En un país como el nuestro, tan dado a la hipérbole, cualquier cosa puede ser motivo suficiente para el desasosiego, más aún cuando se trata de enjuiciar sus costumbres y tradiciones.
Como puedan ser desde la cuestión de los horarios de trabajo hasta la de aquellos tipos que tiraban una cabra desde un campanario y no podía serlo menos ahora cuando «supuestamente», se dice haber puesto en entredicho las virtudes del jamón ibérico o de los filetes de retinto.
Pero no, no vamos a hablar de las archiconocidas recomendaciones de la ONU y la FAO, desde hace años, acerca de los peligros para la salud y el medio ambiente del exceso de consumo de carne.
Ni siquiera de los principales causantes de esto último en forma de macrogranjas, esas imponentes instalaciones donde se agolpan miles de cabezas de ganado que en provincias como Cuenca, por poner solo un ejemplo, ha quintuplicado en poco más de una década el número de cabezas de porcino –de 106.977 a las 553.848, según la Consejería de Desarrollo Sostenible-, o que diputaciones como las de Palencia, Albacete y Ciudad Real, por unanimidad de todos los grupos políticos, se han opuesto ya al desarrollo de instalaciones de este tipo.
No solo por su alto nivel contaminante sino por que destruyen la tradicional ganadería extensiva, contribuyendo al desempleo –una macro instalación industrial con miles de cabezas, debido a la automatización de todos los procesos, puede operar con una persona, dos a lo sumo-, contribuyendo al vaciamiento de la España rural.
De lo que vamos a hablar hoy es de la reacción del presidente del gobierno y algunos de sus ministros ante la polémica tan artificialmente creada en torno a la campaña puesta en marcha por el ministerio de consumo y el video del ministro del ramo Alberto Garzón en aras de reducir el consumo excesivo de carne.
El postureo
Decíamos no hace mucho de cómo gustan nuestros políticos de la parafernalia –todavía resuena la puesta en escena de aquella reunión entre Díaz Ayuso y Pedro Sánchez en la Comunidad de Madrid, para acabar tirándose los trastos a la cabeza horas más tarde-, sobre todo en los dos principales partidos que han conducido la escena pública española desde el retorno de la democracia.
Y en eso, Pedro Sánchez es todo un paradigma. Tanto que a pesar de haber incluido en su pomposo programa «España 2050», con una no menos fastuosa presentación ante los medios y la flor y nata de este país, las mismas recomendaciones que hace ahora su ministro ahora se descuelga al respecto con que «Un chuletón al punto… es imbatible», dejando a la altura del betún al mismo.
Una de dos o el tal plan 2050 cara a los extraordinarios retos que nos plantea el futuro más inmediato en relación al cambio climático es una mera cuestión de postureo o el presidente está pisando el acelerador para despacharse cuanto antes a los ministros que le resultan molestos.
Que el ínclito Paco Marhuenda se despache de lo lindo con Alberto Garzón en su columna de ayer en La Razón, tachando de pijo progre al ministro porque el cubierto de su boda no se ciñó a unos sándwiches de mortadela y que, ahora, a juicio del periodista, el ministro pretenda que los españoles coman caviar, centollos y bogavantes… ya está mal, sobre todo porque el director del periódico sabe que lo que dice no es cierto. Pero al fin y al cabo entra en el juego de la inédita y contumaz oposición al gobierno desde que este se formó.
Pero que el presidente del gobierno y el ministro de agricultura pongan en entredicho al ministro asoman otras intenciones que nada tienen que ver con lo dicho por el mismo.
Alberto Garzón
Que Alberto Garzón nunca fue fruto de la devoción del presidente no cabe la menor duda. Ni él, ni ninguno de los miembros de ese lado del gobierno de coalición al que tuvo que recurrir visto su fracaso por atraerse al PP tras su acuerdo inicial con Ciudadanos. En otra teatral ceremonia con Albert Rivera de la que, por desgracia para ambos, siempre quedarán registros.
A Alberto Garzón, apartado en una cartera menor como la de Consumo, se le ha visto poco como no podía ser de otro modo cuando al poco de formarse el gobierno la pandemia vino a desbaratarlo todo.
Y además ha tenido mala suerte porque la ruda oposición, tan presta a martillearlo todo, cuando se le ocurrió decir otra de las realidades que este país pretende ocultar día sí y otro también acerca de su modelo de turismo, en cuanto al tipo de empleo que genera y el escaso valor añadido que aporta, lo echaron a los leones sin la menor indolencia.
Vamos que se trabaja mucho y se cobra poco vino a decir el ministro.
Sin tener que tirar muy de lejos valga lo ocurrido hace solo unos días en Almería, cuando su Asociación de Hosteleros se quejaba de no encontrar mano de obra para satisfacer la demanda veraniega, algunos propietarios de bares y restaurantes advertían que mano de obra sí que hay lo que no se puede hacer es firmar contratos de 4 horas y hacerles trabajar 14 como muchos de ellos acostumbran.
Pero como no hemos venido a hablar ni de carne, ni de granjas, ni de turismo, aquí les quedo con el video en cuestión, para el que no lo haya visto y a ver si son capaces de encontrar algún sitio en el mismo donde el ministro, defenestrado por el presidente y sus más proclives adláteres, diga que no se consuma carne, que arremeta contra la ganadería de siempre o diga algo que no se haya ya dicho.