Negri conceptualiza como “multitud”. Daniel Bensaid en su obra Cambiar el mundo nos ilustra sobre este concepto que, según el mismo, “supone más un salto atrás, no sólo en relación a Marx sino también a Hegel, a la multitud spinoziana, es decir a con las plebes preindustriales de los siglo XVI y XVII”. El propio pensador critica esta indefinición de la multitud dentro del espacio histórico de luchas obreras, pues si “la función principal de la noción multitud sería remarcar la pluralidad y la heterogeneidad de los sujetos sociales” esto supone por su división cultural y estatutaria un problema en la unidad y dirección del movimiento obrero, en cambio:
"...lo que se ha verificado es la tendencia histórica a la diferenciación y a la complejidad creciente de las sociedades modernas. Una tendencia que, evidentemente, está en relación con la evolución de la división del trabajo vinculada a su creciente socialización. Lo que es más actual es la interiorización de esta complejidad por las personas. Soy masculino o femenino o transexual, trabajador sindicado frente a mi patrón, comunista frente a la burguesía, judío delante de un antisemita, antisionista ante un sionista, sefardí ante un kenazí, ciudadano francés nacido en Occitania… y así, sin fin. En resumen, soy una multitud en mí mismo. Todas estas determinaciones se combinan. Sus respectivas intensidades se desplazan en función de situaciones concretas y del conflicto dominante que les caracteriza. Pero ¿qué hacer para que este sujeto múltiple no termine por desmigarse o trocearse?"
La confusicion y la perversión Del todo será esto o no será). Frente a la polifonia intelectual
20 julio, 2023
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