Conocí a Joan Manuel Serrat a principios de los 70. Apenas era un chaval y en mi casa apareció un Bettor Dual, uno de esos tocadiscos con casete y radio en una caja de madera que mis padres habían comprado en una de aquellas tiendas de electrodomésticos de las que ya no quedan casi ninguna y que acabaron atropelladas por los grandes centros comerciales.
Fue entonces cuando fui a la tienda para elegir un LP que me iban a regalar. Y escogí «Mediterráneo», de un tipo que se llamaba Serrat.
Me aprendí todas sus canciones: Mediterráneo, Pueblo blanco, La mujer que yo quiero, Vagabundear, Vencidos… Todas y cada una de ellas. Así fue como me marcó su música, su poesía y quién sabe si mi manera de entender la vida
Hoy, 50 años después de aquello, las sigo cantando en el baño, no todas al completo claro está, pero de cada una de ellas todavía me sé un buen pedazo.
Después vinieron «En tránsito», «Cada loco con su tema», «El sur también existe», «Utopía», «Nadie es perfecto» y tantos otros. Los recopilatorios o las grabaciones en directo. Primero en vinilo y, claro, se me fueron rayando de tanto ponerlos. Después vinieron los CD y ahora tiro de Spotify y de Youtube cuando me quiero dar el placer de verlo en el escenario.
Solo o acompañado. «El gusto es nuestro», que nos llenó tanto con Miguel, Víctor y Ana. O el Titanic que vendría después con Sabina, con quien también nos hizo reír en el conato de la despedida de ambos.
En español o en catalán. Siempre preferí el segundo cuando se trataba de «Paraules d’amor».
La primera vez que lo vi en persona fue en la plaza de toros de Cáceres. Fuimos en auto-stop, toda una aventura. Recuerdo que, durante la actuación, alguien no paró de insultarle por ser catalán. Pero el artista no se achantó.
Como no se achantó nunca en ningún lado. Hasta le plantó cara al régimen, por lo que tuvo que exiliarse en México, y si no tuvo bastante con este allá que se fue al Chile de Pinochet del que escapó por los pelos.
Mañana, 23 de diciembre nos dirá adiós definitivamente en el Palau Sant Jordi. Pero yo seguiré cantando sus canciones, como si fuera «algo personal», porque al fin y al cabo son esas «pequeñas cosas», las que nos brinda «de vez en cuando la vida».
No sé si Bob Dylan fue merecedor del Nobel y menos aún si Joan Manuel Serrat recogerá algún día uno de los máximos galardones de las letras españolas, pero lo que sí sé es que ha sido un artista que hizo de la poesía música y de la música poesía.
Gracias por acompañarnos y hacernos algo mejor esta vida. «Sinceramente tuyo».