La palabra de Luna Miguel actúa de forma penetrante y perturbadora adentrándonos en un escenario donde los “dolores del alma” se apoderan del lector a través de un lenguaje curvo y a la vez cercano.
Lejos de la novela de Vladímir Nabókov donde Humbert Humbert nos intentaba empatizar, a través de su sórdida narración, con el protagonista monstruo- pedófilo que busca el perdón a través de la compasión de sus lectores, Luna Miguel intenta romper ese mecanismo de intensificación huyendo de la estructura del perfil del personaje de Lolita de Nabókov, centrándose en la pérdida y desorientación de Helena, protagonista de la novela.
Helena tiene que enfrentarse con la muerte de su profesor de literatura (Roberto, su amante cuando ella era una niña) y sus recuerdos que le anudan y le asaltan el estómago constantemente:
Venga, haz memoria. ¿Cuándo fue la última vez que escuchaste su voz sin odiarla? ¿cuándo fue la última vez que miraste su rostro sin enfadarte? ¿cuándo fue la última vez que sentiste que estabas enamorada de él? No sé. La última vez que escuché su voz sin odiarla podría ser aquel día de abril en que no había clase de gimnasia, me lo encontré saliendo de la clase de profesores y me susurró al oído que ese chándal violeta me hacía muy guapa. Qué idiota sería dejar de odiar a alguien porque te llame guapa. La última vez que miré su rostro sin enfadarme podría ser aquel día de mayo en el que me dijo que iba a escribir nuestra historia para que el mundo pudiera recordarnos siempre. Qué idiota sería obligar al mundo a recordarnos si ni siquiera nosotros volveríamos a mirarnos a los ojos. La última vez que sentí que estaba enamorada de él. ¿Cuándo fue la última vez que sentí que estaba enamorada? Quizá nunca lo estuve.[1]MIGUEL, Luna. 2018. El Funeral de Lolita. Barcelona: Lumen, p. 45
El lenguaje empleado por Luna Miguel es potencialmente poético, un acto de purificación creativo. Los momentos en los que se acerca al límite de la muerte son momentos de extrema convulsión, el universo de la protagonista es atravesado por la sacudida de un estremecedor seísmo en donde apenas quedan balizas a las que aferrarse.
La historia está narrada en cortas secuencias que imponen velocidad a la tensión dramática de una morosa exploración intimista. Todo gira alrededor de los pensamientos y recuerdos introspectivos de Helena. Una especie de poética interior que desea legislar sobre la escritura desde dentro. De ahí la fuerza inmensurable de su Diario donde aún quedan resquicios de ese mundo vivido, dela añoranza de la ternura, el Diario se convierte en una forma de habla hacia el exterior. Una voz arrojada en corales y arrecifes que sabe a océano, lágrima mar, que huele a sal y a césped recién cortado.
Su mundo interior queda reflejado en un pasaje largo: el diario adolescente de la protagonista, con una escritura intermitente y abreviada donde va metafóricamente desnudando su mente al lector. En esta larga secuencia encontramos la obsesión por ser más que por significar. Lo no dicho tiene tanto valor en su discurso como los elementos explícitos. Un silencio tan subversivo como la palabra:
Leo a Charles Baudelaire porque él lo ha mencionado en clase. ¿Y si escribiera para el delicado monstruo? ¿Y si el monstruo lo tengo dentro? Claro que lo tienes dentro. Te sale cuando te enfadas porque no le has visto a la salida de clase. O cuando Rocío te pregunta qué te pasa qué te pasa qué te pasa. O cuando tu padre te dice qué lees y le escondes las Historias de cronopios de Cortázar, que no te gustan pero a él sí y tienes que averiguar por qué.[2]Ibíd., p. 116
En un desprenderse de las cosas a las que se ha adherido la autora crea una rara intensidad que queda ahí, como flotando, de forma hipnótica. Una vez que te adentras en sus palabras no puedes parar y tienes que seguir avanzando hasta el final. Aquí las palabras y los pensamientos fluyen y se entremezclan con los del voraz lector.
Todo emerge por momentos intempestivos con la fuerza de surgimiento que rompe todo suceder.
Helena espera de Roberto que sea el demiurgo que transforma los significados ordinarios en sentido asombroso. Y ese constante deseo de búsqueda y pretexto léxico y metafórico, se topa con la vaciedad de la realidad.
El Funeral de Lolita no es solo una historia subversiva y provocadora hasta el extremo sino también es prosa-poética, una voz en busca de la modernidad donde confluyen el pensamiento y la pasión, lo onírico y lo terrenal.
Título: El Funeral de Lolita |
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