25 años después, la compañía andaluza Atalaya ha vuelto a demostrar que siempre podemos echar la vista atrás. Estos cinco lustros desde que se presentara un montaje anterior ya aparecen incorporados a modo de memorándum en el propio título del nuevo. Pero la venganza, el motor necesario para que se desencadene la obra, no se ha movido un ápice. Electra espera su momento; se atraganta en su odio; y finalmente, lo danza. Una danza final convertida en su liberación.
A partir de los textos de Sófocles, Heiner Müller y Hoffmanstahl, la acción nos lleva a un laberinto de desespero, odio, venganza y deseo. La maldición de los Átridas debe purgarse con sangre. Ay, mísero Tántalo, si no hubieras robado nada del banquete de los Dioses…
El inicio nos presenta al coro, nos pone en situación sobre el origen de la dinastía de los Átridas, y nos narra el asesinato de Agamenón, recién llegado de la guerra de Troya, a manos de su esposa Clitemnestra y su amante Egisto. Crimen en el que también morirá Casandra, a la que nadie podía creer.
Pero la hija de Agamenón, Electra, esperará la llegada de su hermano Orestes. La venganza llama a la venganza, y la sangre llama a la sangre, vendrán las Furias y… Para más información, La Orestíada de Esquilo.
El espacio compuesto por bañeras industriales, que lo mismo encierran a los actores como si se tratara de un friso, que sirve de ataúd, de cáscara, de prisión o de altar pírico. La coreografía compuesta alrededor de estos elementos, con una precisión física y vocal perfecta. Acompañado de cánticos en griego antiguo, pero también de los Balcanes, de Armenia o de Italia… Todo ello en una perfecta sintonía que no da tregua al espectador.
Consciente de la importancia de cada personaje, la dramaturgia presenta una obra coral, en la que todos y cada uno de ellos cobra un peso primordial, permitiendo así que se puedan explicar. No se busca que el público sienta una identificación con el personaje, pero sí una comprensión respecto a lo que estamos viendo.
Elektra.25 es un ejemplo perfecto de que las grandes historias nunca descansan, y de que no está de más volver a andar unos pasos que ya se dieron hace veinticinco años. El mensaje vuelve a ser el mismo, quizá no hemos cambiado tanto.