El mapa de Palestina no aparece en los libros de texto. Lo se, porque como profesora de Geografía e Historia todos los años y en todos los cursos hago un esfuerzo extra y explico que Palestina existe, que tiene capital, que hay dos territorios separados por un enemigo común y que hay que estudiarse las capitales. No sólo lo digo yo, aunque como simpatizante pro-palestina no es complicado de defender (había puesto en una primera opción militante, pero no es cierto. Pienso en Palestina y voy a las manis, de vez en cuando llevo un pañuelo palestino, una chapa, una sandía medio despegada en el teléfono. Pero,¿es eso militar?¿se puede ser militante desde la cotidianidad?). Lo dice la ONU en su resolución 181 de 1947 y, desde 2024, incluso el Gobierno del país en el que resido y estructura mi legalidad, España.
Pero igual, Palestina no existe. Es una franja, un territorio estrecho, un No-Lugar. Rebusco en mis apuntes, en internet, en mi cerebro y encuentro una definición de los No-lugares de Marc Augé. Un no-lugar “es un sitio en que se no-vive, en el cual el individuo habita de una manera anónima y solitaria”. Pero en la Franja de Gaza viven 2 millones de personas. No viven solitarias, aunque tal vez sí de forma anónima, máximo desde que Israel prohibió la entrada de periodistas. Pero son familias, amigos, vecinas, que han tejido, tejían, tejen redes de afectos y desafectos. Pero Gaza es definitivamente un No-lugar de columnas de población que se desplazan de un territorio a otro, de un vacío a otro, de una rutina a otra, donde no se vive esperando a vivir.