En una sociedad que ya exigimos igualdad queda la mar de bien la combinación hombre-mujer en puestos de dirección, de hecho ya se empieza a ver raro que en la foto no haya mujeres. Es casi políticamente incorrecto no incluirnos, aunque seamos las segundas de abordo. Se ofrecen puestos de responsabilidad a muchas mujeres que se quedan a medio camino porque están concebidos para ser «la mano derecha» de los hombres que mandan. Me recuerda a aquello que ya suena a rancio de que “detrás de cada hombre de éxito hay una buena esposa”.
Entonces parece que se trata de que las mujeres sigamos siendo floreros, la diferencia es que en esta ocasión las flores son casi especies exóticas elegidas por hombres que nos dan su reconocimiento. Se supone que se nos escoge por nuestra valía o por nuestra buena presencia, o porque encajamos en la imagen que la empresa quiere dar.
Lo siguiente sería ver si nos dejan desarrollar nuestro talento. Eso son ya palabras mayores. Los hombres que mandan necesitan seguir sintiéndose seguros y que las mujeres no destaquemos más de lo necesario, no vaya a ser que esto les pueda hacer perder algo de poder. Entonces se mueven entre darnos responsabilidades y quitárnoslas, para que quede claro quiénes mandan. En estas ocasiones el techo de cristal desciende y hace que tengamos que mover el cuello para bajar la cabeza. Debemos mostrar sumisión.
Tenemos que jugar el juego de estar al lado de hombres con poder, agachando y levantando la cabeza. El reto es no perderla, no tener torticulis crónica, tener claro nuestro papel y jugar nuestro propio juego.
Las mujeres cuando nos empoderamos nos damos cuenta que es necesario estar en puestos de decisión, de responsabilidad, porque lo valemos, porque estamos preparadas, porque sabemos que podemos y porque sino van a seguir mandando los hombres. Y la historia nos dice que precisamente los hombres que mandan, no van a estar dispuestos a revisarse sus privilegios y ceder su poder, así que el camino no es de rosas no.
Construir sociedades igualitarias implica que las mujeres podamos ser visibles, podamos tomar decisiones aplicando enfoque de género y perspectiva feminista que pasa, entre otros, por generar espacios de cuidados y no desentendernos de las emociones.
Es por ello que cuando conseguimos estar ahí, aparece también el suelo de cristal. Nos quedamos atrapadas entre el techo y el suelo, porque no podemos rendirnos ante los hombres que mandan, sería de alguna manera fallar a otras mujeres porque al final no somos capaces de mantenernos arriba. Sería sucumbir al patriarcado.
Parece algo sencillo pero supone una presión a ratos bastante insoportable para las mujeres. Situándonos entre cristales, somos capaces de verlo todo, pero ya sabemos que las cajas de cristal son espacios que no dejan pasar el aire.
¿Cómo podemos sobrevivir a esto? ¿Cómo podemos conseguir llenar nuestra capacidad torácica para seguir vivas y enérgicas? ¿Cómo podemos mantenernos fuertes mental y emocionalmente?
Pues no nos queda otra que poder contar con otras mujeres, escucharnos, entendernos, animarnos y apoyarnos en los momentos bajos. Se trata de construir una sororidad que juega un papel absolutamente imprescindible, una trinchera que nos mantenga cuerdas y fuertes.
Sin el acompañamiento de otras mujeres maduras y sabias, sin lugar a dudas, no sería posible romper los techos de cristal, porque no olvidemos que es una carrera sin fondo.