«Por favor, pongan en cuarentena la politización del coronavirus».
Tedros Adhanom Ghebreyesus (1965- , Director General de la OMS)
Salvo epidemiólogos, virólogos, doctores en medicina y científicos de nueva hornada, aparecidos por doquier en los extremos más recónditos del tablero político y que del mismo modo proclaman sus soflamas desde cualquier escenario público que de forma impúdica en las redes sociales, no es menos cierto que la pandemia del coronavirus ha pillado a contrapié a la mayor parte de ciudadanos de todo el mundo como a cada uno de sus respectivos gobiernos.
Peor aún, lamentablemente por razones más que obvias, en los casos donde sus economías tienen un papel más brillante. No en vano a la hora de escribir estas líneas los 10 países, por número de infectados, que encabezan tan poco gratificante clasificación pertenecen al G20, es decir las economías más poderosas de la esfera planetaria.
A España le ha tocado ser uno de los focos más importantes de la pandemia, aunque muchos crean ahora, una vez iniciada la desescalada, que una mascarilla les convierte en una nueva suerte de Capitán América y veremos a ver las consecuencias que puede deparar ello.
Para colmo de males el escenario político en nuestro país no ha ayudado nada para enfrentar la situación toda vez que una parte de la oposición, incapaz de asumir los resultados electorales cuando no le favorecen, mantiene una campaña de acoso y derribo contra el gobierno desde el mismo minuto uno de su formación como nunca se ha conocido en España y está utilizando la tragedia, por increíble y ruin que parezca, como su mejor baza para desalojarlo de La Moncloa.
Hoy, visto su encarnizamiento y nivel de improperios ante cualquier acción del gobierno, por mínima que sea, pone en evidencia que hubiera hecho lo que hubiera hecho éste y el número de contagios y fallecimientos fuera cual fuese su actitud habría sido la misma. En busca de un rédito que no le propiciaron las urnas y de ahí su estrépito constante y sus insinuaciones de asonadas.
De otra parte un nuevo formato de gobierno para una democracia como la nuestra anclada en su adolescencia y que para colmo no deja una vez tras otra de pegarse tiros en el pie. Sin ir más lejos, en las últimas semanas, sus flirteos con Bildu a costa de la derogación de la Reforma Laboral, sin necesidad y sin venir a cuento o la destitución a las bravas de un coronel de la Guardia Civil, al que le quedaban solo unas semanas para retirarse. Esto último a costa de un insólito proceso judicial abierto por una jueza contra el delegado del gobierno en Madrid, al que se le acusa de prevaricar con la pandemia y la manifestación del 8M pero que ha sido desestimado ya en parte y de casi imposible recorrido en lo que queda visto el insostenible informe que le sustenta. Pero munición, en cualquier caso, para una oposición desbocada.
Sinceramente, creo que a estas alturas del metraje nadie puede poner en duda que España, como la mayor parte de países de su entorno tenía que haberse confinado algunas semanas antes. Al margen de multitudinarias manifestaciones, miles de partidos de futbol y espectáculos deportivos, conciertos, mítines y eventos de todo tipo. A toro pasado a todos –a excepción, claro está, de los citados en el primer párrafo-, nos parece ahora que ello debió haber sido así pero ¿se imaginan ustedes que en el caso de Madrid la manifestación en vez de haber sido la que fue, hubiera sido contra el aborto o un remake de la famosa imagen del trío de Colón? ¿Habría desatado el mismo ruido posterior?
O ¿Cómo habría reaccionado ésta misma oposición si con solo unos pocos contagios, como tanto se halaga a Portugal, al gobierno se le hubiera ocurrido echar el cierre al país entero solo una o dos semanas antes? Cada uno que saque sus conclusiones aunque las respuestas son más que evidentes.
Los líos del gobierno y los fallos de comunicación.
Visto lo visto, nadie se atrevería hoy a asegurar si el todopoderoso Iván Redondo, jefe de gabinete del presidente Sánchez, supuesto ideólogo del mismo –cosa curiosa después de haberlo sido también de personajes tan recalcitrantes del Partido Popular como Xavier García Albiol o José Antonio Monago-, está ejerciendo como tal en favor del presidente y sus ministros o podría decirse irónicamente que se trata de un «caballo de Troya», infiltrado en el gobierno al que le hace cometer continuos errores de estrategia y tan burdos fallos de comunicación.
Resulta sorprendente que tras la formación del gobierno de coalición a principios del presente año, una serie de acciones de calado como la subida del SMI, la revalorización de las pensiones, el incremento salarial de los funcionarios –aunque esta última el Covid-19 parece habérsela llevado al traste en algunas CC.AA.- y toda la batería de medidas sociales despachadas por el mismo durante la pandemia como los ERTE, la moratoria de las hipotecas así como del pago de servicios esenciales como la luz o el agua, la prohibición de los desahucios, las ayudas a los autónomos o la aprobación de un ingreso mínimo vital a los más desfavorecidos entre otras –cuestiones inimaginables a lo largo de la pasada crisis financiera despachada sin el menor miramiento por el propio PSOE primero y el PP después-, queden ensombrecidas ante la cantidad de dimes y diretes que se adjudican públicamente entre si los miembros del gobierno, afán de protagonismo podría decirse, cuando no meteduras de pata que ni siquiera son provocadas y menos todavía necesarias.
Es normal y gratificante incluso que en todo gobierno, máxime si es de coalición, el primero de la historia reciente de España, existan diferencias de criterios entre sus integrantes. Que puedan incluso filtrarse a la prensa pero de ahí auténticos rifirrafes en las ondas hasta si cabe por un quítame allá esas pajas, resulta como poco decepcionante para la ciudadanía y más dinamita para una oposición contumaz y reaccionaria como la que ha impulsado Pablo Casado desde que se hizo con el liderazgo del Partido Popular.
Sin desmerecer lo que pueda hacer o decir Vox al respecto, aunque es obvio que desde los límites de la democracia donde por el momento parece asentarse el mismo, es difícil imaginar otras propuestas diferentes más allá de la sordidez y la falta de recato, cualquiera que fuera el caso.
Ante la incontenible irrupción de una pandemia desconocida y de una virulencia tal en todo el mundo, es normal que la improvisación y los errores se sucedan en todas las administraciones ante la carencia del debido manual de instrucciones, como así ha ocurrido en muchos países de nuestro entorno.
A más ahondar el Ministerio de Sanidad tiene solo 1.200 trabajadores en toda España, incluidos laboratorios de investigación, administración, etc. mientras que, por ejemplo, solo en el Hospital de La Paz en Madrid trabajan más de 7.000 personas. Transferidas por completo las competencias de sanidad a las CC.AA. desde hace décadas, ello las convierte de facto en las auténticas responsables de los maltrechos en la sanidad pública de los últimos 20 años y que con tal crueldad han pasado factura ahora.
Peor aún tras desatarse la Gran Recesión de 2008 y desde entonces por la infinidad de recortes de presupuestos en los servicios públicos a propósito de las políticas de austeridad que, por imperativo legal, impone el mantra neoliberal que envuelve a la Unión Europea desde hace demasiado tiempo. Por mucho que se trate de sectores tan enfáticos y necesarios para la sociedad como puedan ser la sanidad y la dependencia, donde entran en este último las residencias de mayores.
Sin embargo ello no exculpa al gobierno, además de por su ya referida soberbia y arrogancia, de sus numerosos errores de gestión, contradicciones, cambios de criterio y de coordinación con el resto de instituciones autonómicas, por mucho que alguna de las mismas no haya dejado de ponerle zancadillas, intentando ocultar así sus deficiencias e inculpando a éste de sus propios errores acumulados durante años que es, ni más ni menos, lo que ha pasado sobre todo en Madrid y Cataluña. Aunque vista la ceguera que propicia el dogmatismo ideológico ni PP ni JxCat –la antigua Convergencia-, siquiera sean conscientes de ello tras décadas de gobierno en sus respectivas autonomías.
Y si a todo esto añadimos su nerviosismo ante la dificultad de encontrar apoyos en el arco parlamentario, en buena parte impulsados por su falta de empatía incluso con los que le apoyaron en la investidura, lo que le propician errores tan infantiles como los ya citados de Bildu y el cese de un alto mando de la Guardia Civil sin urgencia aparente –pero que le puede costar muy caro-, cada vez se le hace más cuesta arriba una salida airosa a la crisis actual y otra tanto o más empinada para la recesión económica que se le viene encima.
Más le vale a Sánchez, sus socios de coalición y, qué duda cabe, sus aliados de gobierno afinar el tino, arrimar el hombro, ser valientes con las medidas a tomar y evadirse del ruido hasta lo legalmente tolerable si no quieren perder la que a buen seguro será la última oportunidad para cambiar el rumbo de unas políticas que han acabado suscitando los peores desastres imaginables desde que se diera el pistoletazo de salida al presente siglo y que nos encaminan a un futuro más que incierto a tenor de todos los pronósticos y un modelo individualista egoísta y mordaz.
El laberinto del PP.
A muchos de los que seguimos la crónica política nos resultó una verdadera sorpresa la victoria de Pablo Casado en 2018 en el XIX Congreso del Partido Popular, facilitada por los compromisarios del mismo y después de que hubiera sido Soraya Sáenz de Santamaría la elegida por los afiliados en las primeras elecciones internas de la historia del partido. Toda la experiencia de una ex vicepresidenta del gobierno frente a la de un candidato, con un discurso ciertamente reaccionario incluso a ojos de buena parte de su partido y del que ya se conocía la tan poco ortodoxa manera en que había obtenido las titulaciones académicas que exhibe su currículum.
Más aun habiéndose presentado de la mano de los más estridentes dinosaurios del partido como Esperanza Aguirre y José Mª. Aznar que, precisamente, representan la etapa más oscura del mismo en numerosos y turbios asuntos. Nunca sabremos que ocurrió en aquel Congreso para darle la vuelta de semejante modo, tanto a lo que decidieron sus afiliados de a pie como a la imagen del partido de los últimos años, mucho más allá de la decisión de Mª. Dolores de Cospedal de apoyar a última hora a Casado, más por revanchismo contra la ex vicepresidenta que por juicio propio.
Del neoliberalismo económico y el liberalismo político, Pablo Casado mantiene como era de esperar en el primer caso las mismas recetas para la salida de la crisis actual que las de la crisis económica anterior. Las que según él han sido un éxito aunque solo se note a niveles macroeconómicos mientras apenas han repercutido a nivel de calle. O lo que es lo mismo las habituales propuestas neoliberales basadas en reducciones masivas de impuestos y exoneraciones fiscales de todo tipo para las empresas sin justificar debidamente de dónde saldrán los ingresos para afrontar las medidas sociales propuestas y menos aún la presunción de un marco laboral con un mínimo de dignidad y decencia para la mayor parte de los trabajadores.
Pero en lo segundo Pablo Casado desde el primer momento dejó constancia de sus posiciones más reaccionarias. Con una fuerte carga nacionalista, conservadora y ultramontana más propia de los orígenes del partido fundado en su día por ex ministros franquistas, los mismos que solo apoyaron en parte los Pactos de La Moncloa y a regañadientes la Constitución, algo que Casado olvida cada vez que presume sin el menor recato de ser su principal adalid. En la misma corriente del aznarismo más recalcitrante que ha conducido a la purga en su cúpula de políticos más próximos a tesis liberales y democristianas.
La contundencia de la aparición de Vox en la carrera electoral, arrastrando tras de sí a buena parte del electorado más reaccionario que hasta ahora solo había encontrado aposento en el PP y el encaje en el mismo de la nueva dirección del partido, ha suscitado un enconado enfrentamiento con el único adversario relevante que, en el actual periodo democrático, le ha surgido por su derecha a los populares.
Si a esto añadimos sus sucesivas derrotas electorales y la formación del primer gobierno en varias décadas con un marcado carácter progresista, antagónico a sus propuestas y para colmo sin una mayoría sólida en el parlamento, el efecto acción/reacción puede resultar tan fuerte como para dar rienda suelta a todo tipo de artimañas que conduzcan a la caída del mismo con la mayor celeridad. Por lo que como estamos viendo y a falta de escrúpulos la pandemia y sus consecuencias la pintan calva para eso.
Aunque haya que recurrir a promover a la inestabilidad social, espoleando aún más a Vox su competidor más directo en esa parte del tablero. Su enardecida actitud, tras los lógicos primeros titubeos, ha ido in crescendo conforme la pandemia ha venido alcanzando mayores dosis de dramatismo y se evidencia el extraordinario deterioro de la economía a corto plazo.
Casado tiene además la fortuna de que la persistencia de la inestabilidad política desde hace varios años, le permite contar con órganos e instituciones claves del estado –judicatura y fuerzas de seguridad entre otros-, que están controladas por sus afines desde que allí las colocara el gobierno de Rajoy, especialmente por un personaje tan siniestro como Jorge Fernández Díaz -principal hacedor de lo que se dio en llamar «las cloacas del estado»- y que todavía no ha habido posibilidad de renovar ya que en algunos casos se necesita mayoría suficiente en la Cámara para ello y, como es de suponer, el PP cada vez está menos por la labor de hacerlo.
La confianza.
A pesar de todo, sorprende como los grandes medios de comunicación, al menos los que no suelen exhibir una preeminencia desmedida, pretenden seguir manteniendo una cierta equidistancia entre los errores y la arrogancia de quienes gobiernan y todo el despliegue de disparates que viene derrochando la oposición. Porque resulta ya insostenible, declaración tras declaración, comparecencia tras comparecencia, cómo es posible desparramar tal número de insultos con tan inusitada vehemencia y violencia verbal por parte de la misma y sin reconocer ni un solo error en su gestión en las comunidades autónomas que gestiona directamente desde hace décadas, achacándoselos incluso al gobierno central sin el más mínimo recato.
Una estrategia basada en ese nuevo término de «posverdad» que se cimenta en repetir una y otra vez la misma mentira y si es posible voz en grito entre injurias de todo tipo, hasta hacer de ella una verdad. No en vano las mismas artes que han colocado a personajes como Trump o Bolsonaro en lo más alto y han llegado a sacar al Reino Unido de la Unión Europea. Un modus operandi similar al que otrora, en otro contexto y con los recursos de antaño, propiciara calamidades tales que acabarían asolando a todo el continente.
Sorprende que esos mismos medios de comunicación a pesar de las constantes acusaciones al gobierno de haber convertido España en un estado dictatorial y totalitario, sigan pretendiendo mantener tales equilibrios, cuando es más que obvio que de ser así quienes de ello le acusan no podrían mantener semejante verborrea y permitirse tales licencias.
Porque si algo necesitan los ciudadanos en momentos tan difíciles como éste es precisamente lo contrario a todo lo que se viene dando desde el inicio de la presente crisis: Confianza.
Es cierto que los últimos tiempos la política española ha estado altamente polarizada, hasta conseguir traspasarlo a una parte de la población. Inducida por la crisis económica, el aumento de los desequilibrios sociales, la efervescencia nacionalista tanto periférica como intrusiva, la corrupción política, la inestabilidad parlamentaria, los continuos procesos electorales y su apabullante charlatanería que refuerzan esa sensación de permanente campaña electoral que ha devenido durante varios años.
Para colmo la irrupción con fuerza de un partido como Vox, en una zona del espectro político de la que España parecía todavía a salvo con respecto a sus vecinos europeos, ha venido a enturbiar más la situación con la aparición de tácticas propias del periodo entreguerras europeo basadas en preconizar situaciones de inestabilidad y carencia de libertades democráticas inexistentes.
El Partido Popular, al contrario de lo ocurrido en casos como el de Alemania donde su socio europeo la CDU de Ángela Merkel mantiene un vivo enfrentamiento con Alternativa por Alemania (AfD), el partido de ultraderecha germano, tal como podemos ver en este video, ha preferido abrazar las formas y maneras de Vox no sabemos a ciencia cierta si con miras a ocupar ese espacio o a recuperar el electorado perdido. Pero que, en cualquier caso, está empujando al que entiende su nuevo competidor cada vez a posiciones más delirantes para poder diferenciarse y no quedar absorbido por la poderosa maquinaria del Partido Popular.
El mundo se enfrenta a una crisis sanitaria y la presumible devastación que pueda causar esta en todos los ámbitos en el corto y medio plazo y por tanto el pueblo necesita tener confianza en sus líderes e instituciones. Y ello se consigue, sobre todo, cuidando las formas y, lo más importante, recurriendo a pactos y acuerdos que propicien mejores condiciones de vida para el mismo.
No se trata de eludir las críticas, se trata de construir una sociedad mejor para todos. Eso o la autodestrucción inducida de la misma tal como nos recuerda la historia europea y sus catastróficas consecuencias en el siglo pasado.