La primera vez que tecleé la palabra feminismo en el buscador de internet más usado del mundo fue una tarde en la que sentí una rotunda necesidad de sentirme arropada. Deseaba que alguien al otro lado me arrojara un manto protector para ir calmando el innombrable y difuso malestar que me dejó la certeza de saberme rota.
Ese malestar me envolvía y campaba a sus anchas por todo mi ser y me atrevo a decir que lo llevaba incorporado desde mi memoria más antigua. Algunas psicoterapeutas feministas lo llaman el malestar de las mujeres y tiene que ver con el modo de relacionarnos con nosotras mismas para cuestionarnos de manera persecutoria e infinita. Esa eterna sensación de insatisfacción no sintiéndonos nunca gustosas con lo que hacemos, con lo que trabajamos, con lo que estudiamos, con lo que somos. Siempre insuficientes, nunca dignas de aprobación.
Empecé a preguntarme si realmente existe un dolor que nos pertenece.
¿Será cierto que vivirnos en este sistema social y cultural nos daña diaria y profundamente por pertenecer al bando de las oprimidas? ¿Es el feminismo una vía para la sanación individual y colectiva? ¿Hay una herida común que sufrimos todas? ¿Es la sanación de las mujeres un acto político?
No recuerdo de donde vino el impulso ni la razón lógica de porqué fue el movimiento feminista el que decidí abordar aquel atardecer. Ahora sé que el espíritu de alguna de nuestras madres históricas fue mi guía en la búsqueda. Lo que sí recuerdo fue constatar en silencio y boquiabierta algo que ya intuía: que yo no era la loca, ni la exagerada, tampoco la única. Que no estaba sola.
Que revelador y sanador es no saberse sola.
Y cuánto lo había estado.
Era una soledad que va más allá del plano social y me refiero a la soledad desierta y estéril, la del abandono. Me había abandonado. Había sido arrojada por el olvido y arrastrada por la incoherencia. Había salido de mí con una sensación permanente de estar constantemente en falta, en el vacío, huérfana de cuerpo y de tierra.
Fue así como el feminismo me ayudó a emprender el camino de vuelta a casa y entonces la Otra se convirtió en espejo. Mi compañera de trabajo, mi vecina, la panadera de mi barrio, esa chica que me cruzaba por la calle, mi amiga del alma… todas eran mi espejo. Me reconocí siendo parte de un entramado con una invisible y poderosa red que nos sostenía a todas. Porque a cada una de nosotras nos habían arrebatado un fragmento esencial de nosotras mismas y todas guardamos el secreto cautelosamente para evitar mostrar la debilidad, el ser vulnerable, la herida.
También recuerdo el momento en el que me declaré feminista por primera vez en privado y luego en público. Ese día el mundo no se volvió más amable ni dejé de sentirme ajena y extraña en el espacio que lucho por ocupar pero sí empecé a acariciar con más cariño y cuidado mis contradicciones haciendo una mirada retrospectiva de cómo me había construido.
Apareció ante mí la niña que ocupaba poco espacio al jugar y la adolescente que miraba a los chicos preguntándose cómo sería su vida al tener un cuerpo como el de ellos. Luego aquella joven universitaria que escuchaba en la Facultad de Psicología que el mayor índice de depresión se encontraba en las mujeres y que se preguntaba si es que tendríamos una predisposición genética al desajuste anímico y emocional.
Seguí tirando del hilo de mi linaje ancestral femenino y me reconocí hija, nieta y bisnieta de un legado que no se me había ocurrido honrar y que era digno de colocar en el lugar al que pertenece. Continué revisando mis diarios para hacerme frente, probé a ser más justa con mis complejos de inferioridad y empecé el largo camino de intento de reconciliación conmigo misma.
El feminismo me ayudó a ser capaz de dibujar mi propio mapa de cicatrices y entender que nuestros cuerpos sufren las opresiones a través del miedo, la vergüenza y la culpa. Aquella tarde lancé una apuesta transgresora por mí misma y empecé a lamer las heridas propias para hacer lugar a las comunes.
Desde entonces voy transitando un camino no menos doloroso pero sí con más conciencia y cuando flaquean las fuerzas, invoco a las antecesoras y al poder de las palabras para seguir recordándome que la sanación de las mujeres también es un acto político y que cuando sana una, sanamos todas.
Totalmente identificada, hermanas en la lucha feminista.
[…] otra de las corrientes con las cuales me identifico profundamente es con la psicoterapia feminista que pone el foco en incorporar la perspectiva de género en la psicoterapia teniendo en cuenta las […]