Woody Allen afirmaba en una entrevista, realizada en 2017, que la vida es un parque de atracciones donde la mitad de los tiovivos no funciona y la otra mitad procura emociones mucho menos intensas de lo que uno esperaba. Puede que las tramas de sus películas también estén marcadas por este pensamiento, aunque él sea especialista en la carcajada seria y en trasladar sus propios problemas, obsesiones y fantasmas a la pantalla. “Annie Hall”, “Manhattan”, “Días de radio” o “Balas sobre Broadway” son algunas de las obras que todo el mundo conoce y caracterizan su amplia trayectoria cinematográfica; sin embargo, “Interiores” (1978) es un film bergmaniano, sin que ello signifique que Allen renuncie a su propio estilo. Sus personajes mantienen diálogos rápidos y hablan continuamente, obviando las pausas y los silencios tan característicos del cineasta sueco Ingmar Bergman. Aun así, la estética y la atmósfera nos trasladan a “Sonata de otoño”, “Cara a cara” o “Gritos y susurros”, donde la angustia por la muerte y la soledad, la frustración constante de la vida, la religión como duda o refugio, el fracaso de la maternidad –por presencia o ausencia de la misma- y el vacío existencial forman un cúmulo de bucles interminables donde perderse y cuestionarse. El guion de esta joya del cine fue concebido por Allen y posee un gran valor documental ya que, a pesar de los cambios que se producen desde la concepción hasta la materialización de cualquier obra de arte, muestra cuál es la percepción inicial del director y cómo introduce aclaraciones respecto a los gestos como expresión de la emoción, cuando no existe diálogo o monólogo que la exprese.
Partimos de la familia como epicentro de caos y seguridad. ¿Quién no quiere ser como Eve, Arthur, Renata, Flyn o Joey? El matrimonio perfecto, con las hijas perfectas. Fortuna, posición, amistades, reconocimiento y posibilidad de coquetear ociosamente con ocupaciones, hobbies y psicoanalistas. De puertas hacia afuera todo parece girar y ningún engranaje chirría, pero los interiores pueden ser en blanco y negro: “Un día gris, que realza la belleza del paisaje, y especialmente la vista de una casa a orillas del mar, aislada pero muy bonita”.[1]ALLEN, Woody. Interiores. Barcelona: Tusquets, p. 11
El eje de la historia es Eve, la madre. Su marido e hijas son creaciones propias, productos de su orden y equilibrio extremos. Una mujer perfeccionista, meticulosa, poco afectuosa, elegante, sin joyas que adornen su frialdad innata, un brillo sin alma; al mismo tiempo, nerviosa y compulsiva, inestable y dependiente del vínculo que le une a su marido o quizás, a esa vida artificial que ha dispuesto. Por ello, no puede soportar la sugerencia del divorcio, el desmoronamiento de su pedestal. ¿Será arrojada Eve de su paraíso?
Arthur le debe todo lo que tiene a su esposa, Eve fue quien lo alentó a terminar su carrera y le ayudó económicamente para que montara el bufete que tanto le hizo prosperar. A cambio, una existencia dedicada a ella, a mantener la pantomima de la armonía. Con respecto a sus hijas, desde que era una cría sintió predilección por Joey y ésta le ha ido defraudando sin querer, “esperaba grandes cosas de ella. Era una niña tan extraordinaria”[2]Ibíd., p. 42. Desde que a Renata le dieron el Premio Lamont de Poesía, se convirtió en la hermana vencedora. Ahora, a sus sesenta años, Arthur quiere sentirse vivo y es Pearl quien, con su vulgaridad y alegría, le devuelve algo de ese ímpetu vital. Ella, con sus joyas y colores vivos, colma de expresividad y apertura una cotidianidad que se le hacía demasiado cuesta arriba. Será Joey –celosa de su padre y leal a su madre- quien pueda ponérselo muy difícil a la “intrusa” que ocupará los espacios intactos de su infancia; que procurará un cariño y una espontaneidad hacia Arthur, desconocidos para ella y sus hermanas.
Las tres hijas son los pilares de la relación conyugal que ahora, inevitablemente, se hace añicos. Renata es la mayor, la segura de sí misma; su talento es apreciado por críticos y lectores. Ella lo sabe y su marido, también. Frederick se siente ínfimo a su lado, ya que él no es capaz de encajar en el mundo literario. La superioridad de su esposa es tan llamativa, según su propia percepción, que la ve como una rival. Sus discusiones siempre circulan en torno a los logros de cada uno. Ella lo elogia, pero a él le molesta su adulación. No obstante, Renata oculta su desasosiego interno: ya no se siente capaz de escribir, piensa continuamente en la muerte y le angustia el paralelismo que empieza a fraguarse entre ella y su madre. Hay un episodio, mientras habla con su analista, en el que expresa con ansiedad cómo está comenzando a experimentar los mismos síntomas de Eve a su edad. No quiere seguir sus pasos, ser internada en una clínica y que los electroshocks le dejen el pelo blanco.
La hermana mediana es la bisagra entre las tres y entre sus padres, la única que no encuentra su sitio. Todas las expectativas se volcaron en ella, pero no ha podido cumplir ninguna. “Siento la profunda necesidad de expresar algo, pero no sé el qué ni el cómo…”[3]Ibíd., p. 22, por ello nada le satisface, ni la literatura, ni la fotografía, ni la interpretación, ni la publicidad, ni ser madre, ni su relación con Mike. Su eterna duda y la comparación constante con sus hermanas le genera envidia y frustración, un sentimiento profundo de inutilidad.
Flyn, la pequeña de la familia, es la más discreta; insignificante, incluso. Sin embargo, parece la más feliz habiendo asumido su papel de secundaria en una familia multidisfuncional. No espera tanto de la vida y se conforma con ser una actriz del montón, a la que nunca le falta trabajo, aunque jamás le hayan dado la oportunidad de involucrarse en un buen proyecto. Ella asume las circunstancias sin dramas, rebosa energía; quizás, por este motivo, Pearl le parece muy simpática. Su poder de atracción se encuentra en su físico y su cuñado Frederick, con su complejo de inferioridad, no duda en intentar acercarse sexualmente a ella. “¿Por qué todo el mundo toma siempre mi franqueza por ganas de coquetear?”[4]Ibíd., p. 94 y por qué tampoco renuncia a dejarse llevar, aunque eso signifique traicionar a su hermana mayor.
Cuarenta años después de su estreno, “Interiores” sigue ofreciéndonos un Woody Allen diferente. Ante sus secuencias, uno puede visualizar la complejidad del ser humano, obsesionado por clichés y deseos que otros proyectan sobre uno mismo desde la más tierna infancia. La inteligencia, el arte, el poder adquisitivo y los vínculos sociales no colman la esencia, tan sólo las perspectivas.
Título: Interiores |
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