El Partido Popular adelantó las elecciones de Castilla-León en base a tres objetivos: la presumible desaparición de Ciudadanos y un mayoritario trasvase de votos a su favor, lograr la mayoría absoluta o una mayoría más que suficiente que le permitiera gobernar, tal como hace en Madrid, prácticamente sin tener en cuenta a Vox y, en tercer lugar, saber hasta cuanto acusa el desgaste el PSOE por su gestión de gobierno en España.
Lo primero que deberíamos matizar, antes de entrar en materia, es que ya va siendo hora de que en este país, salvo en el caso de Cataluña y País Vasco, tras más de 40 años de la actual Constitución, todavía buena parte del pueblo español sigue sin tener conciencia de territorio y vota en clave nacional cuando se trata de su Comunidad.
Por eso los grandes partidos de ámbito nacional, conscientes de ello, hablan más en sus campañas de cuestiones nacionales que locales o regionales, cuando para colmo la mayoría de los asuntos que afectan directamente a los ciudadanos están transferidos a las CC.AA. como son la sanidad, la educación, etc. Solo Soria se ha salido de esa tendencia habitual y un partido de ámbito provincial ha superado ampliamente al resto.
Dicho esto y a la vista del resultado electoral, de los tres objetivos que se planteó el PP para adelantar las elecciones –aunque arguyera una imaginaria moción de censura de por medio-, solo puede decirse que haya logrado uno, aunque sea algo poco más que orientativo a dos años de las elecciones generales.
Y es que, el gobierno de coalición encabezado por el PSOE sufre el desgaste propio de la pandemia y el habitual en España, sobre todo si este es presuntamente de izquierdas, cuando llega a acuerdos con los nacionalistas de la periferia, más aún en tiempos de tanto ruido como los que corren.
Y si a eso le añadimos la fragmentación del electorado con la irrupción de nuevos partidos como ha pasado en estas elecciones y en la que siempre se lleva la peor parte la izquierda, de ahí que haya perdido 7 procuradores desde las anteriores elecciones. Un PSOE que, en cualquier caso, ha vuelto a darse de bruces en la Comunidad y van ya 35 años.
Lo verdaderamente importante y trascendente para los castellano-leoneses es, sin embargo, que las otras dos expectativas que se había propuesto el gobierno popular ha resultado un fiasco.
Por una parte los votos de Cs no solo no se han traspasado en su totalidad al Partido Popular sino que los populares, por el contrario, han perdido tantos como ha recibido Vox por su derecha y ha hecho que este último pasara de 1 a 13 procuradores. Vox ha pasado de la irrelevancia a abrirse paso a la gobernabilidad.
Lo que ha traído como resultado que el PP solo haya aumentado dos escaños y haya conseguido 65.000 votos menos con respecto a los comicios anteriores. Y eso, tras esos mismos 35 años de gobierno popular en la Junta de Castilla-León.
Una victoria amarga por cuanto el PP deberá formar gobierno con Vox o contar con su apoyo explícito para seguir gobernando en Castilla-León. Entre otras cosas porque es, prácticamente, la única alternativa posible.
Los motivos de semejante fiasco, por mucho que desde el propio partido y sus medios afines no lo admitan, deberían ser cuestión de análisis por la dirección popular y si cabe su entorno.
Sobre todo aquel que «en petit comité», viene advirtiendo desde hace tiempo que la estrategia de confrontación total con el gobierno de la nación por un lado y por el otro reproducir el discurso de Vox poniéndose a su altura en modos y maneras, con el objetivo de recuperar esa parte del electorado, es un error que le puede costar muy caro.
Y no solo que le pueda costar caro a los populares si no que está abriéndole la puerta de las diferentes administraciones de la nación a un partido que reniega sin ambages de cuestiones tales como el estado autonómico o la violencia de género. Que criminaliza a los inmigrantes por el mero hecho de serlo o en su ardor nacionalista se desmarca de la unidad europea.
En cualquier caso, la cosa viene de lejos. El Partido Popular se ha pasado desde los tiempos de la Transición jugando con fuego con una parte del electorado que le ha pesado siempre como una losa y que ahora le da la espalda al creer haber encontrado en Vox el respaldo que el PP solo le ha dado a medias.
Todo empezó con Alianza Popular, el embrión del actual PP. Un partido fundado por ex ministros franquistas que la mitad de sus diputados se pronunció en contra o se abstuvieron cuando tuvo que votar la Constitución del 78.
Del mismo modo que le ocurriera con los Pactos de la Moncloa que solo aceptó el acuerdo económico pero no el político. Y en ese mar de contradicciones es en el que ha navegado la familia popular desde entonces.
Esa doble alma que a lo largo de cuatro décadas ha mantenido el Partido Popular desde el principio.
Una, la de aquellos que añoraban de algún modo la dictadura y tuvieron que reconvertirse a su pesar en «demócratas de toda la vida», para adaptarse a los nuevos vientos que soplaban en la España de los 70.
Los mismos que se manifestaron en su día con enjundia contra el divorcio, el aborto o las leyes LGTBI entre tantas otras cuestiones. Los que se soliviantan con las diferentes lenguas vernáculas de España, con el feminismo, profesan su fe ante la curia más reaccionaria o denigran a los que buscan a las víctimas del régimen para darles, sin más, honrosa sepultura.
De otra parte, en su mismo partido, los que aspiran a una España que asume o intenta asumir con naturalidad la diversidad sus gentes y su integración en Europa. De corte liberal en lo económico, sin el menor atisbo de duda, pero también en lo político.
Una y otra vez, como si un Dr. Jekyll se tratase, la dirigencia popular ha intentado capear el asunto permitiendo que Mr. Hyde se aireara con desaforado tremendismo mientras ejercía de oposición, para dejarlo de lado cuando se ha visto en labores de gobierno.
Durante todo estos años los que nos hemos interesado por la cosa política, independientemente de los respectivos credos y tras una Transición incompleta pero quizá la única posible en aquellos momentos, creímos que el Partido Popular hacía un favor a la democracia conteniendo en sus adentros esa facción tan despechada de la sociedad española.
Que el paso del tiempo y la integración de España en la comunidad europea entre sus viejas y grandes democracias acabarían borrando definitivamente toda nostalgia de un pasado reciente tan poco gratificante. Craso error.
La crisis de 2008, su pésima gestión posterior –evidenciada aun más por la pandemia-, y un fenómeno de orden social y cultural fruto del aumento de los desequilibrios, una mal entendida globalización, el distanciamiento de los poderes públicos, las corrientes migratorias y otros aspectos a considerar, que se venía gestando a ambos lados del Atlántico, ha puesto en alza un nuevo modelo de nacional populismo representado en España por Vox.
Una corriente que pone en duda muchos de los valores de las democracias liberales, con las características propias de la idiosincrasia de cada país.
El caso de Vox se diferencia con respecto a sus homólogos en el resto de países europeos que, en realidad, no se trata de un movimiento nuevo. Vox lo conforma el grueso de todos esos votantes del Partido Popular que se han sentido traicionados en lo político y en sus pretendidos valores cada vez que ha alcanzado éste el gobierno.
Lo que resulta justificable desde su punto de vista por cuanto ha dispuesto de mayorías contundentes para revertir leyes a las que se opuso y criticó ferozmente cuando estaba en la oposición y sin embargo nunca lo terminó haciendo.
Tampoco le ha servido al PP, cara a esa misma galería, blanquear repetidamente el franquismo negándose a condenar explícitamente el mismo y poniendo el grito en el cielo por algo tan natural como el resarcimiento de sus víctimas a lo largo de casi 40 años de dictadura.
A buen seguro que de no haber dado pábulo a tanto hooligan para dar rienda suelta a su ego, las diferentes leyes sobre la memoria histórica hubiesen pasado desapercibidas para la mayoría, habrían sido acogidas de buen grado por casi todos, las víctimas estarían ya en el lugar que les corresponde y España no seguiría siendo al respecto un caso inédito en su entorno europeo.
Pero, ni siquiera así ha conseguido retener a esa parte del electorado que ha encontrado en Vox su paradigma.
Lo sucedido en Castilla y León es una evidencia de que la estrategia puesta en marcha por el PP no le ha acabado trayendo, después de tantos años, los resultados esperados. Menos ahora, desde la llegada de Pablo Casado, que ha preferido mirar hacia su derecha cuando lo que debería hacer es despojarse definitivamente de semejante lastre.
Salvo, en algún momento de lucidez, como pareció durante su crítica despiadada desde la tribuna del Congreso a la moción de censura de Santiago Abascal presentada para lucimiento del mismo en Octubre de 2020. Sin duda todo quedó en uno de esos efectos especiales que nos tiene acostumbrados la política y en particular las sesiones del Congreso.
En resumidas cuentas el PP nunca consiguió culminar su camino al centro político que le situara en la órbita de los viejos partidos liberales europeos y ello le ha acabado pasando factura.
La misma que puede pasarle a los ciudadanos mientras Casado y su equipo sigan mirándose en el espejo del nacional populismo para intentar recuperar un electorado del que hace tiempo debió de haberse desprendido.
Atentos.