Sí, soy aficionado al fútbol y seguidor de un club. Del Atléti, de Madrid, para más señas. Llamado «El Glorioso», el del Paseo de los Elefantes para escarnio de la hinchada del de La Castellana. Y lo soy sin ambages a pesar de los Sánchez Dragó y demás difamadores. Aunque bien es cierto que no soy cholista, precisamente por eso, porque me gusta el fútbol.
Pero no se preocupen que no vengo a contarles de nada de eso. Que ya me gustaría hablarles de un deporte, que lo fue, pero que para mí ha quedado como una excusa para echar el rato con los amigos entre risas y si entre medias cae algún gol que otro –que con el Cholo no es nada fácil-, mejor que mejor.
Ya sabemos que el fútbol hace mucho, mucho tiempo, que dejó de ser un deporte como tal, ni siquiera un espectáculo deportivo por mucho que así lo presenten sus aduladores mediáticos, sí no un negocio puro y duro y si cabe de lo más ruin. De ahí que ese aspecto especulativo haya derivado en lo económico en una extraordinaria burbuja que ha disparado fichajes, contratos, clausulas y comisiones hasta límites mucho más allá de lo imaginable.
Lo que, en lo deportivo, se traduce por ello mismo de manera tan conservadora que lejos del espíritu del «jogo bonito» el fútbol en el terreno de juego se haya hecho tan aburrido y soporífero.
Pero si bien poco puede sorprendernos ya a los que nos evadimos hace mucho de semejante escarnio y vemos el fútbol como un mero divertimento intranscendente y pasajero, lejos de los que aún permanecen abducidos en sus enmarañadas redes, todavía debería parecernos más mezquina la actitud que ha tenido el mundo del fútbol, el de élite claro está, con la pandemia.
En lo deportivo, no tiene el menor sentido adulterar lo que pueda quedar de dicho espectáculo disputando partidos entre gradas vacías, con jornadas y horarios todavía más dispares de lo disparatados que ya de por sí procura la competición regular. Todo ello con el único interés de seguir haciendo acopio de la teta televisiva, convertida definitivamente en el mejor sostén de semejante dislate.
Pero mucho más allá de esto, resulta más que reprobable la actitud de toda esta ingente familia de nuevos ricos, más bien riquísimos personajes de la farándula futbolera, que en el caso de nuestros agasajados protagonistas no han estado a la altura de la situación más allá de meros arquetipos y composturas publicitarias.
No solo no han arrimado el hombro de manera sensiblemente decidida los tan archimillonarios ídolos futboleros –para quienes lo sean-, sí no que incluso algunos de sus clubes han pedido que seamos los ciudadanos los que lo hagamos en forma de ERTE para sus empleados mientras anuncian nuevos fichajes desorbitados mofándose del erario público.
O que, en el colmo de la desfachatez, todavía se les siga exigiendo a sus entusiastas más devotos las mismas obligaciones de siempre a través de misivas sensibleras, sin saber a ciencia cierta en las condiciones que se va a disputar la próxima temporada. Que de lo único que se sabe a buen seguro será la extrema dificultad que va a representar la asistencia a los estadios.
Por eso «me importa un bledo» lo que mi añorado Atléti esté haciendo o reste por hacer la presente temporada y me temo que por bastante tiempo. Aunque por ello no dejaré de ser amigo de mis amigos y estaré donde haga falta con ellos para seguir siéndolo.