Como si de un D. Quijote moderno se tratase, Santos, el protagonista de “El muerto y ser feliz” sueña con sus molinos, que no son otros que aquellos a los que tiene que arrebatar la vida, o al menos eso piensa, y su amor Dulcinea simplemente es una metáfora de un canto a la libertad de la vida, de vivirla como se quiere y muchas veces como a uno le dejan. Ese admitir que ya llegó el momento o que quizás lo quiera el mismo se ve reflejado en su semblante, en un viaje que no se sabe muy bien a dónde le va a llevar, pero sí a una felicidad que desea, aunque parezca un final no feliz.
Pero, ¿qué es la felicidad, si no algo imaginario a ratos que bien conoce este asesino a sueldo, que es efímero; que se coge al instante o, por el contrario, se pierde? Es este su último viaje, un recorrido por los avatares de una vida plena pero a veces sin sentido, un canto a la libertad y la plenitud vital de los personajes principales.

La soledad de los personajes no es ni otro que un puente a la imaginación que Javier Rebollo nos brinda en bandeja para que cada uno pintemos en un decorado abstracto una historia creíble o no, animada o no, idealista o no, delicada o no, pero sí al gusto de cada uno. Podemos pensar que el personaje es un villano, o una víctima de una sociedad. Lo que cada uno quiera o desee todo queda abierto a esa nuestra mente que tanto puede dar de sí, más allá de una pantalla.
No es de extrañar los premios recibidos por José Sacristán por su interpretación en El muerto y ser feliz (Mejor actor en San Sebastián, y nominado a mejor actor para los Goya), desde luego un papel hecho a su medida, que da mucho de sí, sin tener que hablar mucho, pero sí expresar todo con su cuerpo y su mirada, inundando la pantalla y nos hace contagiarnos de su nostalgia por recordar lo que su personaje quiere expresar, esos días de glorias que ya no vendrán.
Javier Rebollo, como buen autor, ha creado un nuevo género en su cinta, a quien le ha definido como un género torcido, y la verdad es que la expresión es buena, donde encasillar un arte que no sabes bien dónde comienza ni termina, pero te cuenta todo.
