Las mujeres y el feminismo somos principales blancos de la extrema derecha. Este hecho se explica porque somos competencia directa dando esperanzas de futuro de una patria que sabemos cuidar.
Estamos ante un escenario en que quienes representan la ideología reaccionaria y misógina ya tienen legitimidad, por su entrada en las instituciones y la cobertura mediática que se les brinda. Los medios de comunicación tienen buena parte de responsabilidad en el auge de esta ideología. Han puesto por delante el beneficio antes que el respeto por los derechos humanos, difundiendo y dando visibilidad a los discursos de odio.
A pesar de las divisiones entre quienes piensan que todavía no son el lobo y quienes afirman que ya están aquí. Los discursos de rechazo abierto contra inmigrantes, pobres, mujeres, homosexuales y comunistas ya forman parte de nuestro contexto político y social, por mucho que nos pese. Sin embargo, el hecho de que sus ataques vayan dirigidos con tanta obstinación contra las feministas nos da pistas de cuáles son sus debilidades y cuáles son las estrategias a seguir.
Los feminismos plantean alternativas viables a la desesperanza. Las mujeres somos expertas en el cuidado, cuidamos del pueblo. Tejemos redes de apoyo mutuo porque sabemos que es la única manera de sobrevivir a las violencias. Ponemos en práctica el asociacionismo, el yo si te creo hermana, frente a las injusticias. Nos reconocemos en las experiencias de abusos y nos juntamos para cantarle a los violadores. Sin miedo.
El feminismo puede ser antídoto. Porque apuesta por poner la vida y el cuidado en el centro de la política y la economía. El sentido de la patria como algo que hay que cuidar, preservar y mantener. De ahí que nos ataquen y seamos principal blanco. Como señala la eurodiputada de Unidas Podemos María Eugenia R. Palop. Porque somos sensibles a las necesidades de quienes necesitan ser cuidados y mantenemos los lazos de la interdependencia.
Mientras ellos usan la hermandad nosotras usamos la sororidad. Queremos y hacemos comunidad, vecindad, apostamos por las políticas de lo común y nos negamos a las recetas punitivistas: cadenas perpetuas o aumento de las penas. Sabemos que eso no acaba con las violencias machistas.
La reacción, como entelequia del patriarcado, nos quiere solas, sin embargo, nos tendrán en común.
En definitiva, cuando ya está aquí el odio y la intolerancia, formando parte de explícita y abierta. No es ahora, nuestra sociedad es y ha sido patriarcal, racista, capacitista, adultocentrista. De la que todas formamos parte y somos parte. Cabe más que nunca seguir apostando por el feminismo como práctica que resignifica los cuerpos feminizados, las identidades diversas, los cuidados de la vida en todas sus formas.