Imagen gratuita de Pixabay. Artista art_k_ph
—¡Ey! Perdona, llego un poco tarde, ¿llevas mucho esperando?
—Qué va, no te preocupes. Además hace una noche muy agradable.
—Guay, no sabía si ya habrías entrado… ¿Vamos pasando entonces?
—Claro, después de ti.
Lo miro con curiosidad y sonrío ante el gesto. Es bastante más alto que yo, y guapo. Muy de mi estilo, con el pelo claro bien peinado y grandes ojos avellana. Y bien afeitadito. Viste sencillo, pero elegante. Chupa de cuero, pantalones chinos y zapatillas casual. Al menos se parece a las fotos. Entro al restaurante con una buena sensación. Menos mal que esta vez me he arreglado un poco más.
—¿Habías estado alguna vez aquí?
—No, qué va, es un sitio nuevo para mí. Esta noche crearemos nuevos recuerdos.
Río nerviosa ante el comentario. No sé si me parece bien o mal. Para no tener que responder, escaneo el código QR con mi móvil y voy ojeando la carta.
—Bueno, como yo sí he estado ya, si quieres te puedo recomendar.
—Claro, será un placer.
—Creo que lo suyo es pedir un par de platos y algún entrante para compartir. ¿Cómo lo ves?
—Tú mandas.
Jaime, así se llama mi cita, se yergue en su silla sentado bien derecho, con las manos entrelazadas sobre el plato, sonriendo. Parece la imagen misma de la educación.
—Vale… déjame ver. ¿Hay algo que no te guste especialmente? Qué sé yo, el foie, ¿quizá? A mí es que me gusta todo.
—No, como de todo. El foie me encanta. Veo que tienes gustos refinados; eso está bien. Si quieres podemos compartir los nigiris de solomillo con foie, que parece que te han llamado la atención.
—Sí, bueno, es uno de mis platos favoritos… Es un bocadito pequeño, pero delicioso.
—No lo dudo, se ve que sabes de lo que hablas.
—Bueno, me gusta este sitio, la verdad.
—Vale, pues ya tenemos el entrante. ¿Qué más sugieres?
—Pues yo creo que pedimos un ramen para cada uno y con eso estamos listos.
—Perfecto, pues ya lo tenemos.
Sonríe y parece relajarse. Mientras yo pido, reposa los antebrazos sobre la mesa y se acomoda en la silla.
—Bueno, entonces eres profe. ¿Qué asignatura impartes?
—Geografía e historia. Soy geógrafo, en realidad.
—¿Y ya tienes tu plaza o eres interino?
—No, de momento tengo una interinidad, pero todos los años tengo vacantes y me organizo muy bien para conseguir plaza en un sitio manejable que no me trastoque demasiado mi rutina. Además, como te conté, mi familia tiene un apartamento en la playa, de modo que entre mi piso en la capital y el apartamento abarco un radio nada desdeñable.
—Ah, bueno eso está muy bien.
—Sí, aunque también he trabajado por toda la costa. Estuve varios años en Marbella, pero me pasaron factura. Aunque el alumnado era bueno en apariencia, luego fui viendo cosas que me impactaron mucho. Padres mafiosos, profesorado también metido en asuntos turbios. Y yo, claro, tengo un carácter que me resulta muy complicado quedarme al margen de todo eso, y quería intervenir. Sin embargo, entenderás que no siempre era tan fácil y claro, al final acabó afectándome a la salud…
Sigue hablando sin parar mientras cuenta, sin contar realmente, que se estuvo codeando con los hijos de la mafia marbellí. Me parece una buena historia para un caso de Equipo de Investigación. ¿Quizá lo vio ahí? Sonrío para mis adentros mientras intento poner cara de interés, pero me pierdo en sus historias. Han traído la cerveza hace unos minutos y no encuentro un silencio en su discurso para brindar. Podría simplemente darle un trago, pero soy una romántica, así que al final decido interrumpirlo y alzo la copa. Funciona. Para un momento y por fin brindamos. Qué sed tenía.
—Vaya, menudas historias, ¿eh? Menos mal que ahora estás más tranquilo.
—Sí, desde luego. Al final me estaba afectando a los nervios y el médico me dijo que tenía que ver qué era más importante, si mi trabajo o yo.
—Buen médico ese.
Se hace un silencio. No suelo tener problemas para entablar conversación, pero por algún motivo no me animo a sacar un tema y lo dejo tomar la iniciativa.
—Me decías también que te gusta escribir, ¿no?
—Cierto —confieso—. Ya sabes que soy periodista, pero también escribo mucho en mi tiempo libre. Me relaja y me libera mucho.
—Yo escribí un libro. Bueno, colaboré en la escritura de una obra de investigación con otras personas para el Ayuntamiento de Marbella. Llevaban varios meses con el proyecto estancado, pero no terminaban de arrancar y al final solicitaron mi ayuda. Y bueno, como en ese momento tenía bastante tiempo, me pareció un proyecto muy interesante y me apunté sin dudarlo. Y tuve la oportunidad de aprender mucho sobre la historia de Marbella, su pasado, también aspectos geológicos y geográficos. Eso me interesaba mucho, y como soy muy minucioso me detuve a buscar ciertos detalles que nadie más se había parado a pensar. Como lo del coche hundido en una cala del puerto; decían que lo había llevado allí una riada, pero claro, ¿una riada de dónde? ¿Dónde estaba ese río?
Lo ha vuelto a hacer. La historia de su libro no parece tener fin. Me llama la atención su forma de expresarse… ¿Estará nervioso? Yo bebo y asiento; a ver si nos traen pronto la comida. Mientras tanto, este sigue a lo suyo.
—Pues fíjate que en el equipo de redacción había un finalista del premio Planeta, pero no te lo vas a creer, llegué incluso a corregirle faltas de ortografía…
Llegados a este punto sí decido intervenir.
—Sí, bueno, eso tampoco me dice nada. Escribiendo y con prisas todos podemos meter la pata. Se le olvidaría pasar el corrector.
Vuelve a hacerse el silencio y Jaime parece recalcular la ruta.
—¿Y tú sobre qué escribes?
—Bueno, yo cuando no es por trabajo escribo ficción. Mucho relato, y tengo un proyecto de novela bastante avanzado.
—¿Y has hablado ya con alguna editorial? ¿No te gustaría moverla, que te la publiquen en algún sitio?
—Bueno, de momento estoy centrada en acabarla, luego ya veremos. Tampoco es esa mi motivación última.
El primer plato llega por fin, los rollitos de arroz rellenos de solomillo, cubiertos de foie que el camarero funde en el momento con un soplete. Qué bien huelen, estoy desenado hincarles el diente.
—Ficción, me encantaría escribir ficción. Creo que podría hacerlo muy bien, pero nunca he llegado a hacerlo en serio.
—Ahá —asiento mientras me como mi primer rollito. Me gustaría cerrar los ojos para saborearlo mejor, pero soy demasiado educada y este no para de hablar. Resignada, sigo escuchando.
—La cosa es que tengo una carpeta llena de argumentos. Me encantaría escribir algo que desate emociones en el lector —acaba de descubrir la rueda, este—, me dijeron una vez que se me da bien eso de desatar emociones al escribir. Y eso es justamente lo que me gustaría hacer. Por eso, querría centrarme en el género de terror o el erótico —creo que en su caso, el segundo podría ir de la mano del primero—. ¿Quieres que te diga algo? —¿acaso tengo elección? Agarro mi segundo rollito y asiento con la cabeza— En realidad, creo que nunca he llegado a escribir de verdad porque —verás como adivino lo que va a decir—, aunque estoy convencido de que lo haría muy bien, creo que si el resultado no llegase a ser tan bueno como me imagino, me llevaría una decepción muy grande.
Es mi turno. Por fin.
—¿Puedo decirte una cosa al respecto?
—Claro, por favor, te escucho —¿seguro?—.
—Eso que te pasa se llama ego.
Sonríe y baja la mirada. ¿Lo he incomodado?
—¿Sí? Bueno, puede ser que sea ego, sí.
—Lo es, y además bastante grande —río para quitarle hierro al asunto—. Mi consejo es que dejes tus expectativas a un lado y te lances a escribir sin más. No vas a ganar el premio Planeta con tu primera novela y lo harás mejor conforme vayas escribiendo más. Como con cualquier otro arte u oficio.
—Sí, bueno, quizá lleves razón.
Asiento y ataco mi tercer rollito. Él se ve obligado a parar, pues de pronto parece darse cuenta de que le llevo dos de ventaja y que, al final, estamos aquí para cenar. Aprovecha su acercamiento al plato para estirar mucho los brazos. De golpe y porrazo, sus manos están peligrosamente cerca de las mías. Lo miro a la cara mientras come y ya no me parece tan guapo como al principio. Instintivamente, me echo un poco hacia atrás y recojo los brazos hacia el filo de la mesa. Por suerte, aparece el camarero con los cuencos de sopa y se lleva el plato de rollitos que Jaime ha tenido que comer a toda prisa.
—¿Qué te han parecido?
—Bien, muy ricos. A ver el ramen.
—Qué aproveche.
Sin necesidad de decirle nada más, de pronto empieza a hablar de su familia. No sé cómo lo ha hecho, la verdad, pero mientras me bebo la sopa con mi cucharita de madera y me voy metiendo fideos en la boca con los palillos, Jaime relata que tiene una hermana melliza con la que apenas se habla porque tiene una enfermedad mental, que sus padres están mayores y que son todo lo que le queda en el mundo, que tiene dos sobrinas, que su cuñado no lo aguanta, quizá porque es muy inteligente, no me preguntes la relación, que tienen una parcela donde pasa los domingos y que sus padres están muy apenados por la mala relación que tiene con su hermana.
—Entonces con tus padres sí tienes buena relación, ¿no? —pregunto, por decir algo. Este tío come con una lentitud desesperante.
—Sí, bueno, digamos que sé de qué temas hablar con cada uno de ellos. Y así vamos entendiéndonos. He pasado a verlos antes de venir y he discutido con mi madre. Ha sido por una nimiedad, cosas de política en la tele, pero de pronto se ha levantado histérica, gritando y haciendo aspavientos como una loca, y se ha ido corriendo del salón.
Paro de comer y me quedo mirándolo con los fideos colgando de los palillos. No sé si es una broma, pero no, está muy serio.
—Nada, ella a su bola, a saber. El caso es que yo me he quedado tranquilamente con mi padre en el sofá y al ir a despedirme me he dado cuenta de que se había encerrado en una habitación y estaba llorando —ahora se ríe—. Menuda gilipollas, dando pena. Me la imagino ahí tumbada en la cama lloriqueando como una idiota. ¡Bah! Patética.
Ahora sí que estoy alucinando de verdad. ¡Vaya con Mr. Polite! No digo nada, pero él parece no darse cuenta. En realidad, no le hace falta que diga nada para seguir hablando.
—En fin, ya se le pasará. Con mi hermana es lo mismo. Al final hay que aprender a tratar con gente así. Por ejemplo, mi hermana está empeñada en que mis sobrinas son muy listas gracias a su padre. Y es cierto que mi cuñado es muy inteligente. Pero yo también lo soy, ¡y mi padre! Y mi madre, aunque haga esas cosas, en realidad también. Pero bueno, ella es gilipollas y no la puedes sacar de que si las niñas son listas, solo puede ser por su padre.
A partir de este momento miro su plato con más frecuencia, me preocupa que el contenido baja demasiado despacio. Sin hacer absolutamente ningún comentario, me limito a comer y él decide imitarme. Bien, un poco de tregua.
—Está muy bueno el ramen, por cierto. Buena elección.
Por fin, terminamos los platos y pasamos a la barra a tomar un cóctel. Lo ha propuesto él, en lugar de un postre. Yo estoy nerviosa y no he visto la manera de negarme. No quiero que se enfade. Un cóctel y a casa.
—Bueno, pues, qué agradable velada, ¿no te parece?
Sonrío, incómoda, y desvío la mirada.
—Creo que puedo afirmar sin equivocarme que estoy con la chica más guapa del bar.
Parece que está acelerando. Mierda. Sigo sin decir nada. Al menos tengo un vaso del que beber. Estamos sentados en dos taburetes altos y en un movimiento rápido y casi imperceptible, de pronto me veo rodeada por sus dos largas piernas. Su tronco se inclina hacia delante y parece que quisiera abrazarme. Mi postura es completamente opuesta: piernas cruzadas, muy cerradas la una sobre la otra, y mi espalda busca espacio inclinándose hacia atrás. No estoy cómoda, debería ser evidente.
—¿Tienes planes para el próximo puente? Conozco un sitio maravilloso donde se come espectacularmente bien. Quizá podríamos organizar un plan costero: el mar, la brisa, el atardecer y nosotros.
—Tengo planes para el puente, me voy de casa rural con mis amigas.
—Muy bien, pues lo dejamos para otra ocasión.
Ahora los silencios son más frecuentes, más largos y, al menos para mí, más incómodos. Miro a todas partes y a ninguna. Por encima de todo, trato de no cruzarme con su mirada.
—Tenía muchas ganas de verte.
¿En serio? No digo nada y aparto la mirada. Sigue igual de cerca. No se inmuta.
—Me estoy dando cuenta de que eres tan tímida como yo.
—¿Por qué lo dices?
—También te cuesta sostenerme la mirada.
Bueno, se acabó, hay que intervenir.
—Sí, ya, pero creo que por motivos diferentes.
Abre mucho los ojos en gesto de interrogación. ¿De verdad no se lo esperaba, o es parte de su numerito?
—Quiero decir, que estoy cómoda hablando contigo —mentira—, lo estoy pasando bien y eso —mentira, mentira—, pero no siento esa atracción por ti.
—Ya —calla durante unos segundos—, bueno, a ver si te vas a pensar que no he notado el silencio de treinta segundos después de decirte que tenía ganas de verte. Esas cosas las noto hasta yo.
—Ya, bueno, pues eso.
—De todos modos, te noto incómoda. Es como si te sintieras culpable. No tienes que hacerlo. No debe preocuparte lo que yo sienta, no has hecho nada malo —gracias—. Si no sientes lo mismo, no debes sentirte responsable.
¡Pero bueno!
—A ver, no me siento responsable, ni mal, por supuesto. Simplemente quiero evitar situaciones violentas o molestas para cualquiera de los dos.
—Bueno, a ver si te vas a pensar que es la primera vez que me vuelvo sin mojar a casa.
Venga, que la cosa se pone calentita.
—Además, tampoco te creas que me he proyectado mentalmente contigo ni nada parecido.
—No he dicho eso, pero hablabas de hacer planes…
—Mira, que todas las cosas que te he dicho, te las he dicho como podría haberte dicho cualquier otra cosa.
Traduzco mentalmente estas palabras.
—Ya. Bueno pues todo bien entonces.
—No te vengas arriba.
Quería responder “ni tú tampoco”, pero en su lugar me oigo decir:
—No lo hago.
Sigue otro silencio que aprovechamos para apurar los vasos. Creo que todo ha acabado aquí, pero por supuesto este chico tiene algo más que decir.
—Creo que mi punto débil es que en persona no resulto tan elegante como por WhatsApp.
¿Ahora me pasas una puta encuesta de calidad? ¿De verdad piensas que el problema es ese?
—No creo que sea eso, la verdad. Además, estamos en un contexto informal, no tienes que esforzarte tanto por usar un registro elevado, no es lo más apropiado.
Alza las cejas y niega con la cabeza pero, por suerte, decide no entrar.
—Bueno, yo creo que mejor vamos pagando.
—Sí, buena idea.
—¿Cuentas separadas?
—Pues casi mejor.
Por fin, salimos del restaurante, donde me recibe el aire gélido de la noche invernal.
—¿Hacia dónde vas? ¿Quieres que te acompañe?
—No, gracias. Tomaré un taxi ahí mismo, en la esquina.
—Te acompaño.
—No, de verdad, no hace falta.
¿No puedes simplemente largarte?
—No es problema. No vaya a pasarte algo.
No lo miro y me limito a andar con las manos en los bolsillos. Él sigue caminando a mi lado, pero la parada de taxis está todavía a unos cientos de metros y a mí se me antojan kilómetros. La calle está bastante concurrida. Mi paciencia se agota y me paro en seco.
—Vamos a ver, ¿por qué sigues caminando a mi lado?
—Te estoy acompañando…
—¿Y no te he dicho ya dos veces que no quiero que lo hagas?
—Ya, pero…
—Sin peros. Por favor, date la vuelta y márchate. Sé llegar solita a la parada de taxis. Buenas noches.
Sin darle opción a réplica, le doy la espalda y echo a andar a paso rápido, dejándolo ahí plantado, con la boca semiabierta en un gesto de tener algo más, probablemente mucho más que decir.